Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Vivre est une impossibilité collective». El infierno según Gaspar Noé en «Climax» (2018)

En el año 1968, miles de espectadores eran partícipes de una de las mayores experiencias visuales de la historia a manos de una de las piedras angulares del cine. Sí señores, hablo de Stanley Kubrick y su obra maestra 2001: A Space Odyssey.

Cincuenta años después, Gaspar Noé nos invita (nunca mejor dicho) a vivir una terrorífica experiencia con su nueva obra, Climax, un verdadero descenso al infierno.

Poster promocional de Climax que, en boca de Noé, invita a la gente a atreverse a ver su nueva obra

Noé juega constantemente con alegorías, movimientos de cámara imposibles, luces, color, música y sonido; para crear una completa vivencia que apelará a todos nuestros sentidos.

El director argentino siempre ha sido conocido por ser un provocador y por no tener pelos en la lengua al hablar de temas controversiales como el sexo o las drogas. En esta ocasión nos introducimos en la fiesta que un grupo de bailarines hacen en su último día de ensayo antes de su esperada competición. Todos disfrutan de la comida, la bebida y la música hasta que se dan cuenta de que han sido envenenados con LSD a través de la sangría.

Posiblemente Climax sea la obra más reivindicativa de Noé al hablar acerca de una gran cantidad de temas muy presentes de la actualidad.  Bajo la frase de presentación después de los títulos: “Una película francesa y orgullosa de serlo”, y la gigante drapeau tricolore como fondo de la pista de baile, se nos indica que lo que ocurra en ese lugar transcenderá de ser solo un desconcertante hecho ocurrido en los años noventa en un lugar concreto, a abarcar la cara más oscura de la sociedad y sus problemas escondidos bajo la alfombra, donde el polvo y la mugre  han acabado por explotar.

 Así, Noé, pone en primera plana, temas controversiales como el incesto, el aborto, el salvaje egoísmo de las personas que condenan sin piedad bajo el dedo acusador de un líder ciego, el culto a la belleza física y la superficialidad de la sociedad, la sobreprotección de los padres a los hijos, el consumo de drogas tanto de menores como de adultos, el exagerado nacionalismo de hoy en día, etc.

Todo esto, y más, encontramos en el infierno particular de estos bailarines.

La locura va creciendo a medida que los bailarines intentan sobrevivir.

Por si reivindicar todos estos temas no fuese suficiente, Noé rinde tributo a todos sus mentores del sexto y séptimo arte. La simbología decadentista se la debe enteramente a toda la literatura (y parte de cine) que ha consumido. A libros como De profundis (Oscar Wilde, 1905), Del inconveniente de haber nacido (Emil Cioran, 1973) o Mi último suspiro (Luis Buñuel, 1982), entre otros; pero la estética y narrativa se la debe toda al cine de terror. Pues es imposible no ver en las majestuosas e hipnotizantes danzas de los bailarines (que cada vez se van haciendo más grotescas y dantescas) la escalofriante escena del metro en la película Possession (Andrzej Zulawski, 1981) en la que la protagonista es presa de la furia del demonio que la posee y la hace retorcerse, creando una macabra coreografía; o una relación entre como Noé va cerrando el film con una escena donde todo el infierno que ha creado culmina en un verdadero y brutal clímax macabro, igual que lo hizo Pier Paolo Pasolini en su último filme Salò o le 120 giornate di Sodoma (1975). Además, toda la fotografía recibe una inmensa influencia directa del giallo italiano y a Suspiria (Dario Argento, 1977), mostrando espacios monocromáticos (rojos, azules, violetas, amarillos, verdes…) que transmiten al espectador diversos sentimientos y un creciente desconcierto.

Como no podría faltar en ninguna película de Gaspar Noé, la música es imprescindible para transportarnos en el interior de sus personajes. Para esta ocasión, Noé, crea una increíble playlist con temas de música disco y techno que se te quedan permanentemente en la cabeza, como Trois Gynopedies de Gary Numan, Rollin’ & Scratchin’ de Daft Punk, y sobretodo, Supernature de Cerrone que acompaña al brillante baile inicial de la película, grabado en impresionante plano secuencia digno de admirar.

Climax es indiscutiblemente una experiencia, puede ser buena o puede ser mala, pero es una increíble experiencia que nos muestra de forma alegórica el infierno, que no es más que el mundo en el que vivimos, un mundo que se sostiene bajo la traición, la muerte, la desconfianza y el egoísmo. Gaspar Noé nos lo pone claro, vivir, al fin y al cabo, es una imposibilidad colectiva, pues en vez de solucionar nuestros problemas y convivir con ellos, nos comportamos como salvajes animales.

No obstante, ante toda esa visión gasparnoeriana y pesimista, vemos como no todos los bailarines desatan su euforia mediante la violencia, si no que algunos lo hace a través del amor, que se desvela, finalmente, como el único instinto primario capaz combatir y vencer al mal de nuestra sociedad.

 

 

 

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