Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para poner en cuarentena al nuevo «Jack Ryan»

En agosto de 2018, Amazon Video lanzaba la primera temporada de Jack Ryan. Basada en el personaje creado por Tom Clancy como contrapartida norteamericana y patriota de James Bond, la primera temporada de la serie nos planteaba la entrada del técnico en seguimiento de capitales Jack Ryan como parte de las múltiples operaciones encubiertas de la CIA. Concebida por sus creadores como la actualización de la manera de narrar de Clancy, la serie continuó en una segunda entrega en 2019. Sin embargo, y a pesar de los reclamos que suponían el nombre de Clancy en el mundo literario y, de manera especial en los últimos tiempos, de los videojuegos, la serie merece ponerse entre paréntesis. Las razones las explicamos a continuación.

1.Tom Clancy. Sin ningún género de dudas, el autor por excelencia del techno-thriller estadounidense es el principal reclamo de la serie. En los títulos de crédito se reconoce la inspiración en el personaje que protagoniza más de 20 novelas iniciadas por Clancy en 1984 hasta su muerte en 2013 y continuadas en cinco de sus títulos por Mark Greaney y Grant Blackwood. En todas ellas se sigue la línea temporal del personaje que ocupa  casi treinta años de su vida desde su entrada en la CIA y su salida de la misma por enfrentamientos políticos irresolubles. Sin embargo  el reclamo no es Jack Ryan sino Tom Clancy, un autor llevado al cine con títulos como La caza del octubre rojo (John McTiernan, 1990), Juego de patriotas  y Peligro Inminente (ambas dirigidas por Phillip Noyce en 1992 y 1994), Pánico Nuclear (Phil Alden Robinson, 2002) o Jack Ryan: operación sombra (Kenneth Branagh 2014). Si el cine ha sido un medio en el que se ha integrado perfectamente la obra de Clancy, los videojuegos de acción en todas las modalidades de puntos de vista posibles y para todas las plataformas imaginables han sido el terreno abonado para desplegar sus argumentos y personajes ,siendo casi todos ellos producidos por Ubisoft. Baste recordar las extensas sagas de Splinter Cell protagonizadas por Sam Fisher (desde 2000 y de la que hace tiempo se anuncia una película protagonizada por Tom Hardy), Rainbow Six (desde 1998 y con un último título anunciado para 2020), Ghost Recon (desde 2001) o The Division (2016, de la que también está prevista una película con Jessica Chastain y Jake Gyllenhaal).

Esta imagen de Tom Clancy es idéntica a las que encontramos en los videojuegos y en la serie

2.Las temáticas estarán «actualizadas» pero el poder/la estrategia positiva sigue siendo estadounidense. Siempre resulta interesante la contemporaneización en la ficción televisiva. En realidad, más que interesante resulta imprescindible. Así, mientras las obras de Tom Clancy,un autor declaradamente patriota y defensor de la supremacía de los Estados Unidos frente al resto de los vulgares mortales, se centraban en los entresijos del poder en los momentos entre álgidos y finales de la Guerra Fría, el Jack Ryan dirigido por Carlton Cuse e interpretado por John Krasinski tiene como ejes centrales la persecución de un importante líder del ISIS y el derrocamiento en Venezuela de su presidente dictatorial Nicolás Reyes. Una actualización que sirve para desplegar, sin ningún tipo de afán crítico —cosa que sí hacía de manera muy sibilina e inteligente la serie 24la intervención vital de los Estados Unidos como garante de la estabilidad mundial. Tanto en la primera temporada como en la segunda, los casos «caen» en las manos de la CIA como por arte de magia, obviando los aspectos más oscuros de la geopolítica y, por tanto, saltándose estrepitosamente las normas esenciales de todo techno thriller que se precie. O si se prefiere, Jack Ryan prima, por ahora, la acción por la acción en un planteamiento que nos narra la historia —con mayúsculas y minúsculas— desde un punto de vista norteamericano en lo que Sardar denominaría como de «Hamburger Syndrome».

La serie prioriza la acción por la acción

3.Unas tramas mal desarrolladas y/o precipitadas. Cada una de las temporadas consta de ocho episodios con argumentos absolutamente independientes como si de una antología de casos se tratara. Como hemos comentado, la primera entrega se centra en la persecución de Souleiman (Ali Suliman) uno de los líderes terroristas del estado islámico que ha atentado en suelo francés no solo con terroristas suicidas sino con armas biológicas. Mientras, la segunda relata el seguimiento de un misterioso cargamento hipotéticamente enviado desde Rusia y que recala en un puerto venezolano donde tiene lugar un proceso electoral entre el dictador Nicolás Reyes (Jordi Mollà) y su opositora Gloria Bonalde (Cristina Umaña). Si bien las premisas de ambos pueden resultar atractivas —aunque innecesariamente o forzadamente explícitas dejando sin ningún tipo de actividad reflexiva al espectador— su desarrollo es precipitado: todo se resuelve en pocos segundos y con una multiplicidad de deus ex machina más que artificiales. Todo se hace cuadrar y todo se resuelve fácilmente. Ni que decir tiene que las resoluciones son positivas siempre de acuerdo con las premisas que hemos indicado en puntos anteriores. Por otra parte, hay una diferencia abismal entre ambas entregas y, aunque en la primera no pasa casi nada y en la segunda pasa de todo de manera desperdigada, el resultado siempre es el mismo : en Jack Ryan parece que, por ahora, poco importan los procesos.

El conflicto de Hanin es uno de los más interesantes pero está desaprovechado

4.Personajes monolíticos y conflictos desaprovechados. Siguiendo el planteamiento anterior, es evidente que los personajes se configuran como de una pieza. Contrariamente a Jack Bauer y los integrantes de la CTU de 24 por poner un ejemplo parecido en cuanto a argumento, los personajes de Jack Ryan no sufren ningún tipo de arco evolutivo: Ryan asume su papel en la CIA desde casi el minuto uno  de su relación con  su superior James Greer (Wendell Pierce) y no le afecta personalmente  ningún tipo de relación sentimental que pueda suponer la entrada de un ámbito familiar con un posible desarrollo trágico o problemático como sucede en el techno-thriller. Las relaciones establecidas con personajes femeninos como  la doctora Cathy Mueller ( Abbie Cornish) —esposa de Ryan en la obra de Clancy— y la doble espía por decirlo de alguna manera Harriet Baumann (Noomi Rapace) son meramente funcionales y, a veces suprimibles,  para la acción. Una auténtica lástima porque la configuración de ambos resultaría provechosa para el personaje de Ryan y para la propia serie. Lo mismo sucede con las tramas que corresponden al agresor de la temporada. Así,  en la primera entrega en la que la esposa de Souleiman, Hanin (Dina Shihabi) decide abandonarlo no solo por la deriva que van tomando las acciones terroristas de su esposo sino especialmente para proteger la vida de sus tres hijos de muy diferente personalidad. De nuevo las resoluciones se precipitan en favor de la acción y se difumina el punto de vista femenino y de relaciones familiares frente al patriarcado representado por Souleiman y buena parte de sus seguidores. Un conflicto perdido como también lo será el de la relación esbozada pero obviada de manera incomprensible entre Souleiman y el propio Ryan. Igualmente sucede en la segunda temporada al echar a perder la enemistad entre los americanos y Nicolás Reyes , entre el dictador y su oponente político, y entre el dictador y su más íntimo colaborador-casi-hermano Miguel Ubarri (Francisco Denis); todos ellos se  frivolizarán extraordinariamente para llegar a un happy end de los problemas venezolanos un tanto simplón. De nuevo y por ahora, parece que la acción no tiene en cuenta las posibilidades dramáticas de los personajes.

Jordi Mollà interpreta al presidente de Venezuela Nicolás Reyes

5.Una más que cuidada puesta en escena. Mientras el desarrollo de la acción es deficiente, sí que es destacable la puesta en escena de Jack Ryan. Tanto las localizaciones como la atmósfera que envuelve a los personajes resulta meticulosa y hay que decir que cumple a la perfección el tono que se le presupone a una historia de acción. A eso debemos añadir la meticulosidad en la planificación y ejecución de los múltiples momentos protagonizados literal y casi exclusivamente en las dos temporadas por  bombardeos, explosiones, ataques a palacios presidenciales, inmolaciones, encerronas a víctimas, episodios en la jungla, inspección nocturna de contenedores, encuentros en hoteles siempre de lujo, pisos francos para terroristas, persecuciones en carreteras nevadas e inhóspitas, correrías por  estaciones de tren y en todos los escenarios de un thriller que nos podamos imaginar y que «deben» estar en la serie como tópicos del género.

Después de estas razones que, la verdad, no resultan muy halagüeñas para Jack Ryan, podemos preguntarnos el motivo por el que queremos dejar en cuarentena la serie; una serie que, por otra parte, ha renovado para una tercera temporada con Amazon. Lo cierto es que quizá esta prevención que proponemos se deba más al deseo personal de que las futuras temporadas de Jack Ryan subsanen todas las deficiencias que hemos señalado. Si fuera así, quizá podríamos encontrarnos con una serie compacta protagonizada por un personaje conflictivo y probablemente torturado. En caso contrario, Jack Ryan seguirá siendo una serie meramente de acción que con toda probabilidad (o no) se destine únicamente al entretenimiento de audiencias concretas: a los fans del cine de acción puro y duro.

 

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