Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Una mirada al cine de Mike Leigh: «All or Nothing» (2002) o el rincón de las almas vacías

Con All or Nothing nos adentramos en la séptima película de la filmografía del director de Manchester, Mike Leigh. Tras la ambición y magnificencia de su anterior proyecto – Topsy-Turvy (2000) – y de su película más discreta hasta la fecha – Career Girls (1997) – el cineasta regresa a su temática predilecta y a su estilo característico enmarcado de lleno en el realismo social. Algo que fue intencional tal como expresa el propio Leigh. En este caso, All or Nothing es, tal vez, el film más angustioso y asfixiante desde Naked (1993) en cuanto a concentración emotiva y a la presentación del universo de unos personajes enfrascados en la monotonía.

El argumento del film sigue, claramente, los esquemas de la aparente no-trama tan definitorio del cineasta convirtiéndose en su película más coral de su trayectoria. La historia tiene como eje central la vida de unos vecinos de un bloque de pisos de la periferia de un barrio obrero londinense. Ubicada durante el transcurso de un fin de semana, la estructura narrativa sigue los diferentes puntos de vista de todos los integrantes de tres familias que coinciden en los estrechos pasillos y las zonas comunitarias del edificio; al igual que también comparten su tiempo laboral y personal. Sin tener un claro protagonista, nos encontramos con la familia de Phil Bassett (Timothy Spall), un taxista que trabaja en horarios insospechados para traer más dinero a casa. Su mujer Penny (Lesley Manville) es una cajera de supermercado que tiene que lidiar con su irritable hijo adolescente, Rory (James Corden), quien sufre sobrepeso y vaguea en el sofá de su casa. Al igual que seguimos a la hija mayor, Rachel (Alison Garland), quien trabaja como limpiadora en una residencia para ancianos. En otro apartamento, tenemos a Neville (Gary McDonald) y Carol (Marion Bailey), un matrimonio de alcohólicos, y a su descarada hija Samantha (Sally Hawkins) quien mata las horas en el patio comunitario viendo a la gente pasar. Y, finalmente, encontramos a Maureen (Ruth Sheen), compañera de trabajo de Penny, y su malhumorada hija Donna (Helen Coker) cuyas personalidades antagónicas chocan constantemente.

Amigas y vecinas: Maureen, Carol y Penny se relajan en un karaoke-bar

En All or Nothing, Mike Leigh despliega una red de personajes en un espacio laberíntico como la arquitectura del bloque de edificios de protección oficial en los que residen. Durante el trascurso del film se reflejan los disgustos, anhelos y desesperanzas de cada uno de los personajes y se vislumbra la melancolía del día a día de la clase obrera. Algo que ya trataba en varias películas de su filmografía como Life is Sweet, Secrets & Lies y High Hopes. Por su parte, Phil y Penny – con unas interpretaciones excepcionales de Spall y Manville – viven atrapados en un matrimonio tenso y en declive. Mientras a él no le queda más remedio que hacer horas extra en el trabajo encerrado en su taxi para conseguir más dinero, ella mantiene la economía doméstica y trabaja a jornada completa como cajera. Ambos personajes se ven sumergidos en una profunda depresión. El primero por el cansancio acumulado que se refleja en los encuentros con los diferentes clientes del taxi; la segunda debido a la falta de espacio personal y la opresión de una vida infeliz. La representación de la decadencia del matrimonio y de la familia de clase obrera se muestra de manera muy asfixiante en los Bassett. Phil y Penny son callados y tímidos e intentan mantener la compostura frente a la tristeza que les desborda. Sin embargo, Rory, el hijo adolescente de los Bassett, es un vago malhumorado y desagradecido con sus padres (en especial, con su madre) cuyo sedentarismo le ha provocado obesidad. Algo que actúa como detonante de los conflictos entre Phil/Penny y la reconciliación familiar tras que éste sufra un infarto en uno de los momentos climáticos de la película. Por otro lado, está Rachel quien sufre en silencio todas las riñas de sus padres/hermano y que responsablemente trae dinero a casa para el sustento familiar. La mirada de Rachel es la más pura y paciente del film y aquella que, desde la distancia, pone la sensatez a la incomprensión del resto de los Bassett.

La juventud rota: Samantha se enfrenta a Craig, su acosador

A pesar de que los Bassett pueden considerarse como el eje central del film, las otras dos familias que se presentan también concentran un gran peso temático y emocional. Por un lado, tenemos a Maureen y Donna, madre e hija que tienen caracteres completamente distintos. Maureen es dicharachera y optimista – un personaje muy del estilo de Ruth Sheen – y se dedica a la tintorería y la costura para ganar un dinero extra. Por otro lado, Donna es una veinteañera que trabaja de camarera en el bar del barrio y mantiene una relación con el violento Jason (Daniel Mays). El embarazo no deseado de Donna empeora la situación con el maltratador de su pareja, mientras acerca a madre e hija en una problemática que explora la violencia de género, la precariedad laboral y la conciliación familiar. Mientras, en el piso de al lado, tenemos a Samantha – Sally Hawkins en el primer papel de su carrera – quien se pasa las horas fuera de casa, normalmente vagabundeando por el barrio, para no aguantar a sus padres alcohólicos, Carol y Neville. El personaje de Samantha sufre las consecuencias de ser una joven desempleada y que tiene que encargarse de la estabilidad familiar, una responsabilidad que no le corresponde; sobre todo, estar al cargo de dos adultos no funcionales. La toxicidad del hogar se traslada, así, a sus relaciones personales: la rivalidad con Donna, su relación sexual con Jason y, especialmente, sus encuentros con Craig (Ben Crompton), un joven del barrio que la vigila y la acosa. La intrínseca soledad de los personajes se concentra, pues, en cada una de sus situaciones personales. Un viaje crudo, pero tratado con mucha delicadeza donde cada momento parece que es o todo o nada.

Phil y el mar: el respiro de la clase trabajadora

En este sentido, All or Nothing no está estructurada como una historia, sino más bien como un retrato que se desarrolla ante nuestros ojos. El excelente uso del montaje ayuda, así, a establecer los conflictos, los puntos de vista y las conexiones temáticas entre personajes. Cada personaje sufre de un sentimiento de inadecuación y desesperanza incapaces de encontrar una vía satisfactoria para expresar sus emociones que han retenido durante tanto tiempo. Una erosión emocional construida en años de incomunicación, a pesar de que se preocupan los unos por los otros; algo que conecta con Secrets & Lies y Life is Sweet. Así que, todos ellos recurren a la agresividad y al desdén que les ayuda a canalizar sus pensamientos y su desesperación. El desgarrador clímax entre Penny y Phil es un buen ejemplo de ello: toda aquella rabia contenida, sale. Y sale de la manera más descarnada posible. Algo que Leigh no muestra durante la película como algo negativo, sino que lo celebra. Así, el director recoge las escalas de grises de los personajes y los premia y condena a partes iguales. En definitiva, la voluntad de reflejar la imperfección humana que nos une.

All or Nothing es una de las películas más infravaloradas y demoledoras de la filmografía del director en la que el espectador tiene la sensación de que no tiene respiro alguno ante la crueldad cotidiana. Con su película, Leigh consigue que, cuando Phil realiza su viaje a la costa cercano al desenlace de la cinta, sintamos su alivio. Un instante de sanación y exhalación necesario. La habilidad de Mike Leigh de transformar aquello ordinario en extraordinario en una historia de minimalismo naturalista no dejará nunca de sorprendernos. Y, sobre todo, a pesar de que no se ofrezca ninguna cura ni alternativa a la miseria, siempre se vislumbra un rayo de esperanza. Personalmente, me parece la película más completa del cineasta.

 

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