Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: ficciones sobre la monstruosidad (I)

La monstruosidad y las criaturas monstruosas van ligadas a la cultura desde tiempos inmemoriales. Ya desde los clásicos los monstruos han tenido un papel relevante en la producción cultural, y esto se mantiene hasta nuestros días. Tanto es así, que autores como J. J. Cohen, que acuñó el concepto de Teoría del Monstruo en el estudio de las criaturas y sus ficciones relacionadas, consideran que nos encontramos inmersos en una edad de monstruos. Ciertamente, parece imposible pensar en la producción de los últimos cien años y no encontrar referencias a criaturas monstruosas por doquier, todas ellas ligadas a una tradición cultural, temporal y geográfica concretas, sin que ello impida que se den trasvases entre épocas y culturas, dotando al monstruo de cierta recurrencia intertextual.

Entre otros factores, el éxito de la monstruosidad como temática y como canal discursivo viene marcado por la relación de lo monstruoso con lo humano y la interacción entre ambos. A través de las criaturas y de su articulación con distintos elementos de la vida cotidiana y del discurso hegemónico vigente, podemos explorar la condición humana desde una perspectiva múltiple, a veces con un tono conservador y otras con una mirada más rompedora. En ese sentido, las recomendaciones de esta entrada y la próxima nos presentan una pequeña muestra de ficciones en las que la monstruosidad tiene un papel preeminente en la construcción discursiva del texto o en la construcción narrativa del mismo.

Patricia Trapero: Colossal (Nacho Vigalondo, 2016)

Muchos son los géneros audiovisuales dedicados a los monstruos. De entre ellos destaca uno, el denominado kaiju eiga, de origen eminentemente japonés, protagonizado por una bestia gigante de origen desconocido —aunque habitualmente relacionado con experimentaciones científicas o por haberse salvado de la hecatombe producida por los seres humanos— que asola una ciudad. Ni que decir tiene que se produce en los argumentos de este género una lucha por la supervivencia ante este ser con un enorme poder de destrucción. Un género que tiene en Godzilla a su principal exponente y que suele asimilarse a películas de serie B a pesar de que la producción cinematográfica de la última década haya revalorizado el género tanto en argumentos relacionados con el kaiju japonés con títulos como  la magnífica Godzilla: King of the Monsters (Michael Dougherty, 2019) como en su pugna con su oponente occidental King Kong. Sea como sea, es innegable el interés por la construcción de un Monsterverse en el que, aparte de la conjunción de kaijus diversos, se presentan lecturas simbólicas de la contemporaneidad, en muchos casos, o se centran exclusivamente en la aparatosidad de los efectos especiales, en otros casos.

En estas coordenadas se enmarca Colossal, una producción hispano-canadiense escrita y dirigida por Nacho Vigalondo. En ella seguimos a Gloria (estupenda Anne Hathaway), una joven cuya vida es tremendamente caótica: no tiene trabajo estable, es controlada por Tim, una pareja (Dan Stevens) extremadamente agobiante y paranoica, y tiene serios problemas con la bebida. La ruptura con su novio hace que Gloria abandone Nueva York y se traslade a su ciudad natal para intentar poner orden a su existencia. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, en especial con Oscar (Jason Sudeikis) y también con parte de su pasado. Esta historia de reconducción personal de Gloria va a verse interferida por la aparición de un monstruo que asola Seúl y que actúa matemáticamente a las ocho de la mañana. Un monstruo que causó sus primeros estragos en la ciudad quince años antes sin volver a tener noticias de él.

Desde las primeras imágenes de la película, Vigalondo indica los códigos esenciales del género que se irán desarrollando a lo largo del argumento. Sin embargo, Colossal presenta una historia intimista en la que la protagonista toma consciencia de las carencias personales a las que debe enfrentarse. El monstruo no es, pues, un reflejo de los estados anímicos momentáneos de Gloria sino que su aparición es un toque de atención para el personaje central, un detonante para la toma de decisiones y ver su vida en perspectiva. En definitiva, el kaiju de Vigalondo es una bestia sanadora, tierna y empática que ayuda a la protagonista a superar la toxicidad de sus relaciones presentes y también pasadas. Justamente este planteamiento hace de Colossal una película híbrida que combina todos los elementos del género con situaciones dramáticas que construyen a una protagonista autosuficiente y, finalmente, resolutiva. Una propuesta muy ágil, interesante y más que recomendable.

Nuria Vidal: Beast (Michael Pearce, 2017)

«Todos los monstruos son humanos«. Así sentencia Sister Jude la cualidad monstruosa en el episodio Welcome to Briarcliff de American Horros Story Asylum. Una forma de expresar la delgada línea que separa la humanidad de su contrario: un aspecto de nuestra naturaleza que permanece silenciosa pero latente y que se puede manifestar en cualquier momento. En este contexto se enmarca el largometraje Beast, ópera prima de Michael Pearce protagonizada por Jessie Buckley y Johnny Flynn. La trama se sitúa en la remota isla de Jersey donde seguimos a Moll (Buckley), una joven tímida y solitaria cuya familia, especialmente su madre y su hermana, ningunean constantemente. Moll es, así, la «oveja negra» de la familia a ojos de una comunidad cerrada que mira con recelo a cualquiera que se salga de los cánones sociales. Una noche, Moll conoce a Pascal (Johnny Flynn) un desconocido con el que establece una relación afectiva. La aparición de una serie de cadáveres en la isla desencadena la rumorología entre los habitantes de Jersey poniendo a Pascal en el punto de mira.

Así, la película es un thriller psicológico que navega entre el misterio de un caso sin resolver y la evolución de Moll quien se ve atrapada entre dos mundos: uno en el que se ahoga y otro en el que se siente libre. La trama se vertebra, pues, a partir de las dudas sobre la inocencia de Pascal – un extranjero y un paria según la comunidad -, por un lado; y a partir del desarrollo psicológico de Moll quien se debe enfrentar a su propia moralidad, por otro lado. Beast es un estremecedor relato sobre la soledad, el aislamiento y la violencia – tanto física como emocional – que pone en el centro a una protagonista autodestructiva, no complaciente y cuyas acciones son cuestionables. Especialmente, la película plantea un final abierto con diferentes interpretaciones que proporcionan una lectura interesante sobre la naturaleza de la monstruosidad. Igualmente, Pearce desarrolla una puesta en escena sobria e intimista en la que la simbología del espacio, la tierra y el agua, tiene un peso indispensable. La naturaleza y el nexo con ella se convierten en un espejo del retrato psicológico de Moll y que refleja el ambiente castrador al que quiere hacerle frente.

Finalmente, Beast es una parada obligatoria para los seguidores de Jessie Buckley quien, después de su aparición en War & Peace (BBC, 2016) y la serie Taboo (HBO, 2017), consigue su primer papel protagonista en este largometraje independiente británico. Un rol que le valió notoriedad y el reconocimiento con una nominación a Mejor Estrella Emergente en los BAFTA de 2018. La actriz irlandesa, una de las intérpretes más versátiles y arriesgadas de la actualidad, realiza otro de sus más que magníficos trabajos – personalmente, el que me parece el mejor de su trayectoria – en un papel que le sale de las entrañas demostrando fragilidad y una energía salvaje.

Guillermo Amengual: Possession (Andrzej Zulawski, 1981)

Roman Polanski, Krzysztof Kieslowski o Agnieszka Holland son algunos de los cineastas más característicos de Polonia. Muchos fueron los que se vieron obligados a emigrar hacia otros países de Europa o de América en busca de una nación que les acogiera y les permitiera desarrollar su libertad y destreza artística. Entre esos directores encontramos también a Andrzej Zulawsi, autor un tanto desconocido por el público general, pero admirado y alabado por muchos amantes del cine de autor experimental, exagerado y bizarro.

Basta con ver algún fragmento de su film Sobre el globo de plata -que sufrió la censura del gobierno Polaco, que destruyó parte de la cinta durante el rodaje en 1976, y que tuvo que volver a rodarse parcialmente años después, siendo estrenada finalmente en 1988- para admirar la capacidad de Zulawski por crear mundos inimaginables donde los actores dan cuerpo y alma por interpretar a unos personajes cuya corporalidad exagerada, esquizofrénica y monstruosa es el reflejo de la enferma sociedad del siglo XX.

Más allá de otros títulos del director como La nota azul (1991), Diabel (1971) o Lo importante es amar (1975), sin duda alguna, su película más alabada y recordada es Possession (1981), un relato terrorífico que ocurre en Berlín y que, en clave de terror gore, nos habla sobre la decadencia de la vida conyugal, sobre el miedo al otro, sobre los miedos a la reclusión, a la maternidad, a la desesperanza y a la falta de fe en un mundo abocado a la autodestrucción y a la deshumanización.

Seguramente la mayoría de personas relacionen al actor Sam Neill con su icónica apariencia en el clásico del cine Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993). Sombrero beige, camisa azul, pañuelo rojo y un espíritu amable, aventurero y curioso. Desde luego, esa imagen tan agraciada se ve truncada por completo al ver al actor interpretar al protagonista de la cinta de Zulawski junto a una soberbia Isabelle Adjani -de quien se dice que intentó suicidarse después de ver la película acabada- que lleva a cabo -según varios críticos- una de las mejores (y más desgarradoras) interpretaciones de la historia del cine.

La historia trata de una familia que vive en un apartamento en frente del muro de Berlín. Cada día ven por la ventana de su angosta casa uno de los mayores símbolos de reclusión y separación de la historia de la humanidad. Una construcción que también representa el distanciamiento de la protagonista con su marido, Sam Neill, cuyo trabajo le obliga a ausentarse repetidamente de su familia. Sin embargo, cuando él regrese a casa, sentirá cómo su familia está al borde del abismo tras las repetidas ausencias de su mujer. Pronto sospechará de que se trata de una infidelidad y decidirá investigar junto a la ayuda de un detective privado qué significan las idas y venidas de su mujer y los motivos de su creciente carácter depresivo, esquizofrénico, masoquista y autodestructivo. La monstruosidad de los personajes desembocará en el causante de todos los males: un monstruo diabólico indescriptible con fisiología fálica que se convertirá en el amo de todo el mundo a no ser que alguien se atreva (y pueda) detenerlo.

Zulawski nos ofrece una película en la que la cámara no deja de moverse, generando una perfecta y ansiosa coreografía que mantiene al espectador en una posición desasosegante y taquicárdica. Su trabajo en la dirección hace que los actores den todo de ellos en representar a unos personajes enagenados cuya corporalidad en la pantalla refleja los diferentes roles de poder que adoptan dependiendo de la escena. En ocasiones sentiremos y veremos a Adjani como una mujer cohibida y pequeña, aplastada, y otras veces la veremos empoderada y grande. Al igual que a Sam Neill y a otros actores como Heinz Bennent que nos darán unas interpretaciones que casan completamente con la atmósfera demencial de la cinta.

Hay que estar preparado para ver Possession, no es una cinta para todo tipo de públicos ni todo tipo de estómagos. Te deja agotado, pero con la sensación de haber presenciado una obra maestra que te cambia por completo. No eres la misma persona después de haberla visto.

 

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