Diez años del final de ‘A dos metros bajo tierra’
Esta semana se cumplían diez años de la emisión del grand finale de una las mejores series emitidas nunca: Six Feet Under, o A dos metros bajo tierra, como se la conoció en España. He creído oportuno, en este aniversario, compartir aquí algunos pensamientos sobre ella.
Después de más de 63 semanas (a razón de un capítulo por semana), terminé de ver A dos metros bajo tierra. Una serie que empecé, creo, hace más de diez años, en su primera emisión en La 2, con un horario errático y diferentes apariciones y desapariciones de la parrilla, y que finalmente terminé comprando en un enorme cofre que recopilaba toda la serie en dvd. Ahora, después de haber visto toda la serie, y algunos de sus episodios hasta tres veces, puedo decir que es una de las mejores producciones que se han hecho jamás para la televisión, si no la mejor.
No lo pude evitar, me despedí con tristeza de la familia Fisher, como de unos viejos conocidos, puesto que fueron muchos años de frecuentarlos, y un verdadero maratón de constancia el terminar la serie semana a semana. En este lapso de tiempo (más de un año), me habían pasado muchas cosas a nivel personal: mi relación de pareja se estabilizó, me mudé, e incluso me convertí en padre… Pequeñas cosas (o no tan pequeñas) que van sumándose y conforman nuestra vida, una vida que deberíamos agradecer y celebrar. Y esto es -y no otra cosa- el mensaje final de A dos metros bajo tierra.
Porque sí, la serie seguía la vida de una familia y su negocio familiar, una funeraria, y cada episodio empezaba precisamente por la muerte de alguien. La serie en sí misma es una gran meditación sobre la vida y la muerte, nuestras creencias, nuestras actitudes hacia ella. Es un largo tratado filosófico sobre la existencia y nuestras inquietudes vitales. Pero sobre todo, nos lleva a pensar en nuestra vida y a celebrarla como el don más preciado que tenemos.
[Atención, contiene spoilers sobre el último episodio]
El final de la serie es estremecedor, porque tras muchas muertes que, quizá, nos importaban poco, puesto que eran personajes anónimos sobre los que no se posaba nuestra empatía (y habría que verlo, porque hay algunos realmente interesantes: el soldado herido en la guerra de Kuwait, el anciano que conduce hasta la funeraria y una vez allí muere, el señor de color cuya mujer ha fallecido y el diálogo que se establece con los hermanos Fisher…), mostradas siempre con un acertado fundido en blanco, llega algo que no por estremecedor deja de ser natural: la muerte de los personajes que hemos seguido. Era lo más lógico en una serie con ese título: a eso le llamo yo ser consecuente hasta el final. Los creadores quieren terminar la serie precisamente mostrándonos la muerte de aquellos a los que hemos seguido durante cinco temporadas. El último capítulo es realmente magistral, el epílogo es una fenomenal obra maestra en la que, al mismo que vemos cómo Claire parte a la búsqueda de su destino, una serie de anticipaciones nos llevan al futuro para ver cómo terminaron su vida cada uno de los Fisher. Es un momento desgarrador, pero a la vez enfocado desde un punto de vista natural. Uno no puede evitar las lágrimas.
Sólo puedo decir tras esas 63 semanas que echaré de menos la casa de los Fisher y a todos sus miembros, y que os recomiendo fervientemente el visionado de la serie. Puede ser una serie larga, de un ritmo muy sosegado, y a veces dura (si eso lo consideráis objeciones), pero vale mucho la pena.
Filólogo, profesor en Secundaria, lector todoterreno, melómano impenitente, guionista del cómic ‘El joven Lovecraft’; bloguero desde 2001, divulgador y crítico de cómic en diversos medios (Ultima Hora, Papel en Blanco, etc.); investigador de medios audiovisuales y productos de la cultura de masas en RIRCA; miembro de la ACDC España.