Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Se veían unas hermosas partículas brillantes. «Un año, una noche» (Isaki Lacuesta, 2022)

Cuando acabaron los tiroteos y abandonaron la sala, en el cielo se veían unas hermosas partículas brillantes suspendidas en el aire. Más tarde supieron que procedían de los restos de pólvora y de los vapores de los cuerpos. Una imagen bella, rebosante de tragedia.

La noche del 13 de noviembre de 2015, Ramón y Céline, una joven pareja, se encontraban en el local Bataclán de París. Durante el atentado terrorista, ambos lograron, cada uno por su lado, refugiarse en el camerino de los músicos, pero al salir de ahí, no volverían a ser los mismos.

Un año, una noche (2022), el último largometraje de Isaki Lacuesta, es la adaptación cinematográfica de Paz, amor y death metal (2018, Tusquets Editores) libro de no ficción y autobiográfico en el que Ramón González narra su experiencia como víctima y testigo del atentado yihadista contra la sala de conciertos Bataclán de París que padecieron 130 personas.

La pareja se aleja de Bataclán deambulando por las calles de París, abrazados bajo las mantas doradas de emergencias, como dos fantasmas

Esta narración no merece ser representado con virguerías ni morbo alguno, sino con mucha comprensión, sensibilidad y, sobre todo, objetividad. Isaki Lacuesta, Isa Campo y Fran Araujo, sus guionistas, lo saben de sobra. El tono del film es medido cuidadosamente, incluso en las escenas que relatan el ataque, buscando ser cercano al documental y tratando de no exceder su dramatismo. 

No veremos a los atacantes, ni a los cuerpos. El fuera de campo sirve para mantener la violencia lejos, pero no solo de forma piadosa, también como una amenaza latente que no abandona y acompaña por horas, meses y años a los personajes.

Son las consecuencias de estar entre un grupo de personas mientras alguien dispara indiscriminadamente las que se extienden por la mayor parte del metraje, siendo más centrales que el atentado en sí mismo. El largometraje da muestra del proceso posterior de dos personas a quienes les cambiaron la vida y cuya forma de afrontar su nueva condición de víctimas es muy diferente.

Celine (Noémie Merlant) es la viva imagen de la negación y la represión emocional. Bajo su rostro serio que pretende normalidad, se alberga una profunda tristeza que se niega a expresar y sentirse vulnerable. Ni siquiera le cuenta a sus padres, ni a sus compañeros de trabajo o amigos cercanos la conmovedora tragedia que ha vivido.

En contraposición, Ramón (Nahuel Pérez Biscayart), tras un acontecimiento tan traumático que le provoca una ansiedad y depresión severa, cae en un mar de dudas y reconsidera toda su vida. Todo deja de tener sentido; la relación con su pareja empieza a desmoronarse y sus prioridades profesionales cambian.

Los momentos de crisis y los recuerdos del atentado no se recogen en una narración lógica, lineal y consistente, sino fragmentaria, descartando el montaje cronológico. En consecuencia, la producción se muestra fiel a la naturaleza caótica e imprevisible de los recuerdos de las víctimas. Retales de imágenes y sonidos en los que el tiempo se dilata o contrae evocan su dificultad y su dolor.

La historia oscila entre la superposición del pasado, la terrible noche, y el presente, colmado de monotonía, que se extiende a lo largo de un año entre reuniones de amigos, viajes en pareja y largas jornadas de trabajo

La tarea de los actores no es fácil al requerir de sutiles matices y mucho control emocional para encarnar a las víctimas. Su dolor debe ser apreciado en gestos diminutos, en su cansancio y sus miradas tristes, aunque pretendan sonreír. Es sobre todo en los primeros planos en los que casi podemos ver lo que los personajes piensan y sienten, que, en numerosas ocasiones, no es aquello que dicen.

El tiempo pasa, la vida sigue, tienen lugar los atentados de Niza en verano de 2016, y llegamos el primer aniversario de los atentados —a manera de cierre personal para los personajes—, pero, entre medias, lo que ha ocurrido es la nada que ha perforado completamente la vida de la pareja.

Cabe comentar que, avanzada la trama, la película termina por perderse y, a medida que se acerca el final, el guion va decayendo. Pareciera que todo ya ha sido dicho y puede hacerse tedioso el alargamiento del film para tratar de dar un cierre satisfactorio a la historia.

En definitiva, atendemos a un mosaico de imágenes que nos conducen del dolor a la esperanza, del desengaño a la catarsis, de lo particular a lo universal para conocer el miedo en todas sus formas. Es una obra que, aunque nos sumerja en un tema incómodo, desde la honestidad, no rechaza hablar de las consecuencias, del trauma, de la vida cuando es invadida por el terror y de los resquicios de amor que quedan cuando las emociones han sido arrasadas.

 

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