«El inocente» y la seducción del mind game (Netflix, 2021)
El 30 de abril, Netflix estrenaba a nivel internacional la miniserie El inocente, una adaptación de la novela homónima de Harlan Coben dirigida por Oriol Paulo. Una apuesta de la cadena en streaming que se enmarca en una especie de táctica transnacional semejante a la emisión, en 2019, de la antología Criminal que desarrollaba los interrogatorios a distintos presuntos agresores que daban nombre a cada uno de los capítulos de la serie. Pero la novedad radicaba en el hecho de que la premisa de la antología se desarrolla en cuatro países diferentes de tal manera que el resultado final era ver cómo un mismo tipo de historias era tratado o filtrado de acuerdo con las sensibilidades estéticas y conceptuales de cada uno de ellos. Así, la antología mostró productos diferenciados —y muchas veces desiguales— realizados en España, Francia y Alemania con solo una temporada de tres capítulos, y en Reino Unido que contó con dos temporadas de siete capítulos en su conjunto. Una enumeración que ya resulta reveladora en sí misma.
Pues bien, una maniobra semejante es la que Netflix propone pero esta vez a partir de adaptaciones de las novelas de Coben, un auténtico bestseller del thriller contemporáneo, con el que la compañía firmó un acuerdo en 2018 con una duración de cinco años por el que catorce de sus obras se convertirían o en películas o en series televisivas. Un acuerdo del que hasta el momento se han emitido cuatro producciones también de procedencia geográfica y estética diversa: Safe (2018, Estados Unidos), The Stranger (2020, Reino Unido), The Woods (2020, Polonia) y El inocente (2021, España). Todas ellas, como es lógico, disponibles en Netflix.
Desarrollada en ocho episodios, El inocente tiene como protagonista a Mateo Vidal (Mario Casas) quien ha rehecho su vida tras ser condenado por la muerte accidental del joven Dani en una pelea en una discoteca. El secuestro de su mujer Olivia (Aura Garrido) y la muerte de la religiosa María Luján (Juana Acosta) van a ser los detonantes para que Mateo busque a su esposa fuera de los márgenes legales; y para el inicio de la investigación policial en una pugna competencial entre de la detective Lorena Ortiz (Alexandra Giménez) y el responsable de la unidad de delitos especiales Teo Aguilar (José Coronado), respectivamente. Un resumen argumental que cumple con las premisas esenciales del thriller y que, a medida que va avanzando la trama, responde a los esquemas que nos recuerdan sistemáticamente los taglines de las distintas novelas de Coben con una clara tendencia comercial y también esencialmente reductiva además de, por qué no decirlo, ajustada a los clichés que funcionan para este tipo de productos: «que nadie conozca tus secretos» de No hables con extraños, «todo el mundo oculta algo de sí mismo» de En fuga, «la verdad oculta es siempre estremecedora» de No te rindas, y «nadie es quien parece» de El inocente —cuya última edición en español, dicho sea de paso, ya tiene a Mario Casas en su portada.
De este modo, las apariencias que esconden el lado más sórdido de los personajes va a ser el motor de El inocente. Un planteamiento que no es extraño para Oriol Paulo quien despliega propuestas semejantes en El cuerpo (2012) y Contratiempo (2016) y, de manera parcial dado su argumento de saltos temporales en Durante la tormenta (2018). De este modo, como también sucede en su filmografía, Paulo plantea prácticamente la misma fórmula: un acontecimiento contundente del pasado de los personajes condiciona sus acciones y el desarrollo argumental de la narración. Una fórmula que, lejos de tener una connotación negativa, le funciona a la perfección a Paulo quien, además, presenta una más que depurada puesta en escena donde la cinematografía y la planificación resultan imprescindibles para el sentido global de la historia.
Y una fórmula argumental y estética narrada como un mind game en toda regla, como un «thriller coral y poliédrico lleno de luces y sombras» —como afirma el director— en el que cada uno de los personajes adquiere un protagonismo específico y es una parte importante del efecto mariposa que conduce a la resolución de la trama. Así, como hemos visto en producciones como Euphoria (HBO, 2019) o The Haunting of Hill House (Netflix, 2018), cada uno de los episodios es narrado por uno de los personajes de los que el espectador conocerá su background, ofreciendo informaciones fragmentadas de los acontecimientos que el espectador debe construir que no reconstruir. Y es en este punto donde encontramos algunos de los inconvenientes de la miniserie: las informaciones son repetitivas, no necesariamente todos los personajes requieren de un episodio específico de tal modo que la duración de la miniserie resulta en algunos momentos desproporcionada; y, finalmente, los personajes no ofrecen puntos de vista independientes sino complementarios al argumento central, restándole en cierto modo la capacidad de perspectivas diferentes acerca de un suceso o situación.
Una sensación de dilatación innecesaria —seguramente con dos o tres episodios menos la miniserie funcionaría igual— y, aunque la expresión parezca contradictoria e incluso sin sentido, de falso trampantojo que atraviesa toda la serie. De este modo, desde el principio de El Inocente se establece la distinción dicotómica entre héroes y villanos que conduce irremediablemente al sentimiento de empatía-no empatía hacia ellos. Estas dualidades suelen corresponder al sin duda desigual tratamiento entre los personajes masculinos —con Teo Aguilar, Aníbal Ledesma (Miki Esparbé) y el sicario Ibai Sáez (Xavi Sáez) como villanos de manual y con un monolítico Mateo— y los personajes femeninos cuyas historias —e interpretaciones— resultan mucho más interesantes que las de sus compañeros. De este modo, el trío formado por María Luján (Juana Acosta), Olivia Costa (Aura Garrido) y Kimmy Dale (Martina Gusmán) —al que debe unirse el más que interesante y poco desarrollado background de la hermana Irene Baltierre (Susi Sánchez)— y la descripción del entorno de la trata de blancas es la (re)encarnación de la sordidez en la miniserie que la lleva un punto más allá del mero thriller.
Pero no olvidemos que El Inocente es un thriller, y un thriller mind game. Dos aspectos que implican la existencia de dos tipologías de personajes específicas aunque evidentemente variables. La primera, la del investigador que intenta ofrecer las pistas necesarias para que el espectador reconstruya los acontecimientos que se ofrecen de manera fragmentada y que en la miniserie está encarnada por la detective Lorena Ortiz: ella, con un pasado traumático que también se hace patente en la miniserie, es quien conduce el argumento hacia las fichas del juego que se establece con el espectador en la que cada uno de los personajes es una ficha del tablero. Así, las pesquisas acerca de la muerte de la hermana María llevan parcialmente al pasado de su superiora y a los contactos de aquella con las mujeres —y los villanos también— que afectan en un claro efecto de dominó al destino y la trama argumental de Mateo convirtiéndole en el centro de las sospechas de Ortiz y, especialmente, de Teo Aguilar cuya relación es una especie de remedo, aunque más sórdido, de la relación entre Jean Valjean y Javert de Les Misérables.
La segunda, y como consecuencia de lo anterior, se plantea la existencia de un/una mastermind, habitualmente oculto/a hasta el desenlace argumental y sobre el que el espectador especula constantemente en un proceso de eliminación o de esquema fallo-acierto. Siempre teniendo en cuenta que ese personaje suele ser el que menos aparece o el menos esperado por las audiencias pero que siempre está ahí de una manera u otra —baste recordar la primera temporada de nuestra adorada Broadchurch. Un proceso al que ayuda enormemente el despliegue de las cartas hechas por los narradores en cada uno de los episodios y que se va cerrando en el último acto de El Inocente en el que la mayoría de sospechosos ya han desaparecido literalmente acotando de una manera quizá excesivamente evidente las posibilidades de interacción con el ingenio del espectador. Justamente este es uno de los elementos quizá menos acertados de la propuesta de Paulo cuyo episodio final tanto nos recuerda al esquema seguido por Ryan Murphy en su Scream Queens al dedicar el último episodio a desvelar la identidad del demonio rojo —aunque en este caso sin su sorpresa al saber desde el inicio del episodio al narrador— y que se aleja al espectacular final de The usual suspects (Bryan Singer, 1995) en el que descubrimos quién es realmente Kayser Söze. En cualquier caso, compartirá con ambas ficciones la premisa con la que se inicia el argumento y que implica un esquema cíclico para los personajes supervivientes: nadie es quién o cómo aparenta ser.
No cabe duda de que El Inocente es una serie que engancha. Los pequeños inconvenientes de la miniserie que hemos ido relatando no impiden que su argumento y puesta en escena la conviertan en una muestra de la calidad de la ficción española actual y que no nos cansamos de reivindicar. Nuestro lema de que «no sólo de ficción estadounidense viven las audiencias» se cumple al pie de la letra en El Inocente, como también lo hacen el conjunto de ficciones (trans)nacionales estrenadas en 2020 como son, entre otras, Veneno, 30 Monedas, Patria o Antidisturbios. Así, no podemos más que alegrarnos de la buena salud y de la calidad de nuestra ficción que está arrasando entre las audiencias globales. Todas ellas —y las que seguramente nos dejamos en el tintero— son, pues, de obligado visionado y también un recordatorio de la necesidad de apartar de nuestro vocabulario aquella nefasta frase que acaba en «por ser española» y apreciar el enorme talento de los creadores de la ficción (inter)nacional.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.