Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Moonage Daydream» (Brett Morgen, 2022): brilla eterno, estrella fugaz

De todas las figuras que han conformado el firmamento de la cultura pop durante las últimas cinco décadas del siglo pasado y las dos primeras del presente, el nombre de David Bowie parece fulgurar con especial candor. Suyos son algunos de los himnos que nos han acompañado a varios de nosotros durante gran parte de nuestras vidas, independientemente del año de nacimiento, ya sea a través de sus álbumes o del uso que se hace de sus canciones en el mundo del entretenimiento —pienso en la aparición de «Changes» en Shrek 2 (Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon, 2004) o de la explosión expresionista que resulta ser el uso de «Cat People (Putting Out Fire)» en Inglorious Basterds (Quentin Tarantino, 2009). El artista también ha hecho sus pinitos en el mundo del cine, demostrando que su talento expresivo trasciende su cauce artístico principal y es capaz de asentarse notablemente en cualquiera de las empresas que le echen en cara. Valgan The Man Who Fell to Earth (Nicolas Roeg, 1976), Labyrinth (Jim Henson, 1986), The Last Temptation of Christ (Martin Scorsese, 1988) o Basquiat (Julian Schnabel, 1996) como pruebas de ello. Cuentan aquí también su participación en obras de teatro y la exploración de sus propias limitaciones artísticas fuera de disciplinas eminentemente narrativas, como pueden ser la pintura o la escultura. Sea como fuere, la presencia de David Bowie en nuestras vidas, de forma directa o indirecta, ha sido y es algo ineludible. Su figura parece expandirse en el tiempo, permeando cada uno de los poros que configuran el panorama artístico contemporáneo. Una personalidad que no puede contenerse en los cómodos límites que trae consigo el género del documental tradicional. Hasta la fecha, Moonage Daydream (Brett Morgen, 2022) se levanta como uno de los mejores y más exitosos intentos de comprender, verdaderamente, qué hay detrás de su objeto de interés.

Un montaje tipo «collage» con el estilo psicodélico y caleidoscópico que presenta la película.

Varios han sido los documentales que ya han tratado de entender quién es David Bowie y porque su nombre resuena con tanta fuerza allá donde es mencionado. Destacan, por numerosos, los dirigidos por Francis Whately — David Bowie: Five Years (2013), David Bowie: The Last Five Years (2017) y David Bowie: Finding Fame (2019)—, pero su enfoque es demasiado limitado. El estilo por el que se decanta este director —y, con él, la enorme mayoría de directores que se han aventurado a realizar documentales sobre David Bowie— resulta demasiado convencional para verdaderamente rendir un buen tributo a la figura que homenajean. Aparecen como trabajos de investigación centrados en el método entrevista y en la obsesión archivística por todo aquel material que puedan encontrar del artista, sobre todo si estamos hablando de aquellos documentales llevados a cabo en fechas póstumas. Por supuesto, lo que plantean resulta interesante y satisfactorio para aquellos espectadores que busquen una experiencia de fácil digestión que solo se vean atraídos por los datos más superficiales. Nos enmarcan al objeto de estudio y guían sus propias palabras para que todo vaya acorde a la estructura típica de este tipo de productos.

Moonage Daydream parte de un enfoque filosófico que, sí, se beneficia de los archivos dejados por el artista a lo largo de su dilatada carrera, pero con la diferencia de que le permiten explicarse a sí mismo. No hay un narrador más allá del propio David Bowie, que nos lleva de la mano a través de los puntos más importantes de su propio pensamiento. Los datos no se reestructuran para que coincidan con el molde prototípico del documental tradicional, sino que, más bien, sucede a la inversa. A través de esta alteración de la fórmula, Morgen reivindica, primero, al propio artista como lo que realmente es y, segundo, al documental expuesto como verdadera experiencia estética. El director se permite regocijarse en el misterio de un verdadero esteta, llevando el propio misticismo que envolvía la figura de David Bowie a la gran pantalla. Porque, y esto debe tenerse en cuenta, Moonage Daydream no pretende juntar el rompecabezas de una obra que ha pasado por tantas etapas y que se ha visto sometida a tantas influencias, sino que, como decía el propio Morgen en una entrevista con MondoSonoro, busca recoger el legado mítico de un artista capital y reinterpretarlo en un seno visual de espectaculares recursos que se acerque de forma expresionista a aquello que está tratando.

Imagen editada —presente en el documental— de uno de los conciertos de David Bowie como Ziggy Stardust (c. 1972)

Una de las mayores críticas que ha recibido el documental tiene que ver con el espacio que dedica a cada una de las épocas de las que David Bowie fue partícipe como incansable creador. Hay mucho del Bowie de los 70 y muy poco del de otras décadas, avivando un debate que lleva existiendo desde la aparición de los primeros documentales: ¿hay vida más allá de Ziggy Stardust, The Thin White Duke o la Trilogía de Berlín? Sin embargo, Moonage Daydream maquilla este enfoque —entendible, por supuesto, si tenemos en cuenta que dentro de la discografía del artista la década de los 70 es la más prolífica y excelsa— a través de una concepción de la temporalidad algo bizarra, pero que tiene todo el sentido si la entendemos en el seno de la producción artística de David Bowie. Él mismo ha dicho en numerosas ocasiones que su obra siempre ha tratado el mismo tema: la soledad, la marginación, el aislamiento. De esta manera, el documental evoluciona, y en lugar de tratar una mera cronología de los eventos en la que primero se habla del álbum A para luego conectarlo mínimamente, con cuestiones más anecdóticas que otra cosa, con el posterior álbum B, Moonage Daydream se adentra en el fango temático de la obra general de Bowie y le ofrece al espectador una perspectiva privilegiada de cómo esa misma piedra angular ha ido progresando en función de las diferentes etapas por las que ha pasado el artista. No es lo mismo la soledad del Major Tom de «Space Oddity» que la del David Bowie recién casado de principios de los noventa. A través de este encuadre, Morgen demuestra saber enhebrar los diversos hilos de la obra de alguien tan prolífico como David Bowie.

El documental como experiencia no es algo nuevo. Probablemente tengamos que regresar al medievo cinematográfico y revisar algo como Häxan (Benjamin Christensen, 1922) para encontrar una primera iteración de este tipo de situaciones. O, en el caso de la música, basta con viajar al mágico 1968 y prestar atención al Monterey Pop, de D. A. Pennebaker. Genéricamente, es en estas líneas que debemos entender lo que ha hecho Morgen con Moonage Daydream. Y, por encima de todo, plantea una experiencia sensible y debidamente sentida sobre una de las figuras totales de la historia artística de las últimas cinco décadas. Es un memento mori y un carpe diem absoluto, pero también entra en el terreno del ubi sunt. Dónde sea que esté David Bowie, como decía él mismo en «Subterraneans»: brilla eterno, estrella fugaz.

 

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