Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Sobre Koreeda (IX): «Like Father, Like Son» (2013) o el valor de la familia

Hasta la fecha, todas las películas de Hirokazu Koreeda que han enfocado su argumento en el rico y creativo mundo de la infancia se han centrado en sus protagonistas: los niños. Esto es algo francamente evidente si prestamos atención tanto a Nobody Knows (2004)Kiseki (2011), ambas centradas en las experiencias de unos protagonistas que se ven forzados a crecer demasiado rápido. Hasta la fecha, ninguno de sus trabajos le ha dedicado muchos esfuerzos a la constitución del paisaje emocional de aquellos que acostumbran a ir ligados a estos niños, esto es, los padres. En el análisis de Maborosi (1995), por ejemplo, comentaba que, sí, la historia se centra en una madre que acaba de perder a su pareja, pero las instancias en las que se muestra una relación maternofilial como tal son tan anecdóticas y se le ofrece tan poco espacio fílmico a la sensibilidad infantil de los niños que no contaría en este cómputo. Lo mismo sucedería con Still Walking (2008), con una presencia infantil mucho más notable que en el caso de Maborosi, pero que sigue la misma norma: el interés son los adultos alejados de su paternidad/maternidad. Like Father, Like Son (2013) viene a romper esta regla con un truculento argumento —por dramático— en el que, por mala praxis intencional de una enfermera, dos parejas se llevaron a casa los hijos de los otros, generando una profunda y sentida herida familiar que tendrán que curar paulatinamente a lo largo de la duración de la película. ¿Qué ha hecho falta para que Hirokazu Koreeda haya decidido desplazar el centro de su narrativa a la paternidad/maternidad en lugar de a la infancia? Evidentemente, tener una hija (Muñoz Garnica 2022, 249). Lo que vemos en Like Father, Like Son es una suerte de diálogo que el realizador nipón mantiene consigo mismo en lo que a su cualidad de padre se refiere. Hechas las presentaciones, avisar de que el análisis que aquí vamos a presentar contiene spoilers de la trama de la película. Aunque los trabajos de Koreeda no acostumbren a sostenerse sobre bases argumentales que favorezcan el secretismo, nunca está de más avisar.

Midori (Machiko Ono) y Ryota (Masaharu Fukuyama) son los padres de Keita (Keita Ninomiya) y representan la parte pudiente del binomio familiar que presenta la película; en el otro lado, nos encontramos con Yudai (Lily Franky) y Yukari (Yoko Maki), los padres de Ryusei (Shôgen Hwang), representando la contraparte más humilde de la dupla.

Aunque las personalidades de cada uno de los personajes pueda individualizarse de forma satisfactoria, considero que no es muy controvertido señalar que Like Father, Like Son consiste en el choque entre dos personajes colectivos: la familia Nonomiya —bien asentada, económicamente estable, «exitosa» a nivel laboral— y la familia Saiki —mucho más humilde y modesta—. Los Nonomiya aparecen con una rigidez que recuerda a la de los androides. Su modo de actuar, ya sea en el trabajo o a nivel familiar, sigue un modus operandi crítico, analítico y frío. Están orientados al cumplimiento de objetivos, a la configuración de una personalidad exitosa en la figura de su hijo. Esta forma de ser se agudiza cuando, tras saber que Keita Nonomiya no es en realidad su hijo, conocemos a la familia Saiki. Destacan estos últimos por ser mucho más cálidos y familiares. Tienen una relación mucho más cercana con Ryusei, su hijo, y no están limitados por la rigidez de un sistema concreto, cosa que implica que sus personalidades estén mucho más dispersas y no encajen en un comportamiento estanco y limitado. Son personas relajadas, afables, pero que no quieren que el mundo los arrolle. Estas dos familias son reflejo y sirven como representantes de dos mundos aparentemente antitéticos, el de la riqueza y la pobreza, dos esferas que desde tiempos inmemoriales parecen haberse independizado forzosamente la una de la otra. En este sentido, Like Father, Like Son se convierte en una de las películas de Koreeda que «más claramente introduce la dialéctica de clases en su relato» (Muñoz Garnica 2022, 250).

El estado de inadecuación en el que vive Ryota como padre no es un fin en sí mismo, sino que se aprovecha para configurar un camino en el que la autocrítica y el aprendizaje se convertirán en protagonistas.

Esta dinámica binaria permeará una parte considerable de la película en tanto que uno de los principales choques que existen entre ambas familias radica en la supuesta superioridad que la familia rica tiene por encima de la pobre. En una escena, cuando ya han intercambiado los niños durante un fin de semana para que estos comiencen a adecuarse a sus nuevos padres, Keita comenta lo bien que se le da a Yudai, el padre de la familia pobre, arreglar cosas. Esto no debe extrañar, ya que Yudai se dedica a eso: es un manitas. Visto el percal, y con el ego ofendido, Ryota, el padre de la familia rica, comenta con desdén que aprovecharán estas habilidades para pedirle que les arregle un radiador. Nace este comentario, primero, de un sentimiento de superioridad palpable que no deja en muy buen lugar al propio Ryota. Según este punto de vista, todo ser humano se reduce a su utilidad en la sociedad. Ryota instrumentaliza a las personas. ¿Acaso no es así como cría a Keita? Le fuerza que toque el piano para que pueda desarrollar su excelencia en el campo de la música y mantiene sobre él un ojo opresor para que su camino académico resulte lo más excelso posible. Pero también, y en segundo lugar, el juicio de Ryota hacia Yudai demuestra una inseguridad que se va construyendo paulatinamente a medida que va avanzando la película. Ryota comienza a verse como alguien que, quizás, no está siendo muy buen padre. Keita prefiere a la familia que, por sangre, le pertenece. Muy esclarecedoras son dos escenas en las que Keita demuestra lo cómodo que está con el nido familiar que han construido Yudai y Midori: cuando Ryota aparece en casa de la familia Saiki con el pretexto de castigar a Ryusei por haberse escapado de casa y cuando la familia Nonomiya va a buscar a Keita para llevarlo a casa. En ambos casos, Keita, o bien, se esconde, o bien, huye. Si hay una señal de que tu hijo no está cómodo con cómo estás llevando las cosas, seguro que se halla en alguna de estos dos indicativos.

La admiración de Keita por la familia Saiki comienza a desarrollarse cuando aprende que la forma en la que lo han tratado durante su corta vida en casa con la familia Nonomiya, sin ser cruel ni indeseable, no era la óptima.

Y aquí es donde entra el genio Koreeda. Mientras otro director hubiera escogido una línea muy distinta al plantear un contraste de familias y lo mejor que es una por encima de la otra, el director al que le dedicamos este ciclo lo encara desde el punto de vista del aprendizaje. Ryota camina una ruta donde primero encontrará confrontación, luego se verá forzado a revalorizar su propia idea de la paternidad y, finalmente, encontrará una forma de sobrellevar todo aquello que ha aprendido y de enfocarlo de forma productiva para poder recuperar a Keita y empezar de nuevo su relación con él desde un punto de vista mucho más afectivo. Lo curioso del asunto, más allá de esta humanística perspectiva por parte de Koreeda, viene con el hecho de que, durante la película, hemos visto momentos en el los que Ryota se presenta a sí mismo como un padre cariñoso y crea instancias de intimidad paternofilial que apuntan a la creación de una utopía familiar. Ya sea tocar con el piano con él en los breves momentos que tienen a solas o levantarlo del suelo después de un sprint para que se crea que ha dado un salto sobrehumano, la forma que tiene Koreeda de plantear a Ryota es una que da la bienvenida al entendimiento y a la simpatía. Si entendemos su narrativa interna, es alguien a quien podemos comprender e, incluso, justificar. El antagonismo es más una cuestión estructural y sistémica, una fuerza gravitacional en ocasiones ineludible que impera al ser humano a competir unos contra otros. Lo importante, parece querer concluir Koreeda, es cómo nos tratamos unos a otros y cómo trazamos relaciones que deben ser duraderas y que deben sobrevivir a meras cuestiones de putatividad de sangre.  Una vez más, el tokiota nos muestra que la estructuración de una familia es algo mucho más plástico de lo que nos imaginamos y nos invita a la configuración de un espacio seguro en el que el cariño y las emociones, principales monedas de la afectividad, no tengan que ser elementos reprimidos ni puestos a un lado por una mera cuestión de éxito laboral, sino que puedan ser vividos como el inclemente torrente que a veces son.


MUÑOZ GARNICA, M. (2022). Hirokazu Koreeda. Madrid: Cátedra.

 

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