«La conjura contra América» o cómo no debería contarse una ucronía
El 17 de marzo de 2020, HBO estrenaba la miniserie La conjura contra América. Con David Simon como showrunner, la producción está basada en el libro homónimo de Philip Roth (2004): una ucronía que despliega la victoria del aviador, aislacionista y pro-nazi Charles Lindbergh en las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos en 1940 frente al demócrata Franklin Delano Roosevelt. Las razones de esta victoria se encuentran en la proyección mediática de Lindbergh como héroe nacional gracias a su gesta como primer aviador en cruzar el Océano Atlántico en su «Spririt of Saint Louis», por una parte; y en su defensa de no intervención en la II Guerra Mundial por considerarla como un tema exclusivamente europeo, por otra parte. Las consecuencias de la ucronía no son otras que un creciente antisemitismo y la entrada de la ideología nacionasocialista en los Estados Unidos. Todos estos aspectos que resultan evidentes en principio, van a verse extraordinariamente desvirtuados a lo largo de los seis episodios que constituyen La conjura contra América (The plot against America).
La miniserie está basada, como hemos comentado en la novela de Philip Roth (2004) que sigue las premisas apuntadas a través de la historia de la familia Roth, de origen judío que vive en Newark (New Jersey) y narrada a través de los ojos del hijo menor, Philip. Un juego entre la ucronía y la autobiografía que es muy del gusto del autor quien en 1988 publica Los Hechos: Autobiografía de un novelista. Una reflexión acerca de la historia estadounidense desde la perspectiva de entrada de ideologías extremas que va a ser recurrente en sus obras así como también lo es su origen judío que Roth va a plasmar en los argumentos y personajes de sus novelas, muchas de ellas llevadas al cine. Baste recordar Portnoy’s Complaint (Ernest Lehman, 1972), The Human Stain (Robert Benton, 2003), Elegy (Isabel Coixet, 2008), The Humbling (Barry Levinson, 2014), American Pastoral (Ewan McGregor, 2016) o The Prague Orgy (Irena Pavlásková, 2019). En una primera instancia, la miniserie de HBO va a seguir un esquema semejante aunque cambiando el nombre de la familia protagonista. Y decimos en una primera instancia porque La conjura contra América va a desplegar una serie de equivocaciones importantes que jamás debería tener una ucronía. En realidad, ninguna adaptación o guion en general en una falta de organicidad creciente que intentaremos diseccionar.
El punto de vista de la historia. De acuerdo con el planteamiento de la novela, los acontecimientos son ofrecidos a través del punto de vista de Philip. Una premisa que se inicia en el primer episodio de la serie en la que conocemos a la familia Levin: la madre, Elizabeth (Zoe Kazan) se dedica de manera exclusiva —literalmente— a la casa; el padre, Hermann (Morgan Spector) tiene un alto concepto de la americanidad y de ser judío, de tal manera que establece constantemente polémicas políticas con su hermano Alvin (Anthony Boyle) con quien comparte su rechazo hacia la figura de Lindbergh y el horror ante los acontecimientos de la II Guerra Mundial en Europa. A ellos se une sus dos hijos, Philip (Azhy Roberton) y Sandy (Caleb Malis) que actúan como espectadores pasivos del ambiente familiar y del entorno político que se está tejiendo en el país. Y aquí es donde la serie se transforma en una serie de retazos de acciones familiares que dan constantes bandazos que despistan tremendamente al espectador y que desdibujan tremendamente a los personajes. Así, al papel supuestamente unificador de Elizabeth como persona esencialmente realista, no dará ningún golpe sobre la mesa ante la inacción de su marido (un personaje que solo habla, no actúa), a la asimilación de su hijo Sandy a los nuevos esquemas planteados por el presidente Lindbergh, ni tampoco ante su hermana Evelyn Finkel (Winona Ryder) quien cree firmemente en la bondad de la ideología presidencial. Un esquema que incide en la falta de desarrollo de los más que potentes conflictos interpersonales sugeridos. El espectador no encuentra, de este modo, un punto de vista ni un mensaje claro en la serie y eso que está presente: Philip, el niño coleccionista de sellos —un recurso dramático desperdiciado— que podría perfectamente haber conducido la acción a través de su hobby pero también de su relación con otros dos niños totalmente opuestos, el mundano Earl y el apocado Seldon Wishnow (Jacob Laval). En cualquier caso, la inexistencia de un narrador claro supone una imprecisión en la lógica de los acontecimientos que transforma La conjura contra América en una serie eminentemente expositiva.
Personajes (y conflictos) desperdiciados. De todo lo anterior, se deduce que, a pesar de la existencia de conflictos potentes como son la participación o no activa en la guerra mundial, la marginación de los judíos tras la victoria de Lindbergh, la gradual infiltración en la juventud del pensamiento e instituciones nazis, o la consolidación del Ku-Klux-Klan que campa a sus anchas en la nación y que sin duda deberían influir en la familia Levin, estos no se desarrollan en profundidad. Más bien asistimos a una frivolización de los conflictos protagonizados por unos personajes desperdiciados. De entre todos ellos quizá el más interesante es el de Evelyn Finkel, una mujer con fuertes carencias afectivas que parece encontrar la estabilidad con el Rabino Lionel Bengelsdorf (John Tuturro), defensor de las políticas de Lindbergh y, por tanto, símbolo del colaboracionismo judío en la instauración de un régimen totalitario y antisemita. Una contradicción que, lamentablemente, no se aprecia en ninguno de los dos personajes en sus intervenciones en la serie o, en los pocos momentos en que se pudiera llegar a plantear, finaliza de un plumazo con lo peor que podría suceder, un deus ex machina que, además, no se sabe de dónde viene. Ni tampoco a dónde va, para ser sinceros.
Una ucronía mal diseñada. Independientemente de la coincidencia o no de las fechas que se proponen en la serie situada en 1940, toda buena ucronía debe tener un diseño absolutamente preciso porque por algo se está estableciendo un cambio histórico que tiene incidencia no solo en el devenir de la humanidad sino, especialmente, en el entorno en el que se desarrolla, y también en el momento de su recepción. Así lo hemos visto en dos series con ucronías más que cercanas a la propuesta de HBO: The Man in the High Castle (Prime Video, 2015-2019) y SS-GB (BBC One, 2017), ambas basadas en las novelas del mismo título, la primera de Philip K. Dick (1962) y la segunda, de Len Deighton (1976). Las relaciones con los planteamientos de Trump y los políticos pro-Brexit se hacen más que evidentes en ambas, cosa que no sucede en La conjura contra América cuyos títulos de crédito —que, dicho sea de paso, recuerdan bastante a la producción de Prime Video— resultan realmente atractivos en cuanto a lo que se supone que vamos a ver en la serie. De nuevo, el primer episodio plantea una premisa totalmente borrada del desarrollo posterior: ¿Puede una figura mediática convertirse en presidente de los Estados Unidos a pesar de que sus propuestas sean absolutamente antidemocráticas? ¿ cómo es posible que los ciudadanos lo voten de manera abrumadora?. Si bien Lindbergh no optó a la presidencia de los EE.UU porque fue apartado de la política por su intento de colaboracionismo con Adolf Hitler, sí que fue importante su activismo en el «America First Committee» creado en 1940, disuelto dos días después del ataque a Pearl Harbour y con un credo supremacista estadounidense además de aislacionista frente al conflicto mundial. Un clima pro-nazi que tan bien recoge Penny Dreadful: City of Angels (Showtime, 2020). Pues bien, estas bases y la germanofilia de Lindbergh no se trasladan ni visualizan en la serie como ya hemos dicho. Bien al contrario, en un giro surgido de no se sabe dónde, Lindbergh desaparece en su avión siendo su esposa (¿la primera dama? interpretada por Caroline Kaplan) la restauradora de los derechos civiles y ofreciendo la excusa del secuestro de su hijo (¿? que además fue en 1932) como detonante de su candidatura. Un auténtico despropósito de ucronía con deus ex machina más que inverosímiles. Entonces, ¿cuál es el mensaje que se quiere dar en la serie?, ¿son aceptables los regímenes totalitarios «justificados»? o ¿un nuevo hamburger syndrome?
En definitiva, La conjura contra América es una auténtica lástima de ucronía y de adaptación. Los numerosos medios con los que cuenta la producción se desperdician de la manera más gratuita como también resulta sorprendente la falta de coherencia mostrada por David Simon, el hombre HBO por excelencia que nos ha ofrecido series tan interesantes y alguna de ellas icónicas como son The Wire (2002-2008), Generation Kill (2008). Treme (2010-2013), Show me a Hero (2015) o The Deuce (2017-2018)
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.