Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Black Mirror» y “San Junipero”; Una vida eterna en el paraíso

Owen Harris repite en Black Mirror para dirigir el que quizás sea el episodio de tono más esperanzador en las tres temporadas de que consta la serie, si no el único que en cierto modo se desmarca del género de la distopía para acercarse a su antagonista: la utopía. En esta ocasión la acción se traslada a San Junipero (que casualmente también es el título de este cuarto episodio de la tercera temporada), una ciudad de marcada estética ochentera en la que dos chicas protagonizan un romance algo inverosímil. Al fin y al cabo se trata de Black Mirror; si no hubiera nada insólito su esencia primigenia se perdería por completo. ¿Pero, cual es el componente de extrañeza en esta ocasión?

La protagonista es Yorkie (MacKenzie Davis), una chica algo retraída que al inicio del episodio se encuentra en una discoteca llamada Tucker’s, en el año 1987. Es en este lugar donde conoce a Kelly (Gugu Mbatha-Raw), quién parece ser todo lo opuesto a ella, una chica sociable, totalmente cómoda, adaptada e inmersa en el ambiente nocturno de la ciudad. Pronto surge una fuerte atracción entre ambas; resulta evidente que esta tensión existe, y, sin embargo, Yorkie opta por escapar del acercamiento de Kelly.

Hasta aquí todo normal. Podría tratarse de una historia de amor en la que una chica que veranea en una ciudad de estilo californiano se enamora de una chica local. En ese caso, cabría suponer que Yorkie se muestra reticente con respecto a Kelly por tener un conflicto interior no resuelto en lo referente a su orientación sexual, y así terminaría por configurarse el que podría ser un episodio de cualquier serie de adolescentes de entre cuantas se cuentan en la parrilla televisiva. Sin embargo, en todo momento se percibe que hay algo más en juego en esta historia y que nada es tan evidente como pudiera parecer a simple vista.

Finalmente Yorkie y Kelly terminan pasando una noche juntas, tras lo que la primera será incapaz de encontrar a la segunda en la discoteca que ambas solían frecuentar. Es entonces cuando Yorkie pregunta a un conocido común sobre el paradero de Kelly, a lo que él le responde que tal vez debería probar en una época distinta. Así descubrimos que San Junipero es en realidad un lugar mágico, ya que es posible habitarlo en distintos períodos (los 80, los 90, o incluso en 2002, donde finalmente se produce el reencuentro entre ambas protagonistas).  Al parecer, este sería una suerte de resort virtual al que podrían cargarse las conciencian de las personan fallecidas, de tal modo que sólo el cuerpo moriría, pero no la esencia de la persona. Así, la inmortalidad se volvería una realidad.

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Kelly (izquierda) y Yorkie (derecha) en uno de sus encuentros en Tucker’s.

Yorkie sufrió un accidente 40 años atrás, y desde ese momento se mantiene en coma. Los doctores estiman que le quedan 5 meses de vida, y es por ello que ha optado por la eutanasia y una vida eterna en San Junipero. Sin embargo, no todo es tan fácil como pueda parecer, ya que para recibir la eutanasia necesita el consentimiento de unos padres cristianos que no están dispuestos a dar luz verde a esta vía, y que en su día tampoco aceptaron la orientación sexual de su hija, motivo por el cual tuvo el accidente que la postró en la cama de un hospital. En otras palabras, Yorkie quiere vivir, al fin, la vida que le fue arrebatada en su momento, y la tecnología del año 2040 (año real en el que se ambienta el episodio) haría esto posible.

La situación de Kelly es bien distinta. En su caso, ella padece un cáncer. Descubrimos que estuvo casada con un hombre, y que este murió tiempo después de perder a la hija que tenían en común, con gran sufrimiento debido a esta circunstancia. La intención de Kelly en San Junipero es únicamente pasar un buen rato, sin mayores complicaciones. Enamorarse no entra en sus esquemas, y de ahí que decida desaparecer en cuanto descubre que está empezando a albergar profundos sentimientos por Yorkie. Sin embargo, como ya he dicho, el reencuentro termina por producirse, y la llama del amor que sienten la una por la otra resulta no ser tan fácil de extinguir.

Algún tiempo más tarde la pareja se casa, con lo que Yorkie finalmente puede cumplir su sueño gracias a que Kelly da el consentimiento para que se le practique la eutanasia. El problema es que ahora Yorkie habita San Junipero las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, mientras que Kelly sigue en modo de prueba; una modalidad que restringe el tiempo que se puede pasar en este sistema de realidad virtual a 5 horas semanales. Bajo estas condiciones el tiempo que pueden compartir es más bien limitado. Pero el mayor conflicto se produce cuando Yorkie descubre que Kelly ha decidido aceptar su muerte y ser enterrada junto a su marido y su hija para así honrar su memoria. Tratándose de una serie como Black Mirror, cabría esperar que esta fuera la conclusión final, el tono pesimista y desesperanzador del que suele hacer gala esta producción. Sin embargo, esta vez estas expectativas se ven subvertidas, ya que cuando el espectador ya anticipa lo peor, termina por descubrir que Kelly efectivamente ha decidido ser enterrada junto a su primera familia en el mundo real, pero también entrar a formar parte de San Junipero para siempre, y compartir una vida junto a Yorkie.

Son muchos los puntos fuertes de “San Junipero” por los que se ha convertido en el episodio de la tercera temporada mejor valorado por un gran número de fans. La estética de las distintas épocas, que le aporta un toque de vivacidad y jovialidad prácticamente inédito en la serie, la banda sonora (destacando “Heaven Is a Place on Earth” de Belinda Carlisle, por su peso en la trama) o guiños como la aparición del popular videojuego de baile Dance Dance Revolution en una escena que transcurre en 2002, terminan de redondear un magnífico episodio. Que la historia de amor sea entre una pareja homosexual también tiene su relevancia, ya que permite reflexionar sobre la postura ultra religiosa de unos padres que anteponen sus creencias a la felicidad de su hija. ¿Seguirán existiendo ciertas posturas con respecto a las distintas orientaciones sexuales en 2040? Todo parece indicar que así será.

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Este es el aspecto del servidor donde se almacenan las conciencias que habitan San Junipero.

Pero, como de costumbre, lo más interesante es plantearse todas esas cuestiones de cariz científico-tecnológico que Black Mirror suele poner sobre la mesa episodio tras episodio. En esta historia, el tema que se pone de relieve es el de la inmortalidad, pero en este caso no se trata de una inmortalidad aplicada al cuerpo, ya que este efectivamente moriría, pero la conciencia permanecería para siempre, almacenada en una suerte de sala de máquinas gestionada por robots inteligentes. Resulta obvio que el punto positivo de semejante tecnología sería que, en principio, nadie tendría que morir. Cuando un ser querido muere, a menudo el sentimiento de pérdida está estrechamente relacionado con la sensación de que la esencia de la persona en cuestión, aquello que la hacía única (su forma de pensar, de expresarse, de estar, todos sus manierismos, etc.) han desaparecido para siempre de la faz de la tierra. El cuerpo es, pues, secundario; es todo lo demás lo que se echa en falta. Y, además, pudiendo emular la corporeidad en un sistema de realidad virtual de tal modo que las sensaciones sean las mismas que las obtenibles en el mundo físico, este problema se vería también resuelto.

Lo miremos por donde lo miremos, esta tecnología parece carecer de puntos flacos. Y aun así irremediablemente surgen una serie de preguntas. ¿Puede una conciencia humana permanecer para siempre? ¿Es posible vivir para siempre sin que esta se atrofie en el proceso? ¿Se puede mantener una relación sentimental saludable que se prolongue durante siglos, incluso milenios? ¿Estaría esta nueva tecnología a disposición de todos, sin importar nuestro estatus económico? Pero al final todo se reduce a una cuestión primordial ¿Es la inmortalidad verdaderamente deseable? En la cosmología de J. R. R. Tolkien, los hombres sienten envidia de la inmortalidad de los elfos, pero ignoran que estos, imperecederos, envidian a su vez la mortalidad de los hombres, ya que esta surte el efecto de dotar de un valor incalculable a cada momento vivido, pues todo es fugaz. Si eliminásemos ese factor de fugacidad, ¿cuál sería el peso real de cada vivencia?

 

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