Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Big Little Lies: violencia estructural.

 

El estreno de esta serie fue uno de los más esperados del año. Un equipo de producción y realización estupendo; un elenco de actrices que ni en sueños; una puesta en escena que desborda espacios abiertos tan relajantes como inquietantes; y un juego de tiempos al servicio de una historia que centra su atención en la cotidianidad de cinco mujeres. Pero lo que quizá no esperábamos, es que Big Llittle Lies (HBO, 2016) sea uno de los relatos contemporáneos que mejor describe la violencia estructural con la que las mujeres conviven a diario en la cultura occidental.

La trama de esta ficción podría resumirse en que cuenta el sistema de relaciones e intimidades familiares de un grupo de mujeres de una comunidad opulenta, material y profesionalmente, que pretende no tener conciencia de clase. Una comunidad que se beneficia de una escuela pública que sobreprotectora y sobre-estimuladora, y que compaginan vidas/futuros profesionales exitosos con el fortalecimiento de una identidad personal libre, artística y creativa. Un lugar en el que las familias invierten mucho dinero en eventos para crear la ilusión de vecindario idílico, cuando la realidad es que el participar en ellos exige pura competitividad. Y finalmente, una comunidad preparada para aceptar a Jane Chapman, una de las protagonistas, madre soltera de clase baja que huye de un pasado tormentoso. Bajo esta organización social, es dónde se tejen las inquietudes, secretos, problemáticas y abusos que sufren las protagonistas. Punto de partida que no deberíamos dejar que nublase lo que de verdad entraña: una crítica a lo difícil que es para las mujeres sobrevivir en una sociedad pensada y construida desde la idea del éxito y la aprobación social.  

Big Little Lies no es una historia de arpías dónde aburridas amas de casa juegan a hacerse la vida imposible para apaciguar su frustración personal. Big Little Lies no es una historia de madres histéricas y sobreprotectoras, cuya finalizad es lucir ellas y lucir bien a sus crianzas. Big Little Lies, tampoco es un relato tipo “los ricos también lloran”, mira que la violencia machista también existe entre los ricos. Big Llittle Lies, muy a pesar de las apariencias, es un relato feroz de cómo lo estructural asfixia a las mujeres.

La serie transpira violencia. Una violencia física explícita a veces. Otras veces, simbólica o emocional. Pero la más significativa, latente en todo el relato, es la violencia normalizada: la violencia estructural.

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Madeline Mackenzie (Reese Witherspoon), Celeste Wright (Nicole Kidman),  Jane Chapman (Shailene Woodley),  Renata Klein (Laura Dern), y Bonnie Carlson (Zoë Kravitz), vecinas de Monterey, verán como sus vidas se entrelazan por un factor en común: la violencia machista. Todas se verán envueltas por un caso de violencia y todas sufren violencia.  Es verdad que quizá las protagonistas de la trama violenta sean Jane y Celeste, pues son las que reciben violencia física, la casi siempre más detectable y denunciada por la sensibilidad social. Abusos, violencia física, humillaciones, aislamiento, control, chantajes emocionales, pérdida de identidad, sexo violento, estupefacción, contradicciones…. Somos testigos de como la vida de estas protagonistas se ha visto fracturada por la entrada de un hombre violento que les ha querido hacer daño. De un modo abusivo y de un modo premeditado.

Pero Renata y Madeleine no están exentas de sufrir violencia machista. Ambas representan roles antagonistas: mientras Renata es empresaria de éxito, Madeleine es ama de casa involucrada en un proyecto teatral para la comunidad. No obstante, ambas sufren la presión social de ser quienes son simplemente por el hecho de ser mujeres. Ambas son fuertes, son determinantes, son autónomas. Pero ambas víctimas de la presión social, de la presión estructural. Renata se auto-cuestiona continuamente por ser mujer trabajadora. Se ve como el centro de las críticas de las demás pues sabe que la sociedad no está preparada y no perdona a las mujeres trabajadoras. Vive su identidad ansiosamente, con una disciplina agotadora, tiene que demostrar que es mejor que las mamás con tiempo. Madeleine sufre las frustaciones del bienestar pensado para las mujeres: ¿y  ahora qué hacer cuando ya no hay nada más que hacer? Ya ha sido novia, trabajadora, esposa, madre…. ¿Y ahora qué? Vive en un tedio ansioso permanentemente que le impulsa a intervenir y resolver en la comunidad, y que le impulsa a arriesgar emocionalmente.

Quizá Bonnie nos parece que no encaja en todo esto. Quizá identifiquemos a Bonnie como la quintaesencia de la libertad y autonomía femenina: vida saludable, vida tranquila, madre perfecta, mediadora y conciliadora. Ella es su propio proyecto, tal como exige el proyecto cultural neoliberal. Pero no caemos en la cuenta de que las otra cuatro protagonistas también son las responsables de su propio proyecto. Menos Jane, todas han elegido libremente el rumbo de sus vidas. Todas han estado super-ocupadas en lograr deslumbrar por lo que se esperaba de ellas. Todas están formadas, y todas han decidido ‘aparentemente’ el rumbo que han tomado sus vidas profesionales y emocionales. Y todas son víctimas de la violencia machista. Y Bonnie, que aparentemente es ajena a esta culpabilidad o violencia tan sabida y tan normalizada, acaba siendo reconducida y absorbida por la estructura: ella es la que en nombre de la ‘integridad’ y la ‘supervivencia’ detona el fin de la violencia con la violencia. Ninguna escapa de la violencia estructural.

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Uno de los mayores aciertos de la ficción es su estructura narrativa: la tragedia griega. A medida que vamos conociendo a las protagonistas con sus pasados y sus presentes, y a medida que el vamos vislumbrando el trágico final, imágenes de un coro formado por hombres y mujeres de la comunidad se van intercalando. Coro que deviene la máxima expresión de esta violencia estructural. A través de su voz vamos certificando los prejuicios y el severo juicio al que son sometidas las mujeres en el mundo occidental que tan excesivamente se vanagloria de que la igualdad entre hombres y mujeres es un hecho más que consolidado. Es en el coro dónde la violencia machista estructural es más manifiesta. También es un acierto el uso del paisaje. El mar abierto como depositario de iras y frustraciones, las olas azotando una y otra: la violencia en todo su esplendor.

Big Little Lies puede que sea previsible en algunos casos. Pero lo más interesante es que destapa todo lo que lo previsible y lo convencional enmascara. 

 

 

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