Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Stonehouse» (ITV Studios, 2023): vida de un cretino

Se abre el telón. Aparece John Stonehouse saliendo de su lujoso hotel en Miami y va directo a la playa. Se quita un característico traje azul claro para ponerse un bañador —también con motivos azules— y se mete en el agua. Corte: la casa de los Lores guardan un momento de silencio por la muerte de Stonehouse. Se cierra el telón. Aquí vendría la preparación de la punchline de un chiste tipo «¿cómo se llama la película?», pero me da que esa información ya nos la sabemos. A la porra el chiste: Jon S. Baird —director de Filth (2013), Stan & Ollie (2018) y la pendiente de estreno Tetris (2023)— y el escritor John Preston se alían profesionalmente a través de ITV Studios para contarnos la historia de John Stonehouse, un ministro británico a las órdenes de Harold Wilson que, presa y perpetrador simultáneamente de una mala gestión de sus intereses económicos y de una confianza exorbitante en sí mismo, se vio obligado a fingir su muerte en 1974 y cambiar su identidad para escapar de la ley. La miniserie, que solo cuenta con 3 capítulos y apenas 180 minutos de metraje, centrará su atención en el auge y caída de Stonehouse —interpretado por un siempre estupendo Matthew Macfadyen—, así como en las breves, pero intensas —y no en pocas ocasiones hilarantes— dinámicas que mantiene con todos aquellos que se mueven a su alrededor. Todos y cada uno de los elementos funcionan en sintonía para mostrar cómo este Stonehouse, lo que son luces, no tenía muchas.

Matthew Macfadyen interpreta a John Stonehouse, un parlamentario británico que, tras sus pinitos como espía para la República Checa, es protagonista de un periplo surrealista.

La información que dábamos al principio, ese pequeño primer aperitivo para ir entrando en materia, se corresponde con el inicio de la miniserie. Comenzamos, por tanto, con el intento de desaparición por parte de Stonehouse, solo que de forma descontextualizada. Si uno no está versado en su historia, la serie pone en bandeja un argumento que sirve el interés de forma clásica, pero efectiva: ¿qué le ha sucedido a este hombre tras entrar en el agua? Ya en el primer capítulo se nos ofrecerá la respuesta a ese interrogante. Veremos los pasos que va dando nuestro protagonista hacia su particular estrellato, uno colmado de glorias políticas y económicas, pero que no tarda en derrumbarse estrepitosamente. Baird dedica este episodio piloto a la configuración del comienzo del mito de Stonehouse, y con ello nos topamos con un primer problema. Si hay una crítica que puede hacérsele, no solo a este capítulo de estreno, sino a toda la serie en general, es lo atropellada que se siente. Recorremos una porción considerable de la vida de una persona —estamos hablando de, aproximadamente, unos 20 años— en un lapso no mayor que tres horas. Esto, a priori, no debería resultar un problema, en el sentido de que otros tantos proyectos han llevado a cabo la misma odisea sin resultar apenas perjudicados. La Zodiac (2007) de David Fincher, por ejemplo, ocupa una longitud temporal similar y lleva a cabo la empresa en, incluso, menos tiempo del establecido. O, por poner otro ejemplo clásico, The Life and Death of Colonel Blimp (Michael Powell & Emeric Pressburger, 1943), trata la curiosa amistad trazada entre un británico y un alemán desde la Segunda guerra bóer (1899-1902) hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en veinte minutos menos de lo que dura Stonehouse. El tiempo dedicado a la exploración de un tema no tiene porque ser un factor que vaya a poder dinamitar tu producto, siempre y cuando en este exista una concordia rítmica en el que todo progrese de forma dinámica, acorde con la propia filosofía presentada orgánicamente a través de la historia. El punto es que en Stonehouse, esto no sucede. El primer episodio recorre los comienzos de la carrera política de Stonehouse de forma muy apresurada para luego, los dos últimos capítulos, asentar las cosas y plantear una estructuración más pausada de las dinámicas. Hay una discrepancia notable que evidencia una débil gestión y esquematización del ritmo argumental.

Las acciones de John influyen, no solo en su vida, sino en la de sus más allegados, como su esposa Barbara (Keeley Hawes) o su amante y secretaria Sheila (Emer Heatley).

El ritmo no es el único elemento que sufre en vistas de esta mala praxis organizativa: las dinámicas entre personajes también parecen pender de un hilo. La serie aboga por un enfoque satírico muy propio de la ficción inglesa, en el que el protagonista y todo aquello que lo envuelve se convierte en objeto de mofa. Cada uno de los elementos argumentales que afectan directamente a Stonehouse se ven elevados por una actuación estupenda de Macfadyen, que explota el ridículo que parecía existir de forma natural en la persona de John Stonehouse. Sin embargo, este mismo punto parece privarle al dinamismo emocional —algo que debería aparecer sí o sí, a pesar de su claro enfoque cómica— un espacio en el que poder desarrollarse de forma satisfactoria. Algo se nos perfila en la construcción de la relación que Stonehouse mantiene con su esposa, Barbara, pero el gesto no parece tener mucha vida útil más allá de los confines de estos dos personajes. Y en aquellos en los que se puede explotar una historia que transgreda esa meramente simpática ironía que se plantea de forma orgánica debido a la perspectiva que acoge desde un principio la miniserie, termina por ofrecernos los esqueletos de las conexiones interpersonales que podrían haber llegado a tener. Esto sucede en dos frentes claros: la relación que mantiene Stonehouse con sus hijos y Harold Wilson. La primera parte afectada resulta la más trágica a nivel emocional, en tanto que no tenemos apenas escenas en las que se nos desarrolle el vínculo con ellos. Se nos muestra al comienzo del primer capítulo un enternecedor momento compartido cuando Stonehouse le habla a su hijo sobre su pertenencia a un grupo tipo boy scouts cuando era niño. Parece estar construyendo algo que podría aprovecharse en futuras instancias para humanizarnos algo más a un personaje que parece haber perdido el control de su vida. Sin embargo, este momento solo se utiliza para servir de punto focal a una serie de callbacks que se irán desarrollando en diferentes momentos de los próximos episodios. Por su parte, que la relación no se desarrolle con Harold Wilson trae una de las tragedias intelectuales de la miniserie, pues todo el concepto de instrumentalización política que se construye alrededor del caso Stonehouse pierde vigencia en pro de unas pocas apariciones anecdóticas que buscan delinear una crítica a la naturaleza histórico-política del Parlamento británico, pero que termina quedándose en el intento.

Kevin McNally interpreta a Harold Wilson, Primer Ministro del Reino Unido en los períodos 1964-1970 y 1974-1976.

Como hemos visto, Stonehouse no resulta una serie sobresaliente, ni siquiera notable. Considero que en su gestación se han dado toda una serie de problemas estructurales que han impedido que esta serie llegue a volar de forma estable durante su corto metraje. Sin embargo, me doy a mí mismo la libertad —porque querer, en este caso, es también poder— de romper una lanza a favor de este producto de ITV Studios. Para aquellas personas que busquen un producto de fácil digestión que dé una dosis considerable de entretenimiento decente durante unas pocas horas. su brevedad, elemento que he criticado en el cuerpo de esta entrada, puede no resultar tanto un motivo de alejamiento de Stonehouse, sino más bien uno de acercamiento. Stonehouse, al final del día, deviene un producto aceptable que no apunta a grandes cosas más allá que a distraer y divertir al espectador amenizándole un momento del día, cosa que ya es en sí algo grande y digno de tener en consideración. Macfadyen encarna a Stonehouse con gracia y gancho, tiene un diseño de producción digno de mención y algunos de sus momentos tienden a la hilaridad. La serie está disponible en Filmin. Si las características delineadas resultan gratas, no veo por qué no darle una oportunidad.

 

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