Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

¿Estábamos preparad@s para Ricki?

Cuando se estrenó el pasado mes de agosto, la campaña comercial de la película de la que hoy les hablo advertía: “Prepárate para Ricki”. Vista la fugacidad de su presencia en las salas de cine, se diría que no hicimos demasiado caso.

Con la costumbre de sus trabajazos y sus innumerables nominaciones para los premios más conocidos, parece que una espera que todo lo que lleva el nombre de Meryl Streep en su lista de intérpretes sea un bombazo de taquilla y un enorme éxito de público. Sin embargo, Ricki and the Flash ha pasado más desapercibida de la cuenta.

Empecemos por los datos objetivos: es una película comercial dirigida por el “oscarizado” Jonathan Demme (El silencio de los corderos) y la también galardonada con un Óscar Diablo Cody, celebrada guionista de Juno. La protagonista es nuestra divina Streep, que por supuesto no está sola: la acompañan su hija Mamie Gummer (que no debe tenerlo fácil con el precedente de mamá), el duro-venido-a-tierno Rick Springfield y el casi siempre gracioso pero aquí serio y estirado Kevin Kline. Interpretan respectivamente a una vástaga con el corazón roto, un amigo con derechos que se gana a pulso el puesto de compañero y un ex-marido afortunado con una vida muy convencional. Pero, ¿y Ricki?

Vamos a la lectura personal e intransferible que yo hago para que ustedes la valoren: el papel que hace Streep es el de una mujer madura que huyó de las tradiciones familiares y se fue a la tierra prometida persiguiendo un sueño. Tras años en Los Ángeles intentando hacerse un hueco en el mundo del rock, tiene un trabajo precario en un supermercado, un apartamento minúsculo con vistas a la nada y un bar donde cada noche echa a volar con su banda. El suyo es un mundo pequeño que algunos verían como lleno de fracasos y miseria.

madrehija

Cuando su ex-marido llama a Ricki porque su única hija (los otros dos descendientes son varones con serios problemas con su progenitora) ha intentado suicidarse, ella acude al grito de auxilio e intenta volver a hacer de madre en un lugar que no es su hogar y entre una gente que ya no la reconoce como una de los suyos.

La historia no es tremendamente original, y la película no tiene escenas espectaculares al estilo de las grandes producciones. Sin embargo, la química entre madre e hija traspasa la pantalla y la maestría de Streep en la construcción de un personaje femenino como hay pocos bien vale una entrada de cine, incluso con IVA del 21%. Esa es la razón fundamental por la que estoy escribiendo esta reseña.

En un momento, como revela el Test Bechdel (o un visionado aleatorio de cualquier material fílmico que se les ocurra, en realidad), en el que las protagonistas femeninas tienden a ser floreros decorativos o, si consiguen ser heroínas, nunca lo son más allá de los treinta, Ricki es una perdedora con agallas que se convierte en modelo de mujer luchadora. Con todas sus contradicciones (después de sus esfuerzos para ser libre nos cuenta que ha votado a Bush dos veces, y nos sale un poquito de urticaria), es alguien que se ha atrevido a soltar amarras, a decir que no, a poner sus proyectos vitales por delante de todo lo demás, y a llenar de dignidad una labor artística que casi nadie aprecia. Y ella lo sabe. Ahí reside su poder… al mismo tiempo que su desgracia.

Si todo el guión de Diablo Cody es feminista, el monólogo de Ricki sobre qué pasa cuando una mujer quiere ser Mick Jagger no tiene precio. Si la historia entera es una carta de amor al rock and roll, la confesión de la protagonista de que regala música porque es lo único que tiene y saber hacer no puede dejar de conmover a cualquiera que haya disfrutado en un concierto. Si habíamos visto a Meryl Streep hacer maravillas con acentos, gestualidad y lenguaje corporal, ahora sabemos que ha aprendido a tocar la guitarra y que canta “American Girl” de una forma que hace imposible que no se nos muevan los pies. Yo, lo confieso, me compré el CD con la banda sonora al día siguiente de ver la película, y me desgañito en mi coche cada vez que suena “Drift away”.

Ricki and the Flash merece la pena por muchas cosas, pero yo la incluiría sin duda en una lista imaginaria de “películas para promover la igualdad que todo el mundo debería ver”. Porque Streep es una actriz comprometida con la causa. Porque su personaje es de carne, hueso, sangre y lágrimas. Porque ofrece una narrativa alternativa al amor romántico engañabobos hollywoodiense. Porque las masculinidades que vemos no tienen nada que ver con las convencionales, que tienden a violentas. Porque Diablo Cody es una antigua stripper y actual escritora feminista. Porque las canciones de Lady Gaga se convierten en otra cosa en boca de Meryl. Porque la vi con una comadre y salimos del cine con lazos más fuertes de lo que entramos. Porque el mundo no estaba preparado para Ricki, pero necesita estarlo. Cuanto antes.

 

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