Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

El joven Sheldon: reseña de los episodios 4 y 5

En esta ocasión, la estructura tripartita de los títulos de esta serie (que parece querer reflejar la estructurada mente de su protagonista ya desde pequeñito) se plasma en los correspondientes al episodio 4, con la enumeración que le da nombre, «Un terapeuta, un cómic y una salchicha»; y en los del quinto, que se llama «Una calculadora solar, una pelota y el pecho de una animadora».

Como he venido señalando en referencia a los episodios de El joven Sheldon comentados hasta ahora, el episodio cuarto sigue respetando la estrecha relación existente entre esta joven serie y su homóloga «adulta». De este modo, no es de extrañar que siga sirviendo para ir descifrando las claves que nos hacen entender mejor al Sheldon de The Big Bang Theory. En este caso, el argumento se centra en cómo surgió la aparentemente paradójica atracción de este superdotado por los cómics, producto cultural que se suele asociar con la literatura más bien popular, comercial e incluso de poca altura intelectual o calidad -esto no quiere decir que yo esté de acuerdo con esta visión. El comienzo de este episodio parece presentar una perspectiva de los mismos que va en esta línea que acabo de exponer, pero que resulta del todo incoherente con lo que sabemos del Sheldon adulto, pues el pequeño opina que los cómics no son sino libritos ilustrados para niños pequeños. La situación deja a los espectadores preguntándonos cómo puede decir eso, si el Sheldon que más conocemos es un fanático de estas publicaciones.

Pero, a medida que el programa avanza, nos damos cuenta de que, aunque, efectivamente, esa era su primera posición con respecto a los cómics, en algún momento hubo un punto de inflexión en que se convertiría en justo la opuesta. Así, esta atracción que resulta un poco chocante en el caso del grupo de científicos tan formados e inteligentes, que se vuelven locos cuando de cómics se trata (lo que hace que se produzcan situaciones cómicas); en el caso del Sheldon niño se presenta como una herramienta útil para él, que valora positivamente tras identificarse con los personajes de X-Men. Estos seres de ficción le ayudan, a su vez, a afrontar sus problemas de la vida real, incluso más que los de carne y hueso. Así, pues, el terapeuta al que los padres de Sheldon le llevan para tratar de hacerle superar su miedo a atragantarse no llega a ayudarles lo más mínimo -nos recuerda más bien al histriónico personaje del pastor religioso del episodio anterior. Y, sin embargo, compartir un rato de lectura de estos superhéroes con su peculiar amigo vietnamita -amante de los cómics- así como sus chuches -el primer alimento sólido que come después de todo un mes-, le hacen superar una de sus miles de fobias -que, por cierto, enumera el episodio.

El quinto episodio, «Una calculadora, una pelota y el pecho de una animadora», gira en torno a estos tres elementos. El entorno más cercano del jovencito se da cuenta de que su extraordinaria inteligencia puede resultarles rentable. De este modo, George Snr. saca provecho de los datos estadísticos que le facilita su hijo menor para sacar el máximo partido del equipo que entrena; su viciosilla abuela, usa sus conocimientos para tratar de ganar sus múltiples apuestas; y, colateralmente, su amigo vietnamita trata de beneficiarse de la popularidad de Sheldon para intentar integrarse socialmente entre la gente de su edad. Todos valoran los beneficios derivados de esta puesta en práctica de los conocimientos teóricos del jovencito, menos él mismo, que, ni aprecia el éxito social entre sus compañeros (incluidas las animadoras), ni los regalos de recompensa o agradecimiento que recibe (como una calculadora solar que su padre cree que le va a encantar pero que él encuentra del todo irrelevante -como era de esperar; o la pelota con la que el equipo del padre consigue ganar gracias a los consejos del pequeño, que también desprecia por estar sucia -como también era de esperar).

El punto de no retorno llega con la bajada de las calificaciones que recibe, como consecuencia del agotamiento que tiene como resultado de tratar de ayudar a todos. Esto da lugar a uno de los momentos cómicos del episodio, cuando Sheldon, tras obtener un B+ en un examen, se siente decepcionado de sí mismo y piensa que esto le puede llevar a ser en el futuro un drogadicto o un abogado, situando los dos finales al mismo bajo nivel. Así que, llegado a este punto, decide recurrir a su mejor defensora: su madre, quien, examen B+ en mano, va sermoneando a todos los que han dado lugar a esta bajada de notas, consiguiendo el más eficaz de los efectos posibles. A la abuela, además, Sheldon le hizo a propósito un pronostico de apuestas erróneo para terminar de fulminar sus constantes peticiones de consejo.

Hasta ahora, la crítica destaca que The Young Sheldon está aprovechando la estela de fama que le aporta The Big Bang Theory más que aportando algo realmente sustancioso y original a nuestras pantallas. Para ello, se basan en que el programa no se complica ahondando en temáticas conflictivas que saca a la luz para dejar inconclusas -algunas de las cuales ya he comentado-; y que se centra demasiado en el protagonista, sin dejar espacio al lucimiento del resto de sus personajes, como por ejemplo los demás miembros de la familia Cooper. No obstante, yo no estoy del todo de acuerdo con estas críticas. Respecto a la primera problemática, considero que la televisión no tiene por qué responder todas las cuestiones que pueda suscitar, sino dejar que la audiencia reflexione de manera autónoma sobre ellas. Y en relación al hecho de enfocarse especialmente en este «niño prodigio», creo que tiene todo el sentido, dado que la serie incluso lleva su nombre: es sobre el joven Sheldon. Además, creo que sobre todo las mujeres de la serie van tomando solera y juegan un papel muy importante, como podemos ver en los de Mary (madre de Sheldon) y Meemaw (cuyo desmarque de la típica abuelita hace que sea mi personaje favorito y, sospecho que lo es de más de uno). Para terminar, creo que la serie es divertida, que está bien hecha (atraen sus imágenes, colorido, guiños a los ochenta…), y que, a medida que sus episodios avanzan, cada vez (me) gusta más.    

 

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