Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

“Stranger Things 2”, la nostalgia de los años 80, ahora en un contenedor más grande y oscuro

La nostalgia de los años 80 ha calado bien hondo en la cultura popular actual. El resurgir de la saga Star Wars, el reciente lanzamiento de Blade Runner 2049, o el desarrollo de videojuegos indie como Crossing Souls (o de videojuegos indie, en general), son solo ejemplos de una tendencia que en 2016 encontraba en los hermanos Matt y Ross Duffer a dos de sus mayores valedores. Se trata de los creadores de Stranger Things, una serie cuya primera temporada maravilló a público y crítica y que ha vuelto manteniendo las mismas premisas, pero más grande y más oscura. La estética de la década representada se hace notar una vez más en el vestuario, los peinados cardados, o los barrios residenciales que emulan a los de la época. Las referencias culturales son múltiples y variadas; las figuras de acción de He-man, las series televisivas como Punky Brewster, los videojuegos Dragon’s Lair, Dig Dug o Centipede (a los que los protagonistas infantiles juegan, como no podía ser de otro modo, en el arcade local), o la tecnología, representada por los walkie-talkies o las cámaras polaroid, están a la orden del día.

Retomamos la acción aproximadamente un año después de los acontecimientos ocurridos en la primera temporada, en el mismo lugar: el pueblo de Hawkins. Si algo debemos destacar de Stranger Things 2 es el salto presupuestario que ha dado respecto a su predecesora, lo que ha permitido a sus creadores ofrecer un espectáculo visual y cinemático mucho mayor. En general, en esta ocasión todo cuanto acontece se manifiesta en pantalla a una escala superior, a lo que se le añade un nivel de oscuridad también más elevado, dando lugar a una trama mucho más adulta que va en consonancia con unos protagonistas más maduros. Si la amenaza de la primera temporada era el Demogorgon, ahora el antagonista adopta una dimensión mucho mayor e infinitamente más temible. Se trata del “Mind Flayer”, un abominable ente de proporciones lovecraftianas y de cabeza sospechosamente similar a la del alien de Riddley Scott, cuya mente funciona como una colmena, permitiéndole controlar a otros seres menores con los que se encuentra conectado en todo momento. ¿Cómo es esto posible? Peculiaridades del multiverso.

La sincronización del estreno de esta nueva temporada con la celebración de Halloween es todo un acierto, ya que, de hecho, a lo largo de los primeros episodios se ve representada esta festividad. Dustin (Gaten Matarazzo), Mike (Finn Wolfhard), Lucas (Caleb McLaughlin) y Will (Noah Schnapp) aparecen ataviados como los cazafantasmas, en un claro guiño a la película que se estrenó el mismo año en el que se ambienta la acción, 1984, algo que queda patente en todo momento. Otro ejemplo de esto lo encontramos en los carteles plantados en el jardín delantero de las casas del barrio habitado por los Wheeler y compañía, en clara referencia a las elecciones presidenciales que se celebraron aquel mismo año, con Ronald Reagan y Walter Mondale como candidatos a la Casa Blanca. Y es que el nivel de mimo con el que los hermanos Duffer recrean la época es encomiable y hará las delicias de los más nostálgicos.

Dustin, Mike, Lucas y Will aparecen ataviados como los cazafantasmas durante la fiesta de Halloween.

Pero la mayor virtud de esta nueva temporada la encontramos en la evolución y desarrollo de los personajes ya conocidos y en la aportación de las nuevas incorporaciones. Entre ellas se encuentran la recién llegada Maxine (Sadie Sink), apodada “Mad Max”, nombre inspirado en el mítico filme homónimo de 1979, quien luchará por hacerse un hueco en el grupo ante las reticencias de Mike, que de algún modo seguirá ejerciendo de líder no declarado del grupo de jóvenes protagonistas. Max será la pieza central de un triángulo amoroso en el que Dustin y Lucas son los dos otros integrantes, y que no encontrará su desenlace hasta el baile final que cierra la temporada; uno de los clichés clásicos de las producciones de la época que no podía faltar.

Junto con ella, llega desde California a Hawkins su hermanastro Billy (Dacre Montgomery), que aporta la estética del glam rock de la época, con entrada triunfal en el instituto de Hawkins, en coche y con la canción “Rock You Like a Hurricane” de Scorpions, sonando a todo volumen. Esta estética se entremezcla en escenas puntuales con música del género thrash metal, con el álbum Kill ‘Em All de la banda Metallica como referencia más destacada. El personaje de Billy viene a ocupar el lugar del abusón adolescente pasado de rosca, reemplazando así a Steve Harrington (Joe Keery), pero llevando sus transgresiones a otro nivel. Pero  incluso en el caso de un personaje de comportamiento innegablemente despreciable como lo es este, los hermanos Duffer se guardan un pequeño espacio para ahondar en los motivos que han podido conducirlo a tomar esta senda. Esto demuestra la voluntad de los creadores de desarrollar personajes redondos que entrañan cierta complejidad emocional.

Por su parte, Steve es en esta temporada uno de los que salen más reforzados, protagonizando una de las tramas principales junto a Dustin, y ejerciendo (con gran éxito) de canguro de este y sus amigos. Esta es una de las partes más interesantes, con el entrañable Dustin encontrando una figura de hermano mayor en la que respaldarse, en lo que termina por convertirse en un auténtico bromance. La química entre ambos actores es brutal, y debemos hacer mención especial a la escena en la que tratan de encontrar a Dart, una cría de Demogorgon fugada que Dustin encontró y adoptó como mascota. En ella, ambos caminan por las vías de un tren, emulando aquella imagen icónica de Stand by Me (1986). Ambos personajes se encuentran por accidente en un momento de soledad, y acaban configurando como por arte de magia una de las mejores tramas, proporcionando al espectador grandes dosis de humor, pero también algunos de los momentos más entrañables de la serie.

Dustin y Steve comparten una de las tramas más potentes de esta segunda temporada.

A destacar también el dúo formado por el jefe de policía Jim Hopper (David Harbour) y Once/Jane (Millie Bobby Brown), que comparten algunas de las escenas más intensas a nivel interpretativo. Ambos son muy temperamentales, lo que provoca algún que otro choque de trenes, aunque esto no impide que la emotividad se dispare en otras tantas escenas, en las que nuevamente nos encontramos con el motivo de la figura protectora, encarnada esta vez en Hopper. Aunque bien es cierto que el personaje magistralmente interpretado por Millie Bobby Brown es uno de los más maltratados a nivel emocional, también es sin duda el más poderoso, y su crecimiento personal en esta temporada es descomunal. Descubrirá sus raíces y el auténtico potencial de sus habilidades en una escapada urbana que la llevará a adherirse a un grupo de jóvenes inadaptados y marginados por la sociedad, entre los que se encuentra su hermana Kali (Linnea Berthelsen), que ejercerá de su particular Yoda. Juntos formarán un grupo callejero de estética similar a la de las bandas de Los amos de la noche (1979). “Eleven” deberá decidirse entre el lado de la luz y el oscuro, convirtiéndose así en Jedi o en Sith, en una trama que recuerda, y mucho, a la protagonizada por Luke Skywalker (Mark Hamill) en El imperio contraataca (1980) y El retorno del jedi (1983).

El nivel interpretativo de las escenas protagonizadas por Hopper y Once («Eleven») es elevadísimo.

En cuanto al personaje de Will, al que vimos poco en la primera temporada, en esta ocasión adopta un protagonismo más activo, pero sigue ejerciendo de víctima. Parece que su papel sigue siendo el de escudo del grupo de amigos, ya que recibe golpes que le inhabilitan, dejándole en una situación de dependencia total frente al resto. Entre estos se encuentra una nuevamente brillante Winona Ryder en el papel de Joyce, una auténtica madre coraje, en esta ocasión respaldada por su compañero sentimental, el bonachón cerebrito Bob, interpretado por nada más y nada menos que Sean Astin, el actor que dio vida (además de a Samsagaz Gamyi en la trilogía de El señor de los anillos) a Mikey de Los Goonies (1985), una de las películas canónicas sin las que Stranger Things no sería hoy una realidad.

A su vez, Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) emprenden un viaje con el objetivo de honrar la memoria de su amiga Barb (Shannon Purser), que cayó víctima del Mundo del Revés (sí, “The Upside Down” suena bastante mejor). En el encontrarán el apoyo de Murray Bauman (Brett Gelman), un dedicado (e hilarante) investigador de lo paranormal que no tendrá ningún reparo en respaldar su cruzada contra el doctor Owens (Paul Reiser), nuevo director del laboratorio de Hawkins en el que solía operar el malvado doctor Brenner (Mathew Modine). Y, como cabía esperar, el romance estará garantizado.

Una de las grandes virtudes de Stranger Things es poner sobre el tablero a un grupo de parias o inadaptados y lanzar un mensaje potente y claro: todo saldrá bien, y nada está perdido. Valores como la amistad, el amor o el poder de la imaginación son auténticos protagonistas, y en esta segunda temporada todos ellos se ponen de manifiesto nuevamente, pero en esta ocasión menos edulcorados, lo cual es de agradecer. Al ver a niños y adultos alrededor de una mesa elaborando una estrategia para derrotar a un apabullante poder proveniente de otra dimensión, como si de una partida de Dungeons & Dragons se tratara, no podemos evitar llegar a la conclusión de que Stranger Things es, ante todo, una oda a la fantasía. Solo nos queda recomendar el documental Beyond Stranger Things, disponible también en Netflix, en el que los actores son entrevistados en detalle acerca de los pormenores del rodaje de esta segunda temporada, y, como no, esperar a la tercera entrega. Quizás una visita al salón recreativo más cercano contribuya a hacer más llevadera la larga espera.

 

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