Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«ONE PIECE» T1 (Netflix, 2023): anime para Occidente

A pesar de la lejanía geográfica, el manga y el anim japonés, en especial este último, ha llegado hasta Occidente en forma de sus mayores representantes. La figura de Goku o Naruto es conocida por muchos, y la de Doraemon es un icono tanto para Japón como para el resto del mundo. Cada vez son más los animes que llegan a plataformas de streaming para el público general y alcanzan puestos de popularidad elevados. La industria de la animación nipona atrae constantemente sangre fresca con obras de la talla de Jujutsu Kaisen, Kimetsu no Yaiba o Shingeki no Kyojin, pero parece que todas existen a la sombra de uno de los animes más longevos, en emisión desde hace más de veinticinco años. One Piece es, prácticamente, un icono en sí mismo.

El éxito cosechado por One Piece desde que el 20 de octubre de 1999 se estrenara su primer episodio (o, dos años antes, Eiichiro Oda publicara el primer capítulo del manga) es ya antológico, pero su existencia no es cultura general de la manera en que lo son Pokémon o Mario, por nombrar otras franquicias niponas. Para los jóvenes de la generación Z y bastantes millennials, One Piece es un clásico moderno; para muchos de sus padres, sin embargo, el nombre de Monkey D. Luffy es apenas remotamente familiar. Mientras los fans del anime se deleitaban con la recta final del arco de Wano, el más largo y ambicioso hasta la fecha, en Netflix se estrenaba una serie de acción real con el mismo nombre de la serie, más accesible al público mayoritario. La idea había ido germinando desde su anuncio en 2017 y, en mitad de la pandemia, comenzaron las grabaciones. Poco a poco, el canal secundario de Netflix en YouTube fue publicando vídeos con el reparto interactuando entre sí y hablando de su pasión por la obra de Eiichiro Oda, hasta llegar a su estreno definitivo el pasado 31 de agosto.

Los actores que interpretan a la banda de los Sombreros de Paja muestran unas dinámicas y entusiasmo notables en los vídeos previos al estreno. De izquierda a derecha: Emily Rudd, Taz Skylar, Iñaki Godoy, Mackenyu y Jacob Gibson

El resultado ha sido, para la mayoría de fans de la serie original, extraordinario. Una producción de alto presupuesto, una caracterización ideal de los personajes y una reproducción lo suficientemente fresca de los primeros 44 episodios como para ofrecer una experiencia familiar pero distinta del manganime. La originalidad es innegable: en lugar de adaptar las viñetas del manga o las secuencias del anime punto por punto, la producción de Netflix de la mano de Tomorrow Studios acude a los mismos lugares comunes, pero con numerosas variaciones. El trío de marines Garp, Koby y Helmeppo ya no son meros terciarios de la historia principal, sino una trama propia que confluye periódicamente con la aventura de los Piratas del Sombrero de Paja. Algunos personajes, como el capitán Don Krieg, el pirata Jango o el hombre-pez Hatchan desaparecen en su práctica totalidad del argumento. Muchos eventos, como el arco de Orange Town o el Baratie, varían en su ejecución o presentan directamente nuevas tramas solo reminiscentes de la obra original. La ONE PIECE de Netflix es, ante todo, un producto nuevo sin miedo a jugar con el material disponible. Este hecho es meritorio y una hoja de ruta a seguir para posibles adaptaciones futuras. No puede decirse lo mismo del resto, y es que de un tiempo a esta parte, ha quedado claro que el fandom de One Piece, como sucede con la mayoría de las series de gran popularidad, peca en ocasiones de cierta visión acrítica. Los capítulos recientes del manga, demasiado rápidos como para resultar satisfactorios las más de las veces, y los nuevos episodios del anime, tan bombásticos y alargados que pocas veces encajan sus mejores momentos, son recibidos de forma casi unánime como obras maestras. Existe, como siempre, una rama del fandom crítica, capaz de detectar los entresijos del guion, la adaptación y los temas de la obra, pero esta no es el grupo mayoritario. Pareciera que, en un ejercicio de nostalgia cegada, prácticamente cualquier iteración sobre los mismos conceptos que lleva manejando One Piece desde sus primeros arcos se celebra. Este hecho sucede ahora en el manga y en su adaptación al anime, como también parece haber sucedido con la producción de Netflix.

Las alarmas deberían de haber sonado tan pronto se anunció a Tomorrow Studios como encargado de la adaptación. Su anterior obra fue, como ONE PIECE, una versión en acción real de un anime mundialmente reconocido: Cowboy Bebop. Tomorrow Studios demostró no comprender el material original en un ejercicio de reinterpretación que sonaba como Cowboy Bebop, tenía los diseños de Cowboy Bebop y presentaba a los personajes de Cowboy Bebop en pantalla, pero era de todo menos Cowboy Bebop. Una dirección principiante, unas interpretaciones tan hiperbólicas como risibles y una ignorancia total del núcleo emocional y actitudinal de sus personajes hicieron de la adaptación poco menos que una decepción mayúscula para cualquier fan de la historia original. A poco que uno analice una escena de la versión de Netflix y la compare con el anime, observará que las diferencias no son, como podría esperarse de una buena adaptación, maneras distintas de tratar a un mismo personaje o tema; en su lugar, encontrará una visión diluida y categóricamente incorrecta de las motivaciones de los personajes con peor interpretación, peor guion y menor emoción. Y ahora, Tomorrow Studios, con los mismos directivos, se ha embarcado en la compleja tarea de adaptar a acción real una serie tan absurda, tan estrambótica y tan cartoon como One Piece. Ya no es el realismo occidentalizado del anime de Cowboy Bebop; One Piece es una historia que funciona precisamente por su medio, por unas características intrínsecas al manganime japonés que solo permiten trasvases a otros medios con una gran cantidad de cambios. y aun con ello no promete una buena adaptación.

El trabajo de adaptación de Tomorrow Studios en Cowboy Bebop dejó a la fanbase insatisfecha

A pesar de las diferencias con la obra original, la versión de Netflix no logra producir ese trasvase al medio de acción real. La estética es hortera, un mundo donde conviven personas a semejanza biológica de nuestra realidad con otras de pelo verde fosforito, naranja o azul. Donde el vicealmirante Garp parece un humano común, Kuro presenta unas expresiones y manierismos que parecen de otro mundo. Existe un choque frontal entre la realidad del mundo de ONE PIECE y los personajes que lo pueblan. La producción busca asimilar la absurdez de la obra original, pero sus diseños son tan recatados, tan asentados en una realidad reconocible, que no produce la misma sensación de fascinación ante la diversidad del mundo de Oda. En el manganime, las proporciones varían según el personaje y las facciones, todavía más. Algunos tienen rasgos simiescos, otros tienen cuernos. Usopp tiene una nariz desproporcionadamente larga y Sanji, unas cejas imposibles. En la adaptación, ninguno de estos elementos está presente e incluso el caso de Merry, notorio por unos cuernos siempre presentes en el cráneo, ha reducido el tamaño de estos y apenas son visibles de manera frontal. Así, al retener estos elementos absurdos —que, en la obra original, casan con el conjunto por el tono cartoon—, pero reducidos en ejecución, crea un pastiche de estilos más cerca de lo hortera que lo intencionadamente kitsch.

La falta de cohesión en el diseño y la producción mal dirigida llevan a resultados entre el realismo y la estética cartoon de la serie de Oda

La estética acartonada de la serie no es su principal problema. Es uno de los más importantes al existir como filtro a través del cual el espectador se sumerge en el mundo de ONE PIECE, pero la realidad es que una estética a medio cocer solo sería un impedimento menor si los personajes y la maestría narrativa de Oda siguieran presentes. Los cambios, al fin y al cabo, no son óbice para una buena adaptación. Prueba de ello es Iñaki Godoy, todo un éxito de la serie al interpretar a un Luffy más moderado por los lógicos cambios de medio, pero tan vivaracho, soñador y alegre como el original. Godoy logra imprimar a Luffy una actitud contagiosa y definitivamente acertada, si bien supeditado a un guion que no siempre comprende al personaje original. De igual modo sucede con un Jeff Ward en estado de gracia, cuya interpretación de Buggy es más histriónica, más caótica, más Joker, pero igualmente acertada. Desde la percepción más realista de la acción real, Buggy es más un psicópata encantador que el payaso bufón de Oda. No corren, por desgracia, la misma suerte el resto de personajes. Vincent Regan encarna a un Garp distinto, más airado y doliente, que, por razones de guion, no termina de tener el impacto que debería. También Taz Skylar (Sanji) es presa del guion, un actor más que competente para el rol cuyas líneas no exprimen todo su potencial. Mackenyu (Zoro), Emily Rudd (Nami) y Jacob Gibson (Usopp) son actores con dinámicas brillantes que no tienen espacio para mostrarlas en pantalla. Ninguno de los casos anteriores encaja en la categoría de miscasting, sino, simplemente, de problemas de guion.

La caracterización e interpretación de Buggy por parte de Ward ofrece a la serie lo que busca: una estética intencionalmente kitsch, ideal para la adaptación

Ahí radica el origen del fracaso de ONE PIECE como adaptación: desde su misma base narrativa, el guion, no comprende la obra original. Al modo de Cowboy Bebop, los personajes son trasuntos de sí mismos y, en ocasiones, americanizaciones. Las bromas sobre nombrar ataques pueden entenderse como un intento de aproximar la cultura del manganime a nuevos espectadores a paso lento, pero otras variaciones navegan a contracorriente de la obra de Oda. El humor quippy heredado de Marvel se lleva a la banda de Luffy, donde Zoro y Nami saltan con menciones a su poca camaradería, Usopp tiene siempre una respuesta rápida a cualquier situación y Sanji reduce al extremo su obsesión por las mujeres, ahora más bien un donjuanismo desacertado. Incluso Helmeppo, con esa escena de entrenamiento al desnudo, se muestra desde una óptica de comedia estadounidense, lejano a su referente nipón. Zoro ya no es el complejo personaje con una fachada seria, pero con ganas de divertirse constantes y camaradería incondicional (prueba de ello es su lealtad férrea en los primeros capítulos del manganime, cuando carga con la jaula de Luffy), sino un hombre serio e inexpresivo, diluido del original. Nami pierde cualquier faceta agradable y manipuladora a partes iguales para convertirse en un personaje serio, tan inexpresivo como Zoro y mucho menos sutil en su dolor interno que el original, algo que simplifica los mecanismos de defensa que creaba su versión del manganime para lidiar con el trauma de su madre. Tampoco se reiteran correctamente los rasgos de cada personajes según la propia serie: Nami se presenta como una ladrona manipuladora, pero apenas demuestra su astucia en el primer episodio; Zoro tiene un fondo amable, pero decide sin motivo aparente seguir a Luffy en sus andanzas y prácticamente no da muestras de esa amabilidad inicial. Usopp, Sanji y Koby reciben un trato más coherente con sus presentaciones, pero tan simplistas que no dan lugar a dinámicas interesantes con el resto del reparto.

A pesar de algunos despuntes, Nami y Zoro apenas resultan expresivos ni salen de sus moldes preestablecidos. Resultan versiones excesivamente atenuadas de sus contrapartes originales

Donde Oda introducía con mano maestra las motivaciones y trasfondos de sus personajes, ONE PIECE trata de entremezclar las historias pasadas con el presente de la serie, además de dos tramas simultáneas. En lugar de ampliar el entendimiento de los personajes, la decisión lleva a una estructura repetitiva, que interrumpe la acción con cierta aletoriedad (salvo contadas excepciones) y alarga las escenas, restando en el proceso cualquier tensión formada por los set-ups narrativos o resumiendo tanto el original que el resultado es apenas un añadido necesario a la historia (como el flashback de Usopp). Tampoco ayuda la predictibilidad del guion, donde las constantes sorpresas del material original se sustituyen por tópicos: el circo con esclavos humanos (episodio 2) en lugar de la historia personal del alcalde de Orange Town y su perro, cuya empatía permitía una conexión profunda con el drama de un pueblo conquistado por piratas; la persecución de Kuro por toda la mansión en lugar de la tensa trama triple del original, donde Usopp tenía su propio arco de personaje con los niños de la isla; la batalla personal de Sanji por proteger su hogar, el Baratie, perdida en favor de un personaje sin apenas relevancia argumental; la unión de Nami con su pueblo, tan profunda que acrecenta el drama y la desesperación de ver a su gente morir sin motivo, eliminada en su totalidad; el pasado de Nami, con una madre adoptiva fuerte, protectora y memorable, se ve reducida a un melodrama sin originalidad alguna. ONE PIECE se atreve a hacer cambios, pero no ofrece nada a cambio de los elementos que suprime del original.

El cambio más problemático de la serie es convertir a los hombres-pez en alegorías racializadas. Con actores negros, música de hip-hop y acento black english, muestra a los hombres-pez como el enemigo, un Otro a exterminar reconocible por su violencia, sus tendencias agresivas y su maldad inherente. Huelga decir que se aproxima a un caso flagrante de racismo antes que a la exploración del «US vs THEM», algo que el manga original de One Piece haría más adelante como subversión de las expectativas de los lectores, además de evitar este tipo de similitudes con nuestro mundo más allá de la otredad superficial

Hay un rayo de esperanza al final de la serie. Detrás de la estética hortera, unos efectos especiales que rozan el valle inquietante, una coreografía de batalla muy poco trabajada y una dirección principiante (de planos holandeses y plano-contraplano) hay una genial dinámica entre los Sombrero de Paja. En los diez minutos finales de la temporada, guion e interpretación se unen para brindar una escena que debería haber sido la hoja de ruta para toda la serie. Rodeados alrededor del mítico barril, los Sombrero de Paja interactúan, se responden y contrastan formas de ser como ocurría en aquellos vídeos de YouTube previos al estreno. Cada uno expresa su sueño a modo de repaso de episodios anteriores, mostrando nuevas facetas de personajes que creíamos conocer. Ese atisbo de profundidad es, sin duda, la prueba de que una adaptación de One Piece es, si bien innecesaria y una estrategia de marketing poco sutil, posible. Solo se requiere de un buen guion, un mejor trabajo de diseño y, por lo visto, un mayor número de episodios.

 

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