Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Treu Foc

 

Descubrir Mallorca como escenario idílico para el crimen, es algo excitante. Ante el sentimiento de pérdida que induce el temor de que vivir en la isla, cada vez más, es un ejercicio de supervivencia económica; y ante la sensación de que, irremediablemente, tendimos a una desgaste paulatino de la identidad isleña tan idiosincrática, descubrir que la mallorquinidad tiene solera criminal, es un gustazo.

No se me vaya a entender mal. Dicha criminalidad no es ni derivación ni consecuencia de la ‘incursión’ económica y cultural mencionada. Además, no es nada que se desee ni que sea deseable. Lo fascinante es que este abolengo criminal se descubre gracias al buen uso y la recuperación de una memoria histórica que de algún modo actualiza y reasigna la identidad de Sa Roqueta de una manera digna y brillante. Sobre todo, si tenemos en cuenta que esto contribuye a bloquear el temor de que Mallorca pueda perderse en entre los ‘anglicismos’, ‘alemanismos’, ‘italianismos’, ‘suequismos’,’ norueguismos’ o cualquier giro lingüístico o cultural que insufle un sentimiento de inferioridad cultural.

A modo de metáfora, el detonante de la ficción es más que revelador. Miembros amputados de un hombre se descubren por toda la ciudad. Como si de la esencialidad mallorquina se tratara, el ejercicio de reconstrucción de del crimen recuperará la memoria de la isla como una fuente de resolución. Con un aire nada adoctrinador o marisabidillo, la referencialidad al poso cultural mallorquín es constante. Conocer el origen y significado de expresiones tan propias como “Què en som jo de la mort d’en Berga?” (“¿Qué sé yo de la muerte de Berga?), expresión que la insularidad usa para defenderse de cualquier rumor o acusación. Descubrir el motivo por el que en Palma, cada setiembre, los vecinos de los barrios “Canamunt” y “Canavall”, baten un duelo de agua al sol. Usar la culpabilidad con la que fueron tratados los “Xuetes”, descendientes de los judíos convertidos al cristianismo y que durante síglos fueron estigmatizados, fruto de la aplicación de una supremacía religiosa inquisitorial, para fundamentar una cultura del poder mallorquín basada en crímenes y conspiraciones.  Manera más que estimulante de revitalizar la memoria histórica ante el riesgo de su dilución o de que se celebre, casi siempre, de una forma culinaria y folklorica. 

Cabe decir, y celebrar, que “Treu foc” es un ejercicio de género muy intersante. Si bien es verdad que los personajes, a veces, resultan un tanto encorsetados o hiperbólicos  –hace falta controlar el exceso de mala leche-, lo maquiavélico de la trama y la puesta en escena de los crímenes despierta inquietud, temor, angustia, y grandes dosis de incomodidad. No es extraño que, a veces, y salvando todas las distancias, nos resuene a Seven (David Fincher, 1995). Y no es extraño que, a veces, perdamos el hilo de la trama por quedarnos atrapados en lo formal. Su tono azulado, gélido, sobrio y contenido, contrasta con el exceso, el sudor, y los colorines de un sufrido veraneo perpetuo, tono por el que ahora la isla tiende a darse a conocer al mundo.

Final Treu Foc

Llevamos dos temporadas y está en marcha una tercera. Hay que ver “Treu Foc”. Si no para cultivar ‘lo nostro’, sí para disfrutar de un producto de producción modesta que luce como si no lo fuera.

 

 

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