Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children», de Tim Burton (2016)

Los (fieles o no) seguidores de la trayectoria de Tim Burton estaban (posiblemente) curiosos y expectantes ante esta nueva entrega basada en la popular novela homónomia del estadounidense Ramson Riggs (2011), una aterradora fábula acompañada de fotografías un tanto perturbadoras y tétricas (con el semblante de Eva Green, quien venía de realizar Penny Dreadful cuyo seguimiento se llevó a cabo también por Ignacio Pillonetto y Patricia Trapero en nuestro blog) que sirven para iniciar la trama y cohesionar al narración. Después de una palpable sensación de (in)satisfacción de las últimas producciones de Burton, éste tenía un material de base con una imaginería lo suficientemente potente como para intentar reconducir su carrera sin arriesgarse (demasiado) al darles un papel principal a los niños y situarse en un cierto confort dentro su estilo cinematográfico.

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Jacob Portman (Asa Butterfield) es un joven de 16 años que pasó su infancia escuchando las historias sobrenaturales que su abuelo Abe (Terence Stamp) le contaba. Al fallecer, Jacob decide investigar la verdad sobre su pasado y seguir las misteriosas pistas que le dejó su abuelo y que se extienden por diferentes mundos y tiempos. Inicia su aventura y su reto viajando hacia una isla remota para buscar el orfanato donde creció su abuelo y acaba encontrando un lugar mágico, una mansión que se utilizaba como orfanato abandonado donde se encontrará con Emma Bloom (Ella Purnell) quien puede flotar en el aire. Los dos inician un viaje en el tiempo que les hará retroceder hasta 1940 y en el que conocerán a Miss Peregrine (una maravillosa Eva Green), directora de un centro donde (protege) a niños huérfanos con habilidades especiales los cuales viven atrapados en un bucle temporal bajo la amenaza constante de monstruosidades encarnadas y llamadas como “huecos”. El cometido de Jacob será ayudarles para enfrentarse a las criaturas que tienen la intención de destruirlos.

Por una parte, Burton pone en pantalla la situación de marginalidad con la que se encuentran niños con habilidades fuera de lo común (flotar, convertir en piedra todo aquel que mire a la cara de los victorianos payasos gemelos, Hugh quien come con una mosquitera en la cabeza para que no se escapen las abejas que viven en su interior, Bronwyn quien come con la boca que tiene detrás de la cabeza, o Millard como niño invisible, etc.) insertos en condiciones familiares complejas que sirven de marco. La marginalidad se construye en un fantasioso y gótico mundo y en una mansión aislada de la sociedad que rechaza lo desconocido (y que podríamos conecte con uno de los principales miedos clasificados por Lovecraft como “miedo a lo desconocido”). En este sentido, el desconocimiento es ambivalente ya que, por un lado, se muestra el lado más humano de unos niños pero que por sus pecularidades se han visto excluidos en un espacio y tiempo ajenos en el que están fuera del corsé social. En este sentido cabría replantearse la sensación de extrañamiento (incluso recuperando el concepto freudiano de «uncanny»).

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Por otra parte, Burton se nutre de la diferencia y se premia la “otredad” de estas identidades infantiles, exacerbando sus capacidades y convirtiéndolos (si se nos permite la expresión), en superhéroes infantiles (benefactores de nuestro mundo y acechados siempre por la dicotomía entre el bien y el mal) bajo una máscara más o menos monstruosa. Sin embargo, maticemos en su caracterización: los niños “peculiares” visten de forma semejante a sus coetáneos de 1940 (jerséis sin mangas y pantalones cortos de pinza además de vestidos de huérfana “pudiente”) que hacen de sus peculiaridades una virtud que puede ser potenciada (dentro de un contexto hollywoodiense en que la excentricidad del sello Burton desde sus inicios fue alabada hasta convertirse en un autor respetado (en términos generales) por la audiencia (recordemos EdWood, Charlie y la fábrica de chocolate, Big Fish, La novia cadáver, etc.) donde los márgenes entre realidad y ficción se transgreden o confunden.

El film de Burton posee características que se ajustan al género del cuento, es decir, seres malvados que acechan (entre ellos, el villano Mr. Barron que no aparece en la novela de Ramson Riggs interpretado por Samuel L. Jackson) y del cual deben defenderse a través de sus superpoderes y una moraleja con carácter universal que abraza la diferencia y pacta con la audiencia la real necesidad integradora e inclusiva humana con clave fantástica.

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Consideramos que, a pesar de la poética visual y la más prototípica estética burtoniana (cuya luminosidad puede tener ecos a Big Fish) con personajes diferentes con un punto oscuro (y a la vez, rebelde o transgresor), escenarios coloridos pero de corte (neo)gótico, una nostalgia infantil que forman parte de su estilo (y, si queremos, de su propia biografía) y el uso de objetos perturbadores y entes monstruosos como los huecos o las marionetas de Enoch, no se profundiza a nivel narrativo ni a nivel de diálogos. Creemos que la base diegética da cabida a la indagación en la psicología de sus personajes, de su problemática, de los condicionantes de su entorno y de sus rarezas más allá de que éstos representen una (efectista) saga de superhéroes infantiles que actúan como personaje coral y de los cuales tenemos solamente una primera capa que nos deja, concretamente, con lo comercial bañado en lo pintoresco y en una ensoñación (únicamente) transitoria.

 

 

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