Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Suspendido en una silenciosa esperanza: «Quest» (Antonina Obrador, 2023)

 

Para muchos espectadores el silencio es una amenaza.

José Luis Guerín

 

André Bazin señalaba en sus escritos que hay dos tipos de cineastas: los que creen en la realidad y los que creen en la imagen. Los primeros se distinguen por entender el cine como una ventana hacia la vida, atrapando la realidad directamente. Los segundos creen que el séptimo arte se trata de construir una imagen cinematográfica propia y que tan solo a través de esta podremos entender la realidad desde un prisma distinto. En su primer largometraje, la directora Antonina Obrador se posiciona como una cineasta de la imagen dándonos una clase maestra de cómo el poder del cine es capaz de superar la realidad para devolvernos una visión certera de la vida.

En la gala inaugural del Atlàntida Mallorca Film Festival varios espectadores tuvieron la oportunidad de ver Quest, la opera prima de Antonina Obrador, producida por La Periférica y Nanouk Films. El film, protagonizado por Enric Auquer y Laia Manzanares, nos presenta a Lluc, un biólogo que decide investigar la flora de la isla Quest. Allí, suspendido en una silenciosa soledad, comenzará a sentir y presenciar cosas que van más allá de lo real y lo natural. La llegada a la isla de Carme, su hermana pequeña, provocará que se desvelen las razones por las que Lluc ha llegado hasta allí.

Lluc explora la isla, la captura con su cámara,  guarda muestras de ella… Después las examina en su estudio. Vive, al fin y al cabo, de representaciones y fragmentos de la realidad. La idea de la repetición y la representación irá apareciendo constantemente en el film de Antonina Obrador.

Obrador estructura la película en tres actos. En el primero de todos nos muestra la llegada de Lluc y su día a día en la isla. El biólogo vive en una pequeña casa austera y pobre, pero con suficientes comodidades para sobrevivir durante el tiempo que dure su estudio. Tiene muebles, cama, mesa, chimenea… se nota que ha sido habitada hace no mucho. Lluc recorre la isla haciendo fotos a las diferentes plantas con su cámara instantánea. Toma muestras de la flora y después, con todo el material, realiza un seguimiento y análisis científico. En el primer fragmento de la obra, Obrador retrata la monotonía de Lluc sin apenas diálogos. Durante casi media hora enfrenta al espectador a imágenes acompañadas de una banda sonora formada completamente por el sonido ambiente de la isla: el viento, el mar, los pájaros, las pisadas de Lluc… Con ello sumerge al espectador a un estado casi de trance en el que es difícil entrar para quien siente incomodidad ante el silencio. La decisión formal de Antonina Obrador es digna de alabanzas. «El cine sonoro ha inventado el silencio» afirmaba Robert Bresson en sus Notas sobre el cinematógrafo, y la directora de Quest comprende el poder evocador del sonido y de los ruidos que entendemos como silencios -aunque no lo sean- que provocan que el espectador vaya más allá de ellos, que en sus mentes se forme la imagen a la que dichos sonidos apuntan.

Laia Manzanares aparece como un personaje siniestro. Su interpretación es comedida y justa. Su mirada y sus gestos hablan más que sus palabras.

Las otras dos partes del film devienen el encuentro con la hermana después de diez años sin verse el uno al otro. En ese momento, lo cotidiano va construyendo la disparidad entre Lluc y su entorno, del que no acaba de sentir que forma parte. Hay algo que le separa de Quest. Carme, la hermana, y un misterioso cuaderno lleno de dibujos de las plantas que el mismo Lluc ha fotografiado revelan lo inhóspito del personaje masculino. A partir de ese momento se crea una atmósfera tensa y mística que nos recuerda a lo trascendental y al existencialismo del cine de Andrei Tarkovsky -es imposible no pensar en La Zona de Stalker (1979) o en ese extraño planeta que revive el recuerdo de los seres perdidos en Solaris (1972)- y de Ingmar Bergman en cuyo cine también aparece la isla como espacio de reclusión, soledad y redención; como en Como en un espejo (1961) o Persona (1966). No obstante, las influencias cinematográficas y artísticas de Quest van más allá de la identificación. Antonina Obrador toma la esencia de los maestros y la hace suya para construir esta fábula sobre el perdón y la esperanza por resarcirse de los errores cometidos en el pasado. Será el espectador quien acabe cerrando la epopeya de Lluc en esta extraña isla acompañada por una música mística de tono ancestral que, a mi parecer, en ocasiones subraya demasiado lo trascendente de las imágenes y los sonidos como si se dudase del poder que por sí solas consigue darles la directora.

Las imágenes y sonidos de Quest evocan a la espiritualidad cinematográfica de grandes maestros como Tarkovsky, Berman, Dreyer o Bresson.

En cualquier caso, Quest es toda una prueba de que todavía hay artistas que creen en el cinematógrafo, que escriben con imágenes y sonidos historias que emocionan en todos los sentidos. El film tiene ese misticismo esperanzador propio de películas como Ordet (Carl Theodor Dreyer, 1955) en las que tras su aparente sencillez hay una inexplicable fuerza -de la imagen y el sonido- que lleva al espectador a emocionarse y creer en lo que ve. Al igual que Dreyer, Antonina Obrador cree en el poder del cine para conseguir lo imposible. Con total sinceridad, espero con ansia el estreno de Quest en las salas de nuestro país y, con suerte, de todo el mundo para poder volver a verla y para que su fuerza cinematográfica llegue e inspire a todos aquellos que creen en el cine y que, sobre todo, desean hacer una película con las mismas convicciones y riesgos como lo hace esta genial película.

 

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