Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Tous les garçons et les filles. «Girasoles silvestres» (Jaime Rosales, 2022)

En su séptimo largometraje, Jaime Rosales da un giro a su cine, suavizando sus formas y su narrativa experimentales, para estudiar la masculinidad desde la mirada femenina, sumándose a la denuncia de comportamientos machistas, propios de nuestras sociedades patriarcales, que mortifican y atormentan a las mujeres.

La película es un estudio de las relaciones afectivas a través del viaje personal de una joven madre

Atendemos al viaje, físico y psicológico, de Julia (Anna Castillo), una joven de clase obrera y madre de dos niños cuyas decisiones, siempre marcadas por su carácter enamoradizo y apasionado, chocan frente a unos hombres, en sus tres variaciones, de Barcelona a Melilla, encarnando la violencia, el maltrato, la irresponsabilidad y la inmadurez, que nunca están a su altura como amante ni como madre responsable.

La primera relación que conocemos es la que establece con Óscar (Oriol Pla) que ya desde su primer contacto no inspira mucha confianza. No parece tener gran interés por nada más que por Julia. Sin oficio ni beneficio y bastante conflictivo, poco a poco va enamorando a la joven. Ambos sienten un amor apasionado e intenso, que rápidamente se convierte en tortuoso y violento. Arrebatos, exigencias, promesas, celos, posesividad salen a relucir a través de unos diálogos realistas y potentes, excelentemente interpretados, en secuencias muy bien resueltas con la cámara. Destacando el uso de primeros planos fijos con paneos entre uno y otro personaje.

Las muestras de violencia se entrelazan con los afectos que Julia teje con la gente que ama: su padre, su hermana, sus hijos, sus relaciones sentimentales antes de que se abismen, aportando confort a un relato, y al fin y al cabo, una realidad, estremecedor.

Tras esa trágica y penosa experiencia, Julia decide mudarse con su expareja y padre de sus hijos, Marcos (Quim Ávila), la persona a la que recurre cuando todo marcha mal. Este reside en Melilla y está en el Ejército. Co-escrito junto a Bárbara Diez, el guion describe aquí la falta de comunicación en la pareja, la inmadurez y el miedo al compromiso.

A medida que pasan tiempo juntos, Julia empezará a plantearse si su pareja es la persona que realmente necesita a su lado

Al no encontrarse en el mismo punto de sus vidas, Julia regresa a Barcelona con sus hijos donde, tras una breve temporada soltera, se reencuentra e inicia una relación con un antiguo compañero del colegio, Álex (Lluís Marqués). Él encarna la opción «inteligente», el menos problemático de los tres. Mejor posicionado socialmente, apoya a Julia en sus deseos y necesidades aunque, a menudo, ambos no logren comprenderse.

El determinismo social es un elemento determinante en la historia y, en cierto sentido, este está planteado desde un punto de vista clasista. Aquellos con menos posibilidades son los que perpetran los maltratos a sus parejas por la ausencia de educación, fomentando un discurso relativo a que cuánto más dinero y estudios tengas, «mejor» hombre serás, más atento, cariñoso y comprensivo serás con tu pareja.

Aunque en una relación al fin estable, Julia se encuentra permanentemente sometiéndose a los deseos y exigencias de su pareja, por lo que tienen un hijo en común sin que lo desee. Ceder ante la voluntad de sus amantes masculinos por más de una década, sume irremediablemente a la joven madre en una depresión y ansiedad severas.

Rosales, por lo general, creador de obras duras y ásperas, tal vez, en busca de públicos más amplios, nos ofrece su película más cercana, pero, lo cierto es que sigue manteniendo la misma distancia con sus personajes que en entregas anteriores. También mantiene su predilección por la división capitular y por las elipsis bruscas. La puesta en escena, naturalista y flexible, es siempre atenta al paisaje y su topografía. De igual manera, sin filtros ni artificios, las interpretaciones brillan con una Anna Castillo que sostiene toda la película sobre sus hombros y unas actuaciones masculinas impecables.

El final nos esperanza, puede que Julia empiece a mirar por sí misma

Estamos ante una película que no es plana, tiene varias lecturas y obliga al espectador a reflexionar, ya sea en favor o en detrimento de la obra. Para algunos se tratará de una película polémica, en la que tan solo verán un saco de clichés sobre «las nuevas masculinidades», y, para otros, estarán ante un veraz retrato de la realidad.

A mi parecer, no corre el riesgo, al que algunos aluden, de reducirse a un discurso ideológico —relacionado con la violencia de género y la falta de compromiso en la paternidad— que para nada simplifica el gran retrato de una mujer resiliente que esta película supone. Ambas lecturas no son en absoluto incompatibles: la fragilidad es empoderadora. Y además, querer alejar una producción audiovisual, artística, en definitiva, de su contexto, y, en consecuencia, de cualquier interpretación sociológica, carece de sentido.

Acercándonos al desenlace del film, entendemos que su decisión final no representa tanto un gesto de resignación como uno de resistencia, un acto de fe que la empuja a seguir creyendo en sí misma. El futuro es incierto, pero Julia tiene la mirada puesta en la búsqueda de su lugar en el mundo y de ese amor real, que no verdadero.

 

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