Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Serie “Merlí” (TV3, 2007): creando conciencia crítica en jóvenes adolescentes

En una sociedad en la que de cada vez las humanidades parecen tener un menor peso, a pesar de la necesidad de los humanistas para, por ejemplo, ayudar a implementar en lenguaje en inteligencias artificiales, la filosofía parece ser el eslabón perdido pese a su función esencial en la sociedad de crear una conciencia crítica a los estudiantes, en pro de materias que tienen una mayor facilidad a la creación de empleos que sean susceptibles de generar mayor producción o riqueza. El valor humano parece quedar en un segundo o, incluso, en un tercer plano en esta estructuración.

Ahora bien, la serie “Merlí” precisamente se concibe como una serie televisiva de TVE3 y que posteriormente ha sido también incorporada en la plataforma Netflix que vela por existencia y supervivencia de la filosofía en una sociedad en la que parece que no puede ni cuestionarse el statu quo. En la actualidad de nuestros días, la serie puede entenderse a partir de las enseñanzas y del método de Merlí Bergeron, el profesor de filosofía (inicialmente deshauciado que encuentra una vacante como suplente de filosofía en el instituto de secundaria donde estudia su propio hijo) que es el personaje central en el que pivota la serie. El acto de pensar es una constante rutinaria en nuestras vidas como estudiantes, trabajadores, madres, hijos y cualquier persona. El “yo observador”, la necesidad de incentivar la curiosidad desde la infancia y la investigación en adolescencia y juventud son los primeros pasos y vías en los que la educación en filosofía puede conducirnos a aumentar el conocimiento y la comprensión de nuestra realidad y sus problemáticas.

Así pues, Merlí Bergerón pretende motivar a sus alumnos a que piensen desde las acciones cotidianas a partir de métodos pocos convencionales que serán señalados por sus propios compañeros de trabajo. Su forma de trabajar los contenidos curriculares es, en efecto, polémica y un arma de doble filo entre lo permitido y lo prohibido – si es que puede hablarse en términos de prohibición dada la libertad de cátedra – rehúye de un enfoque metodológico que se base en la memorización y la reproducción sin sentido de la vida y obra de los autores más relevantes de la filosofía universal.

De este modo, Merlí como protagonista se posiciona como un antihéroe en tanto que hace de sus defectos de persona común y corriente sus mejores virtudes, aquellas que son precisamente las que atraen a sus estudiantes porque les plantea, a su clase, “els peripatètics” problemas de su vida cotidiana con los que hace un ejercicio de empatía, apelando a sus intereses y sus gustos y también las situaciones realistas con las que un adolescente puede empatizar, tales como su inicio en la vida sexual, su orientación sexual, las relaciones sexuales, la masturbación pero también la amistad, la solidaridad, la enfermedad psicológica, el autismo, la violencia, bullying y ciberbullying. Su método que algunos tildarían de poco ortodoxo y transmitido a partir de un lenguaje crudo y directo introduce una forma de enseñar filosofía que recurre a la paráfrasis y al imaginario común. Es decir, desde un conjunto de enunciados teóricos de un filósofo por clase, una disciplina práctica en tanto que se plantean casos que ellos mismos pueden experimentar (desde Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Sócrates, Schopenhauer, Foucault, Epicur…). No obstante, en ocasiones la faceta de Merlí profesor y su capacidad de motivación a los alumnos por la curiosidad y visión crítica entra en conflicto con su faceta de Merlí como persona egoísta, en cierto modo algo conflictivo y polémico y déspota, además de no ser demasiado atento como padre en los primeros capítulos de la temporada.

Enseñanzas de Merlí. Reflexiones

Cada estudiante presenta un problema habitual que implica un aprendizaje necesario para superar ese tránsito hacia la madurez y hacia la búsqueda de su propia identidad, esbozando un escenario donde se encuentras personajes que forman parte típica de un instituto. Pol Rubio digamos que encaja dentro del personaje del “chulo” y en un primer momento la serie juega con estereotipos para acabar desmontándolos. Pol no saca buenas notas porque, según él, le cuesta mucho, tiene la estética de macarra y de guaperas pero debajo de esa imagen se esconde un joven incomprendido que debe hacer frente a su orfandad de padre y madre y a la necesidad de ayudar económicamente a su hermano y a su abuela y, además, debe enfrentarse a que su hermano le tilde de inútil por estudiar y no aprobar.

Por su parte, Gerard es un adolescente infantil sobreprotegido por su madre Gina – con la cual Merlí tendrá una relación sentimental, después de tener también relaciones con una compañera de trabajo y desatar la polémica por ello – que odia a su padre por el dolor que éste provocó a la madre. No consiente, al principio, que su madre rehaga la vida con otro hombre y recurre a rabietas para tratar de evitarlo, sin éxito. Iván Blasco será el representante del estereotipo del “friki” que padece agorafobia y tiene miedo de salir de clase, vive en su propia caverna platónica en la que Merlí va a darle clases para tratar de ir trabajando en sus complejos y conseguir que, paso a paso, vaya superando su fobia.

Bruno y Pol

Joan es el “empollón” de clase, bueno, comprometido, compañero y solidario y un alumno ideal. No obstante, siente que su propia casa es una prisión en la que la asfixia se hace de cada vez más grave. Las vías de escape acaban siendo su acto de “rebeldía” de hacerse un piercing y la de asistir a una fiesta sin el permiso de su padre (su figura más autoritaria) y acabar con un coma etílico. En su caso, Bruno es el hijo de Merlí. Es bueno y justo, es reservado y no encuentra el modo ni el momento más adecuado para salir del armario y ese peso le vuelve más irritable e incluso violento. Está enamorado de su gran amigo Pol y desde esa premisa se dibujan otras tramas interesantes.

 

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