Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Train to Busan»: una mirada de Asia sobre los zombis

En el pasado festival de Sitges, una de las películas que más buenas palabras se llevó entre crítica y aficionados fue Train to Busan (2016), del surcoreano Yeon Sang-ho. La trama cuenta la historia de un virus letal se expande rápidamente por Corea del Sur, provocando violentos altercados. Los pasajeros de un tren que viaja de Seúl a Busan viven el despertar de esta terrible infección mientras están en intinerancia y tendrán que luchar por su supervivencia. Sí, efectivamente la cinta se circunscribe al género zombi que parece no haber tocado teche pese a que su boom se inició ya hace unos quince años. Pero en esta ocasión lo interesante de esta propuesta es una revisión del género desde una perspectiva nueva: la del cine oriental.

Train to Busan forma parte de un díptico del director, junto a la película de animación Seoul Station, sobre la infestación y posterior zombificación de la capital coreana, trama cuyo telón de fondo está referido a las desigualdades sociales. Yeon Sang-ho es capaz de sintetizar los rasgos del género más evidentes para crear un brillante ejercicio narrativo. Las deudas con Romero son evidentes, pero estos zombis, más que muertos vivientes, pertenecen a la subespecie de infectados que el éxito de 28 días después (Danny Boyle, 2002) se encargó de popularizar: criaturas que reviven en apenas segundos y cuya forma física es letal y salvaje.

¿Y por qué resulta tan interesante esta película? Primero, porque, como decíamos, es un brillante ejercicio narrativo que no da un respiro al espectador. La tensión sólo va en ascenso, corriendo en paralelo con ese tren en el que están los protagonistas, incapaz de detenerse. Los efectos están muy bien implementados y la física de los muertos vivientes es tremendamente realista. Los personajes, aunque caen un poco dentro de los estereotipos que el cine asiático suele utilizar, están bien trazados y poseen fuerza.

train2Train to Busan es una película de género, pero en el fondo, como casi todas ellas, quiere lanzar un mensaje.  El director quiere enviar una crítica social. En este caso, es un mensaje familiar: aquí, la protagonista, aunque no lo  parezca, es la pequeña Soo-ahn.  Su padre, Sok-woo, es un hombre de negocios que no tiene tiempo para su hija. Lo que vivirán en el tren hará que la relación entre padre e hija cambie profundamente y el adulto se replantee sus prioridades hasta los últimos extremos. Aquí, igual de peligrosos que los zombis que asedian el tren, resultan los políticos y los que toman decisiones, que no dudan un momento en hacer cualquier tipo de sacrificio para salvar su propio pellejo. Cuando el caos se apodera de la pequeña microsociedad que es el tren de alta velocidad en el que viajan los protagonistas, no hay lugar para la improbable seguridad que puedan dar las instituciones: la salvación sólo vendrá dada por las iniciativas individuales de miembros corrientes de la sociedad. En una caracterización parecida a la del maestro Romero, dirigentes y zombis son retratados con la misma falta de escrúpulos: incapaz de ver más allá del instinto, guiándose por sensaciones primarias hacia sus presas.

A pesar de esa crítica tan acerada de la sociedad, el mensaje de Yeon Sang-ho es bastante optimista. Al final de la cinta, el director podría haber acabado de una forma análoga a la de Romero en La noche de los muertos vivientes (1968), en una resolución sin supervivientes enunciando una sombría lectura de la sociedad que critica. Pero Sang-ho decide no hacerlo, y dar una oportunidad de redención a los protagonistas.

Train to Busan, a pesar de la tosquedad o lo inverosímil de algunas situaciones, queda como un magnífico ejercicio de género que señala la capacidad de otras miradas cinematográficas sobre temas ya muy gastados.

 

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