Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: visiones del futuro (II)

Con esta segunda entrada del «RIRCA recomienda: visiones del futuro», reincidimos en la naturaleza tan fantástica como terrorífica del porvenir con algunos otros ejemplos.

Aitor Fernández de Marticorena Gallego: The Architect (Kerren Lumer-Klabbers, 2023)

No hay que irse demasiado lejos para encontrar visiones del futuro. Podemos acudir a grandes epopeyas de ciencia ficción, a galaxias lejos del planeta Tierra o a sociedades postapocalípticas, pero, a veces, basta con un vistazo a los próximos años para comprender qué debería preocuparnos en el presente. Este es el caso de Arkitekten (traducido por The Architect), una miniserie noruega de la mano de la prácticamente debutante Kerren  Lumer-Klabbers con dos reclamos. Primero: tener apenas 4 episodios de apenas 20 minutos cada uno. Segundo: ser del año pasado, 2023. Es, entonces, una obra rápida y enfocada en un tema tan reciente como lo es el constante aumento del precio de la vivienda. Para ello, Lumer-Klabbers acude a una Oslo en un futuro cercano donde, emulando el modus operandi de las distopías, el sistema controla a la población a través de dos sistemas: la alta vigilancia y la clara división socioeconómica entre las personas con vivienda y aquellas que viven de alquiler, estos últimos siempre al límite de convertirse en sintechos.

De The Architect vende su premisa: la protagonista, Julie (Eili Harboe), es una becaria en un estudio de arquitectura cuyo salario irrisorio no le permite pagar el alquiler. Tal es la situación que termina viviendo en un garaje donde cientos de sintechos han montado habitáculos de ocho metros cuadrados, con bajos recursos y apenas intimidad. No solo Julie trata de solucionar sus problemas financieros; su ex Marcus (Fredrik Stenberg Ditlev-Simonsen) y la nueva novia de este, Nina (Alexandra Gjerpen), harán frente a las inclemencias del sistema a su particular manera: cobrando indemnizaciones del seguro para pagar la cuota mensual (mediante autolesiones) y seguir manteniendo las apariencias en sus círculos sociales. Lumer-Klabbers solo necesita 75 minutos para desarrollar una historia tan intrigante como demoledora: con cada episodio, Julie, Marcus y Nina pierden una parte de su humanidad hasta culminar todas las tramas en un clímax amargo.

Filmada con tonos asépticos, clínicos, The Architect es, a pesar de su premisa, una comedia negra. En ocasiones, su dirección recuerda a la de The Office (NBC, 2005-2013): somos espectadores silenciosos en escena, y nos vemos retados a reírnos de las desgracias de Julie, Marcus y Nina mientras sus expresiones se mantienen impertérritas en pleno zoom. Lumer-Klabbers es consciente de que la serie es amarga y, a modo de analgésico, emplea la acidez: secuencias en las que uno se ve obligado a reír por no llorar. Y es que The Architect no se deja llevar por el pesimismo. En sus últimos minutos, ofrece un pequeño rayo de esperanza. El recordatorio de que los seres humanos son, a pesar de todo, éticos, y de que quizás no se pueda vencer al sistema, pero sí retener la humanidad de cada uno en el proceso de fagocitación del capitalismo.

Patricia Trapero: Rollerball (Norman Jewison, 1975)

En 1975 se estrenaba la película Rollerball dirigida por Norman Jewison. Titulada en España e Hispanoamérica como Un futuro próximo, el film nos introduce en el Rollerball, un deporte global y extremadamente popular consistente en el enfrentamiento entre dos equipos cuyos jugadores que van sobre patines y que están casi literalmente acorazados deben introducir el mayor número de bolas metálicas imantadas en un área de inserción situada en el campo de juego. Un espacio en forma de arena similar a un velódromo en el que los jugadores deben dejar fuera del juego al mayor número de contrincantes para poder conseguir la victoria utilizando la violencia extrema si es preciso pero siempre bajo unas reglas estrictas. La financiación de los equipos corre a cargo de corporaciones ultranacionales. En estas coordenadas se sitúa la historia de Jonathan E. (James Caan), jugador ya mayor y veterano del equipo de Houston,  mundialmente conocido y seguido por un público que lo idolatra tanto dentro como fuera del terreno de juego

Esta mínima presentación del film introduce los elementos con los que Jewison en una contemporaneización del esquema del panem et circenses romano presenta la voluntad de control de una población fácilmente manipulable por parte de las corporaciones económicas a través de un icono deportivo con el que esta se identifica. Evidentemente el conflicto Rollerball se sitúa en el momento en la Energy Corporation, financiadora del equipo de Houston, decide proponer a Jonathan la retirada del deporte para ofrecerle un programa televisivo desde el que el jugador podrá «convencer» a la población de las bondades de un nuevo orden dictatorial corporativo. Así, las condiciones de la oferta a las que se unen amenazas privadas al jugador para que la acepte suponen la toma de conciencia de Jonathan acerca de la esencia/finalidad real del juego rechazando a la corporación aunque eso suponga su aniquilación. Ni que decir tiene que esos intentos suponen en la cinta la ampliación de la violencia en los distintos partidos del torneo y la transformación de Jonathan en mito.

De este modo, el esquema aparentemente deportivo de Rollerball se transforma en un retrato espeluznante de la creación de iconos sociales que, conveniente situados en medios de comunicación masivos, pueden crear un estado de opinión favorable para la instauración de políticas (sean del tipo que sean) ligadas a intereses normalmente ocultos. Una premisa más que arriesgada para la década de los 70  que no aleja excesivamente de la realidad posterior en la que los deportistas (y celebrities en general) son los nuevos dioses del Olimpo como modelos a seguir, por una parte; y también planteada en películas y sagas que, a pesar de no tener esencialmente este punto de partida argumental, sí llegan a la misma conclusión, por otra parte. A los anuncios habitualmente de marcas de ropa y perfumes carísmos como Invictus de Paco Rabanne nos remitimos en el primer caso y a Gladiator (Ridley Scott, 2000) o The Hunger Games (2012-2015) en el segundo, solo por poner dos ejemplos de esquemas parecidos al  mensaje planteado en el film de Jewison que va a ser desdibujado en la versión firmada por John McTiernan en 2002 a favor de las imágenes de la brutalidad del juego. Así, ese «futuro próximo» que se planteaba como una ficción especulativa distópica en 1975 forma parte de una realidad que leemos o vemos en las noticias diarias o en la ideologización (sea del signo que sea) en debates y cadenas televisivas por no hablar del impactante grado de consentimiento social a la manipulación también sea del tipo que sea. No está nada mal revisionarla, como tampoco recuperar una película coetánea como es Network, ese «mundo implacable» que nos presentó Sidney Lumet en 1976.

 

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