Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«The Man in the High Castle» (Amazon 2015-)o la virtualidad de la historia

Es evidente que los veranos, aparte de para descansar lo que cada uno  puede, sirven para ponerse al día de producciones de las que habías oido hablar pero que no habías visto. Este es el caso que vuelve a ocupar este post y con una confesión semejante a la que hice en el caso de The Bletchley Circle, nuestra reflexión lleva un cierto retraso. Y decimos «cierto» porque todavía se está a tiempo de ver las dos primeras temporadas, de diez episodios cada una, antes del inicio de la tercera en este mes de noviembre.

La serie The Man in the High Castle , creada por Frank Spotnitz —colaborador de Chris Carter en The X-Files y Millenium  así como creador de Medici: Masters of Florence— es una producción de Amazon bajo la tutela de Ridley Scott,  basada en la novela homónima de Philip K. Dick de 1962. Un nombre que es en sí mismo un referente ineludible en la ficción audiovisual y, de manera especial, en la contemporánea. Basten ejemplos como las icónicas Blade Runner, Total recall o Minority Report que han sido trasladadas directa o indirectamente al cine y a la televisión, y, recientemente  Philip K. Dick’s Electric Dreams (Channel 4/Amazon/ BBC Four, 2017) en un formato de antología de textos del autor en diez episodios de visionado más que recomendable. Unos sueños eléctricos que en The Man in the High Castle nos situarán en 1962 en Estados Unidos sumergiendo al lector en una ucronía en la que los aliados han perdido la II Guerra Mundial, los vencedores nazis y japoneses se han repartido los continentes y países en los que aplicarán sus respectivas cosmovisiones e ideologías en una especie de alianza extraordinariamente tensa. Este escenario se trasladará a los Estados Unidos, en el que la costa Este estará bajo el dominio nazi, los estados del Pacífico pertenecerán a Japón y habrá una zona intermedia que no neutral, en el que se pondrán en evidencia  los recelos políticos entre ambos. En este escenario actuará una resistencia más o menos organizada para la que será esencial la lectura de un libro, The Grasshopper Lies Heavy, de un autor del que solo se conoce su pseudónimo —The Man in the High Castle— que relatará una «verdad histórica» que nada tiene que ver con «la real».

La imagen más icónica de la serie y de su estética híbrida
La imagen más icónica de la serie y de su estética híbrida

Las líneas y personajes esenciales de la novela de Dick se trasladarán a la ficción televisiva en la que deambularán dentro del más puro género del thriller político los integrantes del «Greater Nazi Reich» con sede en Nueva York encabezado por John Smith (Rufus Sewell) quien, como su homónimo del siglo XVI, será el primer líder del asentamiento nazi en los Estados Unidos; y el místico y pacifista ministro de comercio Nobusuke Tagomi (Cary-Hiroyuki Tagawa) quien tendrá su némesis en el perverso jefe de Kenpeitai japonés Takeshi Kido (Joel de la Fuente) en los Estados del Pacífico. Igualmente asistiremos a las distintas intervenciones y relaciones entre los miembros (verdaderos o infiltrados, voluntarios o involuntarios) de la resistencia encabezados por Julianna Crain (Alexa Davalos), Frank Frink (Rupert Evans) y Joe Blake (Luke Kleintank) quienes lucharán por la difusión de unas películas documentales realizadas por un desconocido «The Man in the High Castle».

La literatura será sustituida por el cine en la ficción televisiva
La literatura será sustituida por el cine en la ficción televisiva

Como no podría ser de otro modo, las actuaciones de todos ellos estarán relacionadas con la lucha por el poder y la sustitución de un moribundo Adolf Hitler, por una parte; y por intentar evitar (o no) un conflicto bélico entre las dos superpotencias que controlan el mundo, por otra parte. La traslación de esta «hipotética ucronía» a la Guerra Fría de los años 60 no resulta en absoluto complicada ni para los espectadores contemporáneos ni para los lectores del texto de Dick. Y es que justamente dos serán las características esenciales de la propuesta The Man in the High Castle. La primera, la traslación de las acciones de los argumentos a la contemporaneidad de las audiencias de tal manera que se produce la subversión del esquema del what if esencial para la constitución de las ucronías. Al espectador contemporáneo no le cuesta establecer relaciones —solo por poner algunos ejemplos básicos— entre la carrera armamentística-más-que-nuclear y tecnológica, la década de los 60 y su repetición en la contemporaneidad; ver en el intento de magnicidio que aparece en la serie un recordatorio de las circunstancias que rodearon al de de John Kennedy, incluyendo el color del vestuario; o trasladar las acciones de los departamentos de escuchas telefónicas de ciudadanos privados a la última década. Una ucronía presentada por Dick que, como casi todas las propuestas de sus obras, han ido cumpliéndose escrupulosamente. La segunda de ellas, es el extremo despliegue de virtualidades que se produce en la serie donde las audiencias entrarán en la creación de hiperrealidades, realidades alternativas, falsas realidades (o no) y juegos temporales a través de las imágenes de los documentales por los que se pelean las dos superpotencias y que son suministradas con cuentagotas en las dos temporadas emitidas hasta el momento. Unas imágenes que transformarán lo que podría ser simplemente una serie conspiranoica en un auténtico mind game. Un aspecto más que relevante en The Man in the High Castle y especialmente en un momento en que las guerras mediáticas y propagandísticas de la contemporaneidad se centran en las fake news y en lo que se ha dado en llamar postverdad.

Joel de la Fuente como el jefe del servicio de espionaje japonés
Joel de la Fuente como el jefe del servicio de espionaje japonés

Todos los elementos que hemos señalado y que son definidores de la serie van a ser trasladados en una puesta en escena absolutamente demoledora y oscura. Desde la primera secuencia, The Man in the Castle va a sumergir al espectador en un estado anímico y físico de extrema desazón sin apenas darle un momento de respiro o de descanso ante el banco de imágenes y conceptos suministrados: la violencia extrema de los nazis norteamericanos en sus acciones e ideología va a oponerse al mantenimiento del «american way of life» de sus dirigentes y adeptos; la aparente espiritualidad y placidez del sector japonés va a desembocar bien rápidamente en una sordidez y crueldad extrema con la población y una voluntad de asimilación hacia la cultura occidental en su clase adinerada y advenediza. Una dualidad que, en cualquiera de los casos, va a significar una escalada en la animalización de los estratos en el poder —sea del bando que sean— en esta ucronía que no se aleja excesivamente ni de la realidad histórica ni de la realidad alternativa que se supone que se nos está narrando. El what if va a sustituirse, en el imaginario colectivo por esto sucedió, esto está sucediendo y esto puede llegar a suceder; una linealidad histórica que contemplamos, con protagonistas diferentes, en los espacios informativos de cualquier cadena televisiva nacional o internacional. De ahí la extrema contemporaneidad de The Man in the Castle.

Ni que decir tiene que pensamos que es obligatorio el visionado de una serie muy arriesgada estética y conceptualmente. Una serie que va a entrar, como hemos comentado, en su tercera temporada y con una cuarta ya confirmada. Lo cierto es que The Man in the Castle no es de fácil digestión, pero no por sus imágenes, sino porque pone ante nuestros ojos los conceptos de un pasado histórico no tan lejano que está empezando a repetirse o, si se prefiere, mutando hacia comportamientos políticos —y a veces sociales— más que preocupantes por su similitud con los que narra la ucronía de Dick-Spotnitz. Una serie extraordinariamente crítica que no deja —o no debería dejar— indiferente al espectador.

 

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