Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

The Book Club: ¿sombras demasiado largas?

Basta con echar un ojo a este blog, en el que distintas personas con distintos gustos e intereses escribimos sobre ficción audiovisual, para darse cuenta de que la sombra de la ya mítica “Sex and the City” (HBO 1998-2004) es muy, muy alargada. No es para menos, pues como bien argumenta Isabel Menéndez Menéndez en sus publicaciones, con esta propuesta, HBO demostró al mundo entero que las mujeres, más allá del melodrama, del drama romántico, o del enclaustramiento, existimos. Tanto en la vida pública, como en la industria del ocio. Tanto para poder protagonizar ficción televisiva de calidad, como para demostrar que el sexo, el éxito, y los cocktails también son mujer. Y claro está, como pioneras a la vez que reveladoras de nuevos estilos de vida femeninos, los devenires de Carrie Bradsow y amigas, crearon escuela.

Tal es así que, hoy por hoy, y en términos generales, reconocer la inspiración o la herencia de “Sex and the City”, supone un reclamo y reconocimiento para algunas ficciones dirigidas a los públicos femeninos. Sea para celebrar o sea para contestar la genial inversión de HBO. Lo mejor es que, a estas alturas, en las que la distancia nos da perspectiva, no importa si las temporadas finales de la ficción televisiva y sus adaptaciones a la gran pantalla nos entusiasmaron porque nos permitieron gozar del cielo abierto –heroína pilla al héroe, disfruto de mi éxito, por fin me nombran desde las pantallas de cine- o defraudaran por excesivas -hiperomanticismo, hiperclasismo, hiperblanquismo, hiperbarroquismo newyorker-. Del mismo modo en el que ya no importa si alguna vez nos reconocimos como detractoras acérrimas o leales incondicionales. Basta, simplemente, reconocer su escuela. Y en este reconocimiento es cuando se desata la gran interrogación: ¿cuanto bien nos ha hecho que nuestra (la de las mujeres) entrada por la puerta grande al “mundo de los (hombres) mayores” fuera Sex and the city”?

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Hablábamos de las mil versiones que se han escrito para la gran o la pequeña pantalla basadas en «Sex and the City», y del valor que esto supone. Recordar que la ‘madre’ de las ficciones femeninas tiene casi 20 años ayuda. Pues parece mentira que, aun hoy, la ruptura siga estando ahí: en demostrar que las mujeres, y de un modo ancestral diría yo, siempre hemos tenido una pulsión sexual y una afición al vino fenomenales. Pero lo mejor, o lo peor, no es demostrar esto. Hecho que, por otro lado, supone hacer frente a una machirulismo totalmente ingenuo (¿¡¿¡En serio no sabían que nos gusta beber y pardalear?!?!). Lo mejor, o lo peor, es ver cómo nos las apañamos para contar esto. Teniendo en cuenta, claro está, que vamos a contarlo en un mundo y una industria que, más allá de haber cosificado y domesticado a las mujeres, habla un idioma que, en casi nada, ha contemplado o aprendido del universo femenino. Véase que, a estas alturas, nos cuesta horrores escribir heroicidad en femenino.  Y aquí es donde lo que consideré como hacer frente a un “machirulismo ingenuo”, se convierte en un hacer frente a un “titán macho” que ya tiene previsto cómo y en qué dosis se puede contar el mundo de las mujeres.

Con “Sex and the city”, la industria nos dio permiso para normalizar el éxito, y alardear de conquistas y orgasmos. Y entonces, de un modo lógico y natural, pudimos contar también nuestros deseos eróticos. O más bien, se nos dio permiso para poder participar, así sin falsos ocultismos o imposturas de gozar de literatura erótica de culto, de lo que se espera de nosotras a la hora de experienciar la erótica femenina. Y “50 Shades of Grey” (E.l.James) abrió el cielo de la industria otra vez y rompió esquemas en lo que al best seller se refiere. Tan denostada como celebrada, la trilogía literaria y cinematográfica supuso la celebración o la recompensa a nuestro ostracismo del orgasmo femenino. Esto sí, con dosis y dosis de la masculinización transhistórica del sueño femenino: romanticismo y placer sumiso en su máxima expresión. En ningún caso, otra vez, se trata de apuntarnos al si nos gustó o lo aborrecimos. Pues si bien la normativización es lo que se naturaliza al convertirse en un éxito de masas (femeninas) sin precedentes, también libera, rompe esquemas, y supone un respiro el no tener que leer literatura erótica basada en desparrame de flujos masculinos.

Candice

Así de ambiguas las cosas, el filón está abierto. Hablar del sexo, el placer, el ocio, y el éxito de las mujeres es ya un producto mercantil en sí mismo. ¿Y cómo no explotar este filón?; ¿Cómo no alargar las sombras de “Sex and the city” y de “50 Shades of Grey” y abrirla a otros públicos? Insistimos, tanto para rechazarlas o celebrarlas. Ahí está “Girls” (HBO, 2012-2017) que con su rechazo a las sombras alargadas de las cuatro neoyorkinas más famosas del plantea, buscó públicos femeninos jóvenes confusas y enfadadas  –herederos del WASP- para proponer una estilos de vida a la deriva a los que, claro está, les gusta beber y dan por sentada la vivencia libre de los cuerpos. Y ahí está “The Book Club”(Bill Holderman, 2018), qué celebrando la escuela -con cameo de E.L.JAmes_, extiende los tentáculos de la industria a la búsqueda de mujeres mayores que redescubren, gracias a la lectura de “50 Shades of Grey” lo que acertadamente Jane Fonda, en la vida real, llama “el último acto de nuestras vidas”.  Lo que ocurre es que, como en casi todo, cuando la fórmula se repite y se exprime dentro de un marco normativo que aún hay que trabajar mucho para que se despoje del transhistorico masculino, ésta se torna redundante. Y más que redundante, paródica que no irónica. 

Si en Girls nos hartamos de ver sexo explícito por la tan premeditada sobre exposición de la protagonista que, al querer reivindicar el orgasmo en un cuerpo no normativizado y usar el desnudo como muletilla subversiva para manifestar los devenires paranoides y fatalistas de las protagonistas, en “The book club” asistimos a una infantilización de las protagonistas. No creo que fuera el deseo de la industria, claro está. Pero no puedo dejar de pensar que “The book club”, al final, no es más que una suerte de propuesta reaccionaria que nos recuerda que las mujeres, por más maduras, profesionales, exitosas y realizadas que seamos, aun somos ingenuas en casi todo.

bochorno

No quisiera decir que “The Book Club” no tiene momentazos, y que en ocasiones no plantee verdades como puños cómplices con las mujeres. Pero, no por cuestión de remilgos precisamente, abochorna un poquito ver como la lectura de “50 shades of Grey” las abochorna y les prende fuego a la lívido. Parece como si en su senectud, las vidas y las luchas de estas mujeres que, por cuestión generacional, se hicieron a sí mismas apenas sin referentes, ahora vean sus vidas cuestionadas, sermoneadas, y hasta ridiculizadas por un supuesto juvenil (no tan juvenil pues “50shades of Grey” buscaba al público mama-más de 30 años) que pauta la liberación sexual que tanto hemos deseado. Y no sólo la liberación sexual, claro está. Pues el romanticismo heterosexual es el que legitima esta liberación. Sin amor no hay plenitud sexual, amigas.

Entonces, en manos de mujeres a quiénes desde el principio del film ya hemos identificado como inexpertas o patosas en cuestiones de sexo, la parodia está servida. No sabemos si el film nos dice que “a la vejez viruelas”, y que la pulsión sexual nunca muere; o más bien nos plantea a modo de cuento de hadas que la cuestión romántica nunca muere, y que todas vamos a ser salvadas, incluso en el “último acto de nuestra vida” por un hombre que nos devuelva la confianza en nosotras mismas.

 

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