Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Una mirada al cine de Mike Leigh: «Vera Drake» (2004) o la doblez (pseudo)puritana

A lo largo de estas «miradas al cine de Mike Leigh» hemos remarcado las características esenciales de un director enmarcado en el cine social británico que, en todas sus películas plantea la descripción pormenorizada del entorno en los que viven los personajes de sus historias, por una parte; y el desarrollo de las relaciones entre ellos con una temática central clara, por otra parte. Estos elementos se reflejan en los dos grandes bloques estructurales de cada uno de sus films. Pues bien, a ello debemos añadir el interés de Leigh en la presentación de los personajes femeninos y la delicadeza y respeto con los que trata las problemáticas de cada uno de ellos de modo que las propuestas de Leigh resultan retratos de las vidas de mujeres y de cómo las emociones y, cómo no el entorno, juegan un papel importante en sus respectivos mundos. Un acercamiento el de Leigh que parece tremendamente alejado de la denominada «mirada masculina» y  que llama la atención no solo por ser un hecho ciertamente no frecuente  en direcciones masculinas sino especialmente porque Leigh, nacido en 1943, tiene 53 años cuando estrena Secrets and lies, y 61 cuando estrena Vera Drake. Así, es remarcable la tremenda empatía de Leigh con su mirada no-necesariamente-masculina a la que seguramente debe mucho la forma de trabajo directa con las actrices a la hora de construir sus guiones y Vera Drake no es una excepción.

Vera Drake (Imelda Staunton) es una mujer de la clase trabajadora en la posguerra británica

Así, el film nos sitúa en los años 50 en los momentos económicamente más duros de la posguerra británica sufrida por los trabajadores frente a la sofisticación y esnobismo de la clase social alta. En este entorno Leigh presenta el personaje de Vera Drake (Imelda Staunton), una limpiadora por horas en las casas más pudientes, así como a los miembros de su familia: su marido Stanley (Phil Davis), dueño de un garaje con su hermano George (Richard Graham), su tímida hija Ethel (Alex Kelly), obrera en una fábrica de bombillas, y, finalmente, su hijo Sid (Daniel Mays), un sastre que intenta emular a sus clientes como también lo hará la esposa de George, Joyce (Heather Craney) retratada como una nueva rica en una versión mucho más modesta de la Valerie de High Hopes. Contrariamente a lo que sucede en films anteriores, los Drake no son una familia conflictiva, en parte por el carácter aglutinador de Vera y también por el sentido humanitario  y optimista de la existencia que  ella transforma en solidaridad con los más desprotegidos o menos afortunados que su familia, como es el caso de su vecino Reg (Eddie Marsan)  ayudándole a sobrevivir en un entorno socioeconómico hostil.  La inmersión en el realismo social del film es innegable como también lo es la extrema sutileza en su desarrollo por parte de Leigh quien no recurre para nada a la sobreexposición —como si hace, por poner un ejemplo, Ken Loach— sino que se sirve del personaje de Vera para configurarlo. De este modo, su constante ir y venir por las casas de ricos y no tan ricos se convierte en una especie de guía para el espectador. Un esquema ya utilizado, aunque de otro modo, por Leigh en Secrets & Lies quien recurre a las fotografías profesionales de Maurice Purley con el mismo objetivo.

La reunión familiar como constante en los films de Mike Leigh

La supervivencia parece ser uno de los motivos que llevan a Vera Drake a ejercer el abortismo a espaldas de su familia. Así se esboza en los distintos momentos en que se reúne con su conseguidora Lily (Ruth Sheen) a cambio de productos del mercado del contrabando que consigue a un precio menor. A pesar de que en algunos resúmenes acerca de Vera Drake aparecidos en los medios o en páginas cinematográficas especializadas señalen como argumento que «la abortista Vera Drake encuentra que sus creencias y prácticas chocan con las costumbres de la Gran Bretaña de los años 50, un conflicto que lleva a la tragedia de su familia» (extraído de imdb), esta afirmación se aleja bastante del planteamiento ofrecido por Leigh ya que Vera practica abortos —ilegales evidentemente de acuerdo con la legislación vigentes del momento—  no como contestación consciente al pseudopuritanismo social sino como sororidad hacia las distintas situaciones que conducen a las mujeres a una decisión tan drástica como agresiva para su cuerpo. Por ello, Leigh no solo difumina visualmente la acción abortista sino que presenta problemáticas diferentes: desde la mujer de escasos recursos que ya tiene siete hijos y no puede alimentar uno más hasta el embarazo de una prostituta, pasando por una joven inmigrante que no puede perder el pequeño trabajo que tiene y de la sugerencia, ya en el momento del interrogatorio en dependencias policiales de que Vera también sufrió un aborto en su juventud. De ahí la sororidad hacia una capa social para la que la interrupción del embarazo es una parte más de la supervivencia en contraste con las clases altas tal como se ve en la única intervención de Vera en este sentido en la que la joven en cuestión la recibe frívolamente con una copa de Martini en la mano.

La clase social y las prácticas abortistas

Este contraste es planteado, por otra parte, en el caso de Susan Wells (Sally Hawkins) quien queda embarazada tras una agresión sexual y que, a cambio de elevadas sumas de dinero, accede a prácticas médicas abortistas en condiciones higiénicas favorables amparadas por una laxa interpretación de la legislación vigente. Pero más allá de esta idea, el caso de Susan, planteado en la primera parte de la cinta, pone en evidencia otra de las ideas que recorren Vera Drake y que no es otra que la plasmación de una masculinidad tóxica que concibe a la mujer como objeto. En definitiva, la sumisión de la mujer a los deseos del hombre o, si se prefiere, la constatación de los esquemas del patriarcado. Así lo sugiere Leigh a través del personaje de Sid Drake quien no tiene ningún problema en conseguir medias de contrabando para usarlas como producto de intercambio sexual con las chicas de clase media que acuden a los bares pero que se escandaliza cuando su madre es detenida por prácticas abortistas acusándola de perversión. De este modo, el entorno social va, en Vera Drake, más allá del fresco socioeconómico para convertirse en un alegato frente al pseudopuritanismo (británico o no). Una premisa que atraviesa todo el film y que se concentra de manera magistral en los momentos de la detención, interrogatorios, juicio y encarcelamiento de Vera quien recibe un castigo ejemplar. No en vano la película está inspirada en la existencia real de mujeres abortistas en la época convirtiendo a Vera Drake en el epítome de todas ellas. Una premisa que confirmarán las dos prisioneras  detenidas por los mismos cargos con las que coincide la mujer de modo que el final argumental de la película no es necesariamente su final conceptual, bien al contrario. De ahí que el film trascienda lo individual-familiar-local para convertirse en una potente crítica ético-social con más preguntas que respuestas.

El momento de la detención de Vera Drake

El film de Leigh es tan potente conceptualmente como delicado en el desarrollo de sus personajes; un hecho acompañado de interpretaciones extremadamente empáticas de entre las que destaca la realizada por una magistral Imelda Staunton (nominada al Oscar, a los SAG Awards y Golden Globes y ganadora del BAFTA , la Copa Volpi del Festival de Venecia y el National Society of Film Critics Awards) como centro neurálgico del film que, a pesar del lógico peso de su personaje central, sigue manteniendo la coralidad característica de las producciones de Leigh y que tienen en las interpretaciones de Eddie Marsan y Alex Kelly el crisol perfecto. Y, como en todas ellas, con un argumento extraordinariamente atemporal. Una auténtica joya de película que no cae en ningún momento en la estridencia del melodrama que se transforma en sensibilidad y sutileza a partes iguales.

 

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