Mi infierno en un día: «Shiva Baby» (Emma Seligman, 2020)
¿Y si tu peor pesadilla se hiciera realidad en el peor de los momentos? Esto es lo que le sucede a Danielle, la protagonista del largometraje Shiva Baby (2020), aunque sea de manera figurada. Siendo la ópera prima de la jovencísima cineasta Emma Seligman como prolongación de su cortometraje homónimo de 2018, esta cinta de corte completamente indie tanto en forma como en fondo, rescata la tragicomedia dialogada como ciertas reminiscencias del estilo Woody Allen poniendo en el punto de mira a una protagonista en plena crisis existencial. Shiva Baby narra la historia de Danielle (la debutante Rachel Sennott), una joven con serios problemas de autoestima que, en una especie de broma del destino, se topa en un funeral – shiva en su traslación judía – con su amante Max (Danny Deferrari) y su expareja Maya (Molly Gordon). En un intento por mantenerse firme frente a la embarazosa situación en la que se encuentra, Danielle intenta “sobrevivir” a la velada como puede bajo la atenta mirada de los que la rodean.
Con una duración de apenas 70 minutos, asistimos a “la peor pesadilla” de Danielle que se ve envuelta en una posición personal complicada mientras lidia con el desfile de personajes familiares que se topa en este shiva, desde sus padres (Polly Draper/Fred Melamed), conocidos de su comunidad y algún que otro personaje desconocido (encarnado por Dianna Agron) del que no desvelaremos nada para mantener la sorpresa. En este sentido, Seligman plantea una estructura narrativa llena de equívocos donde la comedia de enredos y las informaciones que se van revelando en el transcurso del velatorio son claves para entender la premisa de la película y la configuración/evolución de Danielle. Una forma de enfocar la trama que cuenta con un buen uso del ritmo y que tiene los diálogos como base.
Precisamente, uno de los puntos fuertes de Shiva Baby es cómo se desarrolla el microcosmos de Danielle – tanto el que le rodea como el suyo propio – a lo largo de la cinta a través de las acciones/reacciones de la protagonista. Por un lado, el uso de los clichés culturales de las comunidades judías neoyorquinas como contexto cómico-satírico que envuelve al personaje y que lo hace actuar/ser de cierta forma; y, por otro lado, la representación de la presión social a la que Danielle se ve sometida como parte de una generación de jóvenes con un futuro incierto y unas expectativas profesionales/personales altísimas. Una ansiedad que se trasmite en la forma de construir – o mejor dicho de (de)construir – a la protagonista a partir de un hilo narrativo unitario al servicio del personaje y no una simple sucesión de gags; algo en que es fácil caer teniendo en cuenta la rocambolesca premisa y el escenario de la trama. Así, la película es un viaje al descenso a los infiernos de Danielle que tiene que navegar entre sus inseguridades, su relación materno-filial, su identidad sexual y su deseo de querer encajar. En definitiva, el planteamiento de heroína tragicómica muy cercana y empática.
Asimismo, la habilidad de Seligman de generar el estado de ansiedad del personaje no solo reside en los diálogos y en la gestión de la información, sino en la disposición visual que sumerge al espectador en el mundo caótico de Danielle que va en un notable crescendo y en el aprovechamiento de un solo espacio como escenario narrativo. Una puesta en escena claustrofóbica con primeros/segundos términos y diálogos en fueras de campo que acentúan la incomodidad de la protagonista frente a los demás mientras la cámara en mano nerviosa se centra en la preocupada – y a veces ausente – mirada de Rachel Sennott para generar un estado anímico casi taquicárdico muy específico en el espectador aportando cierta personalidad a la cinta en su conjunto.
Shiva Baby es un largometraje de corta duración – incluso, en ocasiones, demasiado corta – donde tiene cabida lo alocado, lo satírico, lo romántico, lo conciliador, lo incómodo, lo caótico y lo “terrorífico” de lo cotidiano a través de una contradictoria e imperfecta Danielle. Un choque con la propia realidad donde la protagonista debe tomar consciencia de sus responsabilidades en la edad adulta en un entorno donde nadie la comprende – o al menos, eso cree ella. La película no solo es un perfecto ejemplo de producción bajo el sello indie, sino un ejercicio de reflexión que pone a prueba nuestra empatía hacia las personas que nos rodean, la capacidad de no hacer juicios de valor y a saber confiar en los demás en momentos difíciles. Y si podemos echarnos unas risas por el camino, hasta puede resultar terapéutico.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.