Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

El espejismo de la justicia: la segunda temporada de «Perry Mason» (HBO, 2023)

Hace apenas unas semanas finalizaba la emisión de la segunda temporada de Perry Mason producida por HBO y creada por Tim Van Patten.  Los espectadores que nos sentimos fascinados por la primera entrega de la serie hemos tenido que esperar casi tres años para seguir la trayectoria de Perry Mason (Matthew Rhys), un personaje antiheroico cuyas acciones se enmarcan en un entorno profundamente hostil definido por una sordidez social sistémica. La noirness argumental y, sobre todo, estética de la primera temporada presentaron a las audiencias la cara oculta de la ciudad de Los Ángeles de los años treinta pero también nos permitió asistir a la creación de un personaje que contrariamente a su etiqueta de «más que brillante abogado» —como se presentaba en la emblemática serie de los 60— muestra sus debilidades y su rebeldía congénita a la violencia real y simbólica latente en una ciudad que, literalmente, está en construcción. Así, el desarrollo de la primera temporada centrado en la conversión de Mason de detective privado a abogado defensor en el complicado caso de Emily Dodson (Gayle Rankin) resuelto de manera exitosa condujo también al establecimiento de una posible dialéctica de personajes para su continuación: la creación del grupo de trabajo de Mason formado por Della Street (Juliet Rylance) y Paul Drake (Chris Chalk); la definición del villano policial Holcomb (Eric Lange); y la dinámica de futuros adversarios en el previsible fiscal general Burger (Justin Kirk) quien ficha al antiguo colaborador de Mason, Pete Strickland (Shea Whigham). Con la noirness como fondo y el reparto de personajes delimitado, la gran pregunta para la segunda temporada era si Perry Mason se convertiría en una retahíla de casos criminales siguiendo los clichés del género negro o si iría un paso más allá en el proceso de ruptura de estos esquemas tal como se vio en la magnífica primera temporada.

Perry Mason (Matthew Rhys) y Della Street (Juliet Rylance) en un momento del juicio en la segunda temporada

Ya el episodio piloto responde, de entrada, a esta cuestión. Unos meses después del caso Dodson, el bufete de Mason y Street pasa por momentos económicos delicados y por ello se dedica al derecho administrativo y comercial y no al criminal, un campo más lucrativo y oportuno para el bufete en una ciudad que está empezando a expandirse y convertirse en un receptáculo económico tanto desde la construcción de infraestructuras mastodónticas como en la consolidación de multinacionales consumistas. Lejos del optimismo del nuevo equipo de trabajo formado al final de la primera entrega, se nos presentan las crisis personales de cada uno de ellos. Así, Paul Drake tiene serios problemas económicos de manera que se ha trasladado con su familia a la casa de su cuñado, algo que implica una falta de independencia y de intimidad; solo el hecho de poder ejercer como investigador hace que acepte trabajar de nuevo con Mason. Della Street intenta integrarse en la alta sociedad por la que siente una extraordinaria fascinación gracias a su supuesta relación sentimental con el fiscal Burger como tapadera de la homosexualidad de ambos; gracias a ello, inicia una nueva relación afectiva y conoce a la mecenas Camilla Nygaard (Hope Davis). Finalmente, Mason debe ajustarse a su nueva vida en la ciudad y a su nueva casa que jamás será un refugio personal, al hecho de combinar su trabajo con el cuidado parcial de su hijo Theodor, pero especialmente debe enfrentarse a una crisis emocional y laboral tras conocer el trágico final de Emily Dodson quien, a pesar de la resolución positiva de su caso en la temporada anterior, no ha superado la muerte del pequeño Charlie. En definitiva, se nos muestran las distintas capas de los personajes centrales de la serie y sus contradicciones, dos aspectos que ocuparán —a veces de manera un tanto reiterativa— buena parte de los episodios de la temporada.

Mason debe compaginar su trabajo con la atención a su hijo Teddy

Estas contradicciones tendrán su reflejo en la reticencia inicial de Mason de aceptar el caso de los hermanos Rafael y Mateo Gallardo (Fabrizio Guido y Peter Mendoza), acusados de la muerte de Brooks (Tommy Dewey), hijo de uno de los potentados de la ciudad, Lydell McCutcheon (Paul Raci). Como es evidente, Mason se hace cargo de la defensa de los dos hispanos de manera que la temporada vuelve a desplegar la estructura conceptual iniciada en la primera entrega. Las pesquisas del equipo conducen de nuevo a evidenciar el lado oculto de una sociedad aparentemente opulenta que medra no solo a través del soborno político sino también a partir de la ocultación de conductas personales violentas e incluso criminales. Un enriquecimiento que en la temporada segunda tiene como víctimas a las capas sociales bajas y, especialmente, marginales a las que se desaloja de sus espacios vitales en favor de especulaciones urbanísticas —no exentas de una dosis de megalomanía— por «el bien de la ciudad», por un lado; y a las que se convierte en agresores como único medio de supervivencia, por otro lado. Un esquema que también constituye uno de los ejes argumentales de la serie Penny Dreadful: City of Angels y que subyace en Dragnet (ABC, 2003-2004) creada por Dick Wolf como remake de la producción emitida entre 1967-1970 con el mismo título.

Los hermanos Gallardo son acusados del asesinato de Brooks McCutcheon

Independientemente de la culpabilidad o inocencia de los Gallardo —que ya se desvela hacia la mitad de los ocho episodios de que consta la temporada— la nueva entrega de la serie tiene en la marginalidad uno de sus temas centrales. Los hermanos Rafael y Mateo no solo van a ser despojados de su espacio vital por los magnates teniendo que confinarse en un ghetto multirracial y multicultural donde cada uno de sus habitantes malviven y trapichean sino también van a ser marginados en la prisión en la que sufren maltratos constantes. Igualmente van a ser marginados durante el juicio tal como recoge el contraste entre el alegato final de Thomas Milligan (Mark O’Brien), el más que reaccionario ayudante del fiscal Burger, y el propio Mason. El primero postulando la ingratitud de los acusados hispanos hacia un benefactor blanco y rico de la ciudad, el segundo planteando la condena a priori de los hermanos simplemente por su nacionalidad y su condición de inmigrantes. Así, Mason va a hablar del «espejismo de la justicia» por la que esta se aplica de manera formal pero que resulta prejuiciosa ante cualquier alteridad. E insistimos en la idea de «cualquier alteridad» porque, aunque con matices muy distintos en cuanto a desarrollo argumental, este espejismo también se ofrece en la primera temporada en la que la acusación pública pretende condenar a  Emily Dodson por ser una madre negligente y una mujer adúltera, o, si se prefiere, se juzga a Dodson por romper los roles de género en una sociedad marcadamente masculina y patriarcal. Justamente la lucha contra el espejismo de la justicia delimita la ética profesional de Mason ligada a su ética como individuo, aunque ello suponga pagar un precio personal.De este modo, se puede hablar de una continuidad conceptual en la serie y de la construcción gradual de su personaje central.

Della (Juliet Rylance) con su nueva compañera sentimental Anita St. Pierre (Jen Tullock)

La marginalidad afecta también a otros personajes siendo utilizada en la segunda temporada como recurso narrativo ya sea para la creación de la historia sentimental del personaje de Mason —en el caso del pequeño Teddy quien sufre de acoso escolar por parte de sus compañeros de clase acomodada que incorpora al personaje de Ginny Aimes (Katherine Waterston)— ya sea como un muy bien colocado deus ex machina para el desenlace judicial  —en el caso de la homosexualidad oculta del fiscal Hamilton Burger, no así en Della Street. De nuevo los grises empañan la imagen glamurosa y nada celestial de esta ciudad de los ángeles. Unos grises que tienen de nuevo en la puesta en escena de la serie un elemento esencial que, en esta ocasión cuenta con cuatro jóvenes aunque experimentados directores (Fernando Coimbra, Nina López-Corrado, Jessica Lowrey y Marialy Rivas), con  directores de fotografía como John Grillo (The Leftovers, Westworld) y Eliot Rockett (Pearl, Ti West 2022) y, finalmente, con directores de arte como Anthony Parrillo (Babylon, Damien Chazelle, 2022). Un elenco profesional de primer orden que construyen no tanto el entorno de Los Ángeles como el entorno en el que está creciendo temporada a temporada el personaje de Perry Mason. Esperemos que haya una tercera entrega aunque HBO no se haya pronunciado al respecto.

 

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