Una mirada al cine de Mike Leigh: «Happy-go-Lucky» (2008) o el mundo según Poppy
En una entrevista-reportaje para el canal de Film 4 en youtube el director Mike Leigh, en un repaso a su filmografía y con su simplicidad característica, comentaba el origen de Happy-go-Lucky que no era otro que el deseo de dedicar a la actriz Sally Hawkins la centralidad en una historia. Así, Leigh reconocía en 2008 las cualidades de esta menuda y magnífica actriz después de sus trabajos en All or Nothing (2002) y Vera Drake (2004) y también ponía en marcha su habitual mecanismo de construcción de guiones que, tal como se ha ido explicando a lo largo del ciclo dedicado al director, se basa en el trabajo directo con sus elencos para construir no solo a los personajes sino también la escaleta de acciones y acontecimientos que los espectadores vemos en la pantalla. De este modo, el trabajo de ambos condujo al nacimiento de Pauline «Poppy» Cross, una joven londinense que vive en Candem y que trabaja como profesora de educación infantil. Y una joven que, de acuerdo con la expresión que da título al film, puede dar la sensación de ser atolondrada, irresponsable, despreocupada y que solo vive el presente. Algo que se halla en el film pero que, como no podría ser de otro modo, se ve condicionado por el mensaje de un argumento basado en el contraste entre la visión del mundo de Poppy y la de los personajes con los que se va relacionando.
Así, en la primera escena de Happy-go-Lucky seguimos a Poppy en su bicicleta por las calles de Londres. Un largo trayecto en el que Hawkins, tal como comenta Leigh en la entrevista mencionada, ocupa la centralidad de la imagen y cuyo pedaleo es visto desde todos los ángulos y ritmos posibles. Ya desde el primer momento se crea una atmósfera optimista y feliz del entorno del personaje que más que despreocupado parece sentirse a gusto consigo mismo. Una atmósfera de positividad acompañada de colores vistosos y hasta cierto punto extravagantes así como de una especial luminosidad que se quiebra en la primera etapa de las acciones en las que interviene Poppy a quien roban su bicicleta mientras ella está mirando libros infantiles en una librería. Y es que el planteamiento de Happy-go-Lucky puede considerarse como un viaje de la protagonista al igual que sucede en Naked (1993) pero de signo totalmente opuesto al de Johnny por su planteamiento vital y por su desarrollo espacio/temporal. De este modo, al fatalismo perverso y nocturno de Johnny se contrapone el vitalismo y la luminosidad diurna de Poppy.
Y también frente al fatalismo de Johnny, Poppy acepta las distintas situaciones cotidianas a las que se enfrenta no desde el conformismo o el buenismo sino desde la búsqueda de soluciones lo más amables y agradables posibles de modo que, para ella, el entorno —tanto personal como social— siempre es susceptible de mejora. Poppy se convierte, así, en un personaje que aglutina y filtra las distintas situaciones de angustia y de ira en las que se encuentran los personajes que se cruzan en su camino. Todo ello empezando por ella misma cuya reacción al robo de la bicicleta es comentarle a su compañera de piso y de cosmovisión, la también profesora de educación infantil Zoe (Alexis Zegerman), que lo único que lamenta es no haberse podido despedir del vehículo y que quizá sea una señal para que, por fin, se saque el carnet de conducir. Justamente la ausencia de actitudes negativas la convierten en el perfecto crisol de las situaciones cotidianas que forman parte de su viaje: la falta de amabilidad del joven librero por una desidia laboral o incluso una falta de empatía con el cliente, el caso de un alumno agresivo que proyecta en sus compañeros el maltrato por parte del novio de su madre, la actitud malhumorada y castrante de su hermana embarazada Helen (Caroline Martin) respecto a su marido, y, de manera especial, la actitud destructiva de su maestro de conducción Scott (Eddie Marsan). Un repertorio de situaciones fácilmente asimilable a la existencia de una agresividad sistémica en la sociedad.
Todos los personajes que rodean a Poppy se diseñan como personas con una fuerte dosis de ira contenida en su vida personal. El personaje de Scott es una buena muestra de ello y también de la construcción directa de los personajes entre el director y los actores. Así, la comicidad de las clases que recibe Poppy con momentos memorables y estrafalarios —como la constante referencia a Enrahah, el espejo retrovisor— se transforma en situaciones extremadamente violentas desde el punto de vista emocional. Estas ponen en evidencia el radicalismo ideológico de un profesor obsesivo, con un presente lleno de rencor por sus relaciones familiares, xenofóbo y misógino que traslada a su vida profesional quizá como muestra del ambiente social británico en un momento de grave recesión económica y con un mercado laboral destinado básicamente a los servicios que condujo a la llegada masiva de inmigrantes. Scott se diseña, pues, no solo como un sociópata clasista sino también como un mal profesional como antes lo ha sido el librero solo que Scott es un mal maestro. Justamente esta es una nueva capa de lectura de Happy-go-Lucky en la que se trasluce una especie de debate acerca de la educación: una comprensiva en el caso de Poppy y Zoe reforzada por la aparición del asistente social Tim (Samuel Roukin), y una asimilada a la agresividad social encarnada por Scott e incapaz de trasmitir valores a los estudiantes/ciudadanos. Pero como no todo es blanco o negro en los films de Leigh, los grises educativos se personifican en Rosita Santos (Karina Fernández), la más que pedagógica profesora de flamenco a cuyas clases acude Poppy a instancias de Heather (Sylvestra de Touzel), la directora de su escuela, en las que Rosita convierte una explicación de la energía que los alumnos deben poner en su baile en una catarsis personal recordando la infidelidad de su marido con una mujer mucho más joven que ella. De este modo, el tono de Happy-go-Lucky se transforma en una tragicomedia en toda regla.
El papel de la educación y la agresividad sistémica son dos de los ejes en los que pivota la propuesta de Leigh. No resulta extraño, pues, que se introduzca de manera sutil la idea de la necesidad personal de desconexión y de disfrute del presente como parte de la cosmivisión de Poppy. Así se plantea en las dos actividades que sirven al personaje de válvula de escape: el ir a saltar desaforadamente en las camas elásticas como posible regreso a la infancia feliz y la práctica del flamenco —sin duda uno de los momentos más cómicos de la película y de Hawkins— como catarsis. En cualquier caso, ambos contribuyen al disfrute del momento como idea reiterada en el viaje de Poppy y que tiene su razón de ser en la prácticamente única escena nocturna de la película en un encuentro con un vagabundo (Stanley Towsend) que ha perdido el juicio por su incapacidad de reacción frente a las situaciones negativas de la vida. Un hecho que comprende Poppy pero frente al que se rebela. De este modo, Happy-go-Lucky es una película con múltiples capas de lectura y que, en un primer visionado lineal, puede resultar engañosa. Poppy es un personaje exhuberante y extrovertido que ha construido su visión del mundo como antídoto a la vulnerabilidad individual en una sociedad eminentemente agresiva. El personaje creado por Leigh y Hawkins no es conformista, bien al contrario, es tremendamente combativo y ha creado una especie de leit motiv que despliega en todas sus intervenciones y que no otro que «jamás se debe dejar de ser agradable» tal como se señala al final de la película. Un leit motiv que acerca la propuesta de Leigh a trabajos previos como vemos en los personajes de Cyril y Shirley de High Hopes (1988) o en la constante búsqueda de la felicidad que subyace en Career Girls (1997).
Sea como sea, el tándem formado por Leigh y Hawkins al que se une Eddie Marsan ha creado una película con un aura muy especial y positiva a la que contribuye de una manera esencial el protagonismo de Sally Hawkins, una actriz especialista en construir un fuerte vínculo afectivo con el espectador en todos sus trabajos. Una actriz que, sin duda, mejora con su presencia las películas en las que interviene. Baste poner como ejemplos Cassandra’s Dream (Woody Allen, 2007), Blue Jasmine (Woody Allen, 2013) Paddington 1 y 2 (Paul King, 2014 y 2017), The Shape of Water (Guillermo del Toro, 2017), y muy especialmente la maravillosa Maudie (Aisling Walsh, 2017). Un trabajo no excesivamente reconocido en premios internacionales pero que, en el caso de Happy-go-Lucky le valió el Globo de Oro 2009 a la mejor actriz de comedia y el Oso de Plata a la mejor interpretación femenina en el Festival de cine de Berlín de 2008.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.