Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para ver «The Prisoner» (1967)

¿Una serie de 1967? Sin duda esta es la primera pregunta que os habéis hecho al ver el título del post de hoy. Eso ya es de seriéfilos más que nostálgicos (tal como nos gusta llamaros en nuestras redes sociales) es la segunda de las frases que se os deben haber ocurrido. Pues lo cierto es que The Prisoner, una producción británica  de la ITC Entertainment -casi de las primeras llamadas miniseries y ahora limited serieses de una modernidad más que pasmosa y con una estética definidora de la época en la que se produjo que la ha convertido en una serie de culto. He aquí las razones por las que os sugerimos que la veáis en la magnífica edición británica (Network) de seis discos además de materiales extra aparecida en 2014.

1.Series arriesgadas…y británicas. Hemos ido reiterando en distintos posts la extrema importancia de la ficción televisiva británica, desbancada en la actualidad por las producciones norteamericanas que conforman las llamadas segunda y tercera edad de oro de la televisión. No cabe duda de que los años 90 supusieron la reconducción de los esquemas narrativos centrados, en principio, en el paso de lo procedimental a lo serial y en el riesgo en la construcción de historias y personajes con una clara hibridez moral pero también con una mezcla de géneros narrativos importantes. Tres hechos que ya encontramos en algunas de las producciones norteamericanas de los años 60 : ¿cómo no recordar a los ambiguos Jim West y Artemius Gordon en Wild Wild West?, ¿o el rancho de los Cartwright de Bonanza en el que solo vivían hombres?, ¿o al torpe superagente 86 de Get Smart creado por Mel Brooks?   solo por poner algunos ejemplos prácticamente atemporales y que supusieron una ruptura narrativa, ofrecieron personajes ciertamente críticos aunque salvaguardaran los géneros canónicos, especialmente el western y el thriller.

Unos planteamientos que potenciarán al extremo las producciones británicas de los años 60 en las que el riesgo temático va a ir parejo con el reflejo de una época en la que Gran Bretaña -Londres-  era el centro de la modernidad y también de los cambios generacionales. A la reivindicación de los autores teatrales y cineastas comenzada en los años 50 bajo el nombre de the angry young men y el free cinema seguirá en la década inmediata la época yeyé con The Beatles, la transgresión de Mary Quant y su minifalda, las reivindicaciones políticas de actores como Albert Finney o Stephen Frears y tres series emblemáticas de televisión: Doctor Who y sus viajes en el tiempo y el espacio enfrentándose a enemigos y reparando injusticias en su etapa clásica, The Avengers y su mezcla del cliché clásico británico encarnado por John Steel y la moderna mujer inteligente Emma Peel,   y The Prisoner.

Los sistemas de vigilancia en «The Village»

2.Un Gran Hermano kafkiano. La serie se inicia con la dimisión de un supuesto agente secreto del gobierno británico (Patrick McGoohan) por motivos que ignoramos quien, al regresar a su casa, es drogado despertando en «The Village», un lugar en el que todos sus habitantes son considerados como números, que son vigilados constantemente, en el que se da una uniformidad de comportamiento y pensamiento y del que no se puede salir gracias a la inefable colaboración de unas gigantescas bolas de color blanco (The Rovers) que engullen y adormecen cualquier tipo de disidencia/disidente. En este contexto se desenvolverá la trayectoria del díscolo Número 6 quien reivindicará de manera esencial su identidad personal (es famosa la frase «I am not a number, I am a free man») y la individualidad frente a la uniformidad marcada por unos gobernantes encabezados por el invisible Número 1 y su lugarteniente el Número 2. Una reivindicación personal que se alzará en contra de una policía del pensamiento un tanto particular como hemos mencionado y en contra de un régimen dictatorial basado en el control de la información conseguida por la anulación de la personalidad. Una anulación de la personalidad que no es, en absoluto, coercitiva sino lúdica (talleres artesanos, juegos masivos de ajedrez, bandas de música) y especialmente a través del uso de las drogas (LSD, evidentemente). Orwell conocerá, pues, a Kafka y según el propio McGoohan, director y guionista de buena parte de los 17 episodios, se encontrará con Brecht -una afirmación un tanto discutible- al intentar ser la crónica de una época, la de mediados de los años 60.

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La estética de la serie y los alucinógenos

3.La Psicodelia y la cultura de la época. No cabe duda de que, desde un punto de vista contemporáneo, la serie nos parece absolutamente ingenua; sin embargo, The Prisoner va a poner sobre la mesa -y criticar en algunos casos- los elementos que conforman la cultura psicodélica como proyección del estado psíquico y de la identidad cercano a la construcción de una hiperrealidad mental aumentada de manera esencial a través de la utilización de psicotrópicos. Así, la zona oscura que se encuentra entre la realidad y la alucinación va a estar presente en toda la serie ya desde los primeros minutos en que nuestro supuesto agente es drogado. La línea divisoria entre el sueño y la realidad va a alcanzar a una puesta en escena colorista que nos recordará extraordinariamente a producciones del rock psicodélico (de manera especial el Magical Mystery Tour de The Beatles, de 1967, o The Yellow Submarine de 1968 y el disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de 1967 ), al arte abstracto que será ampliamente satirizado en la serie o al nacimiento de la performance y de manera esencial el concepto de ambigüedad sexual y reivindicación política radical (que tuvo como momento esencial la edición de 1968 del Festival de Teatro de Nancy y las performances coprotagonizadas por James Fox y Mick Jagger).

4. La influencia posterior. Ni que decir tiene que podemos encontrar enormes paralelismos entre el tratamiento de la serie y otros productos contemporáneos aclamados como novedosos por la crítica tanto en su estética psicodélica (como The Congress de Ari Folman, 2013) , en planteamientos similares en cuanto a construcción de microcosmos ideológicos cerrados (como The Village de Night Shyamalan, 2004 y las distintas producciones transmediáticas con la vigilancia como protagonista esencial) y en líneas difusas entre la realidad y la hiperrealidad vigilada (The Truman Show de Peter Weir, 1998). La lista de ejemplos es inmensa, sin duda; sin embargo, no creemos que sea insignificante que justamente Ridley Scott y Christopher Nolan intentaran hace apenas siete años hacer una versión cinematográfica de la serie, algo que no consiguieron aunque sí pudimos ver en 2009 una versión de la misma como miniserie de seis capítulos (en una coproducción entre AMC-ITV) con premisas idénticas aunque con un desarrollo y finales muy distintos protagonizada por Ian McKellen como Número 2 y Jim Caviezel como Número 6.

La gran bola carcelaria, The Rover, es definidora de ambas versiones de la serie

5. El fenómeno fandom. Una serie no puede ser considerada de culto si no tiene adoradores. Algo que se fomentó desde los primeros momentos de la emisión de The Prisoner  por las audiencias y que culminó con la creación de la asociación oficial de seguidores de la serie en 1976, la Six Of One muy activa en las redes sociales y con la conversión del Hotel  Portmeirion Resort en el norte de Gales, lugar donde se rodó la serie,  en centro de peregrinaje de los fieles seguidores de Número 6. Os dejo la convocatoria de 2017 por si nos animamos a ir, después de ver la serie, claro está. El motivo del gran festejo organizado es claro: en 2017, The Prisoner cumplirá medio siglo de existencia. «Be seeing you».

 

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