Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

The Good Wife: Nunca subestimes el poder de una ama de casa.

Debo confesar que The Good Wife me enganchó desde el primer instante. También debo confesar que, hasta el momento, sólo he tenido la suerte de ver las tres primeras temporadas. Pero a pesar de que aún no conozco como evoluciona el entramado de relaciones que se establecen entre los personajes principales y secundarios de esta serie, que presumiblemente narra los entresijos de un buffet de abogados de Chicago, debo confesar que mi objeto de fascinación es el personaje de Alicia Florrick .

Sí, presumiblemente, esta ficción televisiva se plantea como la típica serie de abogados en la que se nos narra las no siempre nobles y éticas estrategias del ejercicio de las leyes, que tanto se ha profesionalizado en Estados Unidos; en la que se resuelven casos llevados al límite, y que nos hacen reflexionar acerca de lo   delicado de la justicia; en la que su guión instrumentaliza crítica y políticamente las instrucciones la fiscalía del estado y demás instituciones jurídicas, con unos resultados que llegan a escocer en nuestras conciencias; y en la que se nos cuenta los vericuetos internos de un bufet en crisis protagonizado por un corolario de personajes jugosos, ambiguos, ávidos en tretas y preñados de secretos. Pero más allá de todo esto, la serie va de relaciones de poder. Y Alicia Florrick, a mi entender, protagoniza uno de los trayectos más interesantes encarnados por una mujer en una serie de ficción. Un trayecto en el que observaremos su capacidad de modelar unas relaciones de poder creadas y gestionadas desde su propio saber hacer, y desde las que desafía lo que el título de la serie nos viene prometiendo: el manual de la buena esposa.

Desde el minuto uno del primer capítulo, Alicia Florrick es la protagonista. Una ama de casa que sufre la humillación de ver como su marido no solo debe ingresar en prisión por la mala gestión como procurador de Cook County (Illinois), si no que además debe confesar y pedir disculpas en público por las infidelidades mantenidas con una trabajadora sexual. Y aquí viene el primer regalo: mientras ella participa de este bochornoso acto de perdón social ante decenas de cámaras y periodistas, no puede evitar fijarse en que un hilo se desprende de la chaqueta de su marido. Un hilo mal puesto. Un hilo que afea la perfección de lo que hasta hoy fue su marido, su vida, y su posición social. Sin poderlo evitar, y en un acto totalmente inconsciente, fruto de su aprendida e interiorizada rutina doméstica, su mano se aproxima con lentitud a la imperfección para pulir lo que no ha dejado de ser su tarea cotidiana en la ultima década: el ejercicio de la dedicación que se realiza desde lo oculto, desde lo doméstico, desde la discreción. No en vano este momento pasa ante nuestros ojos a cámara lenta, observando como ella se tiende a aferrarse a su seguridad mientas que a nosotras se nos pone cara de estupefacción. Estupefacción que quedará equilibrada después, cuando ya recogida en los pasillos y en privado, Alicia le espeta un bofetón a su marido como precio a su servicio prestado. Es en este momento en el que Alicia Florrick emprenderá y aprenderá su propio ejercicio del poder.

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El desarrollo de Alicia como personaje, que irá transformándose ante nuestros ojos como una heroína inusual, es nuestro segundo regalo. Poco a poco iremos viendo como su personaje pone en crisis todos los arquetipos y prejuicios con los que habitualmente son representadas las amas de casa. En este sentido, el personaje pone en valor las competencias que Alicia ha ido adquiriendo como ama de casa. Sobre todo dos: el silencio y la cara de póker, si se me permite la expresión. Pero no estamos hablando de un silencio e inexpresión de carácter sumiso, abnegado, o callado por falta de ambición. Si no que hablamos de una posición hierática propia de una persona que antes de actuar, antes de dejar mostrar sus opiniones, sentimientos, y contradicciones, prefiere ver como se desarrollan los acontecimientos. Hablamos de la grave expresión de alguien que ha hecho del silencio impuesto a las amas de casa una arma, una estrategia. Hablamos de alguien que ha aprendido a moverse en un ámbito menospreciado socialmente como es el doméstico. Y quizá éste es el gran secreto de la serie y del personaje: que pone en valor la capacidad de gestión de alguien que ha aprendido las reglas del juego y que ahora es estratega. Este es su poder, subvertir lo que lo que se espera de ella para convertirse en una luchadora.

La narración pone en paralelo la evolución de sus habilidades profesionales con el modo en que resuelve e intenta recomponer su privacidad, sus relaciones sentimentales y su papel de madre. Sus matices como personaje evolucionan lentamente, hasta llegar a un punto en que irá perdiendo su carácter impávido hasta mostrar una agencia profesional y sexual no exenta de equivocaciones y contradicciones. Lo más interesante, es que Alicia no protagoniza un trayecto plano. La confusión, la inseguridad, el celo con el que se expone públicamente y su instinto de protección se ponen en juego constantemente con sentimientos de ambición, fortaleza, deseo sexual, sofisticación y profesionalidad que, gracias a los prejuicios sociales, nunca pensamos que pudieran forman parte de los valores y objetivos personales que se le supone a una buena ama de casa. Presunciones sociales que en The Good Wife se lanzan como boomerangs que destrozan el imaginario y el orden social aprehendido tras tantos años de santificar a las madres, esposas y amas de casa. Pues suponer que las good wifes no tienen ambición, no hacen trampas, o que su hedonismo es letárgico a efectos permanentes, nos pone evidencia como espectadores y espectadoras. Y suponer que la abnegación es el único camino a la salvación moral, y que la santificación de los personajes derrotados públicamente los hace libres, también.

Tal como uno de los abogados con los que ella se enfrenta le espeta “Oh Dios, nunca subestimes el poder de una ama de casa”

El tercer regalo: ver las dos temporadas que me faltan!

 

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