Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Sabiduría y eternidad: homenaje a Agnés Vardá

Desde lo más personal, lamento mucho que la profesión recuerde a Agnès Varda como la abuela de la Nouvelle Vague. Nunca pensé que Godard fuera a ser padre de nada, ni que Scorsesse se vaya a convertir en un díscolo tatarabuelo de nadie. Me fascina la facilidad con la que la edad y el ser mujer te hace desaparecer con un título no cierto ni reclamado. Pues la única certeza es que la Varda fue pionera y no ha dejado de producir imágenes ni derrochar genialidad interrogando a la realidad. Podríamos decir, que “murió con la cámara puesta”, y con una de las evoluciones cinematográficas más reflexionadas, originales y llena de genialidades que se han escrito.

Probablemente, Agnès Varda será eterna. Y probablemente, una de las miradas más sabias de la narración cinematográfica. No por su longevidad, obviamente. Noventa años dan para mucho. Pero como necesitamos recordarnos siempre, no son las oportunidades lo que cuenta, sino lo que se haga con ellas.

En su trayectoria supo combinar la ficción con el ensayo. Supo realizar filmes profundamente políticos a la vez que subjetivos. Supo combinar el sentido de la individualidad con el de la trascendencia. Y para ello, el surrealismo y su original sentido del humor le fueron de gran ayuda. Sin dejar de ser grave, nunca. Huyendo de toda frivolidad. Siendo muy consciente de que la cotidianidad ha sido fuente y eje central de sus interrogaciones.

Con Cleo de 5 a 7 (1962) y con Sin techo ni ley (1985), escribe y denuncia desde la mirada feminista. Su denuncia política se expande a través de las curiosas vitalidades de sus protagonistas. En Cleo, cuando su mundo y la imagen a través de la que se ha identificado siempre se fractura y se ve obligada a mirarse al espejo, mirarse de frente, y así recomponerse. En el cuerpo de Mona, y su andar en desequilibrio constante. Síntoma perfecto del malestar de alguien que no quiere ser nombrada para no ser conducida constantemente. ¿Cómo se puede decir tanto con tal economía de los recursos narrativos? No es que defienda que las puestas en escena de Varda son austeras. Las recreaciones, escenificaciones, y las elipsis temporales forman parte de la escuela que nos deja. Para decirlo todo cuando huye de lo ya tan explicitado en el cine –el sufrimiento y la violencia- y que poco puede aportar a lo que importa.

Varda es el placer de la imagen por la imagen. El afán de testimoniar casi todo a través de un encuadre. A través de un filtro personal. A través de permitirse el lujo y el gusto de contar la vida a su manera. Con un humor magnético, y con grandes dosis de auto-parodia, que te empuja a querer todas sus imágenes. Les glaneurs et la glaneuse (2000), o los mil momentos en los que convierte a los gatos en protagonistas. Les platges de Agnès Varda (2008), donde el espejo le devuelve constantemente la verdad. Las complicidades, dudas, divagaciones y risas que comparte con Jean René en Visages villages (2019). La infinidad de cortometrajes que no tienen más pretensión que contar historias nada pueriles, por cierto –sino pregúntenle a Houmage a Zgougou-. Relatos en los que se cuestiona el valor de las imágenes, dónde juega y hace explícito su personalismo. Ese mismo personalismo que es el que la empuja a interrogar a la vida y hacer de las cotidianidades, excepcionalidades. Todo Varda vive de esta genialidad que no puede ser sin antes haberte construido como sujeto político.

Contemplar la vigencia de su subjetividad política, activista e interrogadora, es espectacular. En el corto Nuestro cuerpo, nuestro sexo (1972), lanzando obviedades, explica la lucha feminista.  En Varda by Agnès (2019), explicando lo elemental, defiende su cine, su herramienta política. Por eso Varda será, probablemente, eterna y sabia. Sus filmes ya forman parte del cine clásico. Ya son obras maestras del cine testimonial. Y con todo ello, del cine político. Sólo cuando la mirada es tan depurada, libre de barroquismos, pleno de simbolismos nada pretenciosos, se puede interrogar la realidad. Y Varda se gana a pulso esta trayectoria. Sabe jugar con lo que todo el mundo cree verdad. Y claro, no todo el mundo podemos ser Varda: la persona que concentra espacio y tiempo en su mirada.

 

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