Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para ver: «John Wick: Chapter 4» (Chad Stahelski, 2023)

Desde el auge del cine de acción norteamericano, han surgido numerosos iconos para la posteridad. Cada década ha tenido los suyos, siempre representados por actores que, antes que interpretar a un héroe de acción en particular, canalizaban su energía para dotar al mismo de su esencia. Sylvester Stallone tenía a Rambo, Arnold Schwarzenegger a Conan el Bárbaro y Dutch, Chuck Norris a McQuade, y Jean Claude Van Damme a Boudreax. Los nombres de Vin Diesel, Jason Statham, Dwayne Johnson y Bruce Willis ya resuenan en la historia reciente del cine. Al otro lado del mundo, en Asia, Jackie Chan es prácticamente un icono en sí mismo, y Bruce Lee hace mucho que se convirtió en un puente entre ambos tipos de cine. España tiene a Danny Trejo (Machete) y Tollywood a los actores Ram Charan y N. T. Rama Rao Jr. Con semejante panorama, resulta natural que surjan actores dispuestos a entrar en los anales de la historia del séptimo arte por la puerta grande.

La franquicia John Wick es el intento del director Chad Stahelski y el guionista Derek Kolstad por convertir a Keanu Reeves, alejado más de una década del universo de The Matrix, en una de estas figuras de acción. En una época dominada por Disney, la Warner y 20th Century Fox, la primera película de John Wick fue una apuesta arriesgada. Los nombres de Thunder Road Pictures y 87Eleven Productions no eran conocidos entre el público medio y las posibilidades de pasar desapercibidas con su producción eran altas. Nueve años y tres películas después, el nombre de John Wick está en boca de todos y Keanu Reeves ha vuelto a ocupar su añejo traje de héroe de acción. La cuarta iteración de la franquicia se ha estrenado por fin y su éxito en taquilla confirma la importancia de la figura del Baba Yaga moderno en en el género de las revenge movies. A continuación ofrecemos 5 razones por las que su visionado es obligatorio.

Keanu Reeves se erige como un héroe de acción moderno con la franquicia

1. Las coreografías son mejores que nunca. Chad Stahelski lleva brindando desde la primera entrega escenas de acción espectaculares a través de sus coreografías, deudoras de su experiencia (y la de David Leitch) como coordinador de acrobacias. Si en la tercera muchos notaron un bajón de calidad en algunas de sus secuencias, en especial las protagonizadas por Halle Berry, aquí la franquicia vuelve a la maestría inicial con un renovado plantel de coreógrafos. Jeremy Marinas, un especialista con más de sesenta obras a sus espaldas, hace un lavado de cara al apartado más técnico de los combates. La acción es más lenta que en cintas anteriores, pero también más compleja y estratégica. El escenario es, al modo de las películas de Jackie Chan, un arma y obstáculo más que añade sabor a las coreografías.

La auténtica reformulación de la saga se encuentra en los nuevos personajes, rivales de John Wick. El invidente Caine (Donnie Yen) emplea dispositivos para detectar por el sonido a sus oponentes y basa su estilo de combate en la elegancia heredada de la esgrima, a golpe del bastón (cane, en inglés) afilado que juega con su nombre. Shamier Anderson adquiere el papel del rastreador Nobody (¿un posible guiño al John Wick de Bob Odenkirk, la Nobody de 2021?), quien lanza directrices a su perro para mantener las distancias y muestra un estilo de combate tosco, de movimientos reducidos por la mochila que lleva siempre a las espaldas. El actor Hiroyuki Sanada, quien ya había refrescado sus habilidades para la acción en la entretenidísima Bullet Train del mismo David Leitch, se embute una vez más en el papel de padre que sigue la honorable senda del bushidô (Koji Shimazu) con un estilo basado en los cambios de postura con katana. La habilidad de Stahelski y Marinas para coordinar a tantos personajes en pantalla sin caer en la confusión o el desinterés es un portento.

Los nuevos personajes ofrecen nuevos estilos de combate

2. Las secuencias de acción son un espectáculo técnico y visual. La franquicia de John Wick siempre ha llevado por bandera la máxima de las películas asiáticas de artes marciales: mostrar las coreografías sin abusar del corte. Si en películas de acción recientes como el MCU, la acción es un condimento, un medio para un fin, en John Wick, la acción es el fin en sí mismo. La catarsis se deriva de la precisión en los movimientos y las sorpresas constantes a través de ingeniosos usos de varios estilos de combate u objetos del escenario. Para reforzar la coreografía, esta cuarta entrega potencia el apartado visual y técnico. Como muestra, el descenso a los infiernos que supone la batalla en la discoteca. Accedemos a un mundo onírico, surrealista donde las intensas luces de neón cautivan los ojos más que en la primera cinta.

Stahelski hace uso de todos sus escenarios para filmar auténticos caramelos para la vista, como una extensa batalla entre vitrinas en un espacio cuasi liminal o una secuencia en plena rotonda del Arco del Triunfo parisino. Especialmente en esta última se encuentra la otra virtud de la acción: lo técnico. John Wick: Chapter 4 no repite lo que funcionaba; innova con técnicas de cámara y juegos angulares. La coordinación de los actores y dobles con el escenario requiere de una precisión nunca antes vista en la franquicia. Si no sucede ya en esta escena, muchos espectadores quedarán sorprendidos ante dos secuencias, ambas con escaleras como punto de partida. La primera de las secuencias coordina un set entero de dobles y acción precisa en cámara; la segunda requirió de una resistencia bestial por parte de Vincent Bouillon, doble de Keanu Reeves, y una cámara capaz de seguir un largo itinerario de bajada.

La secuencia de las escaleras al Sacre Coeur es una de las más icónicas de la película

3. Viste sus influencias con gracia y descaro. La cinta abre con una referencia clara a la, considerada por muchos, más épica introducción a una película jamás grabada: el amanecer en el desierto de Lawrence of Arabia (David Lean, 1963). Esta declaración de intenciones promete una épica a la altura de la mencionada y, si bien no revolucionará el cine como lo hizo la cinta de Lean, sin duda ofrece un espectáculo de grandes proporciones. El descaro de John Wick: Chapter 4 es irreverente, pero también un juego divertido con sus propias influencias. Y es que Stahelski parece un niño jugando con sus juguetes nuevos: Caine no es solo un luchador ciego; su organismo es una mezcolanza de referencias. Bebe del estoicismo profesional de los personajes de John Woo y aprende su estilo de artes marciales de Ip Man (Wilson Yip, 2008), adquiere la ceguera de Zatoichi (del cual también recoge Koji su senda del bushidô) y la filtra en movimientos imposibles al modo del Daredevil casposo pero inmensamente entretenido de 2003 (Mark Steven Johnson).

Donde un personaje sirve de continente para las influencias del director, un escenario puede servir de marco de referencia. Ahí encontramos la secuencia de acción más elaborada e impresionante de la cinta a un nivel puramente técnico, deudora absoluta del videojuego Hotline Miami (Jonatan Söderström y Dennis Wedin, 2012-2015), porque no solo de películas conforma John Wick su ADN. El mundo de la música también ofrece a la cinta una plétora de momentos al ritmo de The Warriors. Stahelski se divierte mientras se reapropia de las influencias: el duelo final imita la cámara pausada de Leone en Por un puñado de dólares y El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1965, 1968), algo que también aparece catalizado en el personaje sin nombre de Nobody, y el final de Cowboy Bebop guarda un parecido sospechoso con el final de la película.

La primera secuencia nos devuelve al desierto de la tercera entrega, esta vez como apertura a la épica al modo de Lawrence of Arabia

4. Recupera la iconicidad de sus dos primeras entregas. Nunca Reeves se había encontrado con un guion con tantos «yeah» en sus líneas. Stahelski sabe que los fans de John Wick esperan los one-liners constantes de las primeras dos películas y esa mitificación de John Wick como el Baba Yaga moderno. Entrega por ambas partes, esta vez repartiendo la calamidad fantasmal del ser folclórico entre los nuevos personajes. La cinta busca momentos impactantes, que se graben a fuego en la retina, y se rinde a una espectacularidad que hace, de aquella secuencia de la primera cinta en que Wick disparaba conduciendo a un hombre mientras este se deslizaba por la chapa del coche, la norma.

5. Mantiene el ritmo durante sus casi tres horas. Pocas películas de su duración aguantan tan bien el tipo como John Wick: Chapter 4. Es consciente de que sus diálogos son algo ridículos y de que, como decía antes, la acción es el fin y no el medio. Por ello, las secuencias de acción son constantes, mucho más extensas que las anteriores sin renunciar al descanso; de hecho, emplea oleadas de enemigos al modo de los videojuegos shooter para espaciar su acción con pequeñas pausas. Sabe cuándo remarcar una escena con la música y cuándo dejar que hablen la precisión coreográfica y los gruñidos de esfuerzo que acompañan a cada golpe. La trama es, al fin, lo que necesita la saga: una excusa vaga para la acción. Ya no hay largas peroratas expositivas ni veinte minutos sin un solo golpe; todo se encamina hacia la acción.

A pesar de su acción desenfrenada, hay momentos de pausa que construyen la relación entre personajes

John Wick: Chapter 4 es la conclusión, que no cierre, a una franquicia que ha renovado la visión sobre el cine de acción moderno. Ante un panorama vacío de nuevos Bruce Lees y Jackie Chans, Stahelski, Reeves y su equipo han fabricado una meticulosa vuelta al cine de John Woo adaptada a los tiempos actuales. El kung-fu se mezcla con el gun-fu y, para qué negarlo, también con el car-fu. Cada vez hay más medios para llevar a cabo este tipo de películas y John Wick promete ser una hoja de ruta para futuras iteraciones en el cine de acción moderno.

 

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