Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

El Nordic Noir islandés: «Los asesinatos del Valhalla» (2020)

El 13 de marzo la cadena en streaming Netflix ponía a disposición de las audiencias la serie islandesa Los asesinatos del Valhalla, la primera colaboración de la cadena con True North Productions, Mistery Island y RUV. También Netflix cambiaba su interfaz desde la que podemos acceder a las series y películas más vistas en España en estos días, unos días de cuarentena por el coronavirus (por favor, #YoMeQuedoEnCasa). Pues bien, la serie estaba entre las más vistas por las audiencias. Justamente por eso, se despertó la curiosidad por ver cómo era esta serie; y también porque, a pesar de que me gusta el llamado «nordic noir», la verdad es que no había visto nada proveniente de Islandia, ni de televisión, ni de cine. Y creo que esto nos pasa a muchos de nosotros: Islandia nos cae lejos y se nos ha vendido siempre de dos maneras, como paraíso helado de paz y tranquilidad o todo lo contrario, como hogar de la mitología vikinga. Lo primero será desmentido en la serie, lo segundo se recoge en la versión del título ya que el original es Brot, violación.

Como no podía ser de otro modo, una persona ignorante de la producción islandesa, recurre a la búsqueda en las redes. De este modo, los resultados van más allá de los títulos ya que las informaciones nos hablan de que el cine es considerado no como una industria solamente sino como un activo cultural protegido por el estado y de que la ficción televisiva islandesa decidió formar un pool con Suecia, Noruega y Dinamarca (de la que dependía principalmente) no solo para emitir series de estas procedencias sino especialmente para realizar coproducciones y, en cierta medida, compartir estéticas y temáticas relacionadas con el boom del nordic noir. Un sistema de producción muy interesante y una puesta en valor de los creadores que explica muy bien Eva Novrup Redvall en su magnífico trabajo sobre la ficción danesa.

La fotografía promocional de la serie explicita las características del «Nordic Noir»

Así, el nordic noir islandés está dando un gran número de ficciones que siguen los cánones del subgénero: la investigación de muertes y/o apariciones de cadáveres desconocidos por parte de detectives más o menos problemáticos que desarrollan su labor en un ambiente totalmente hostil, tanto socialmente como climáticamente hablando. Los títulos —que ponemos en español por la imposibilidad del idioma original—  y los argumentos que hemos recopilado son más que significativos: La temporada de la bruja (2011) cuenta la investigación de un periodista relegado a un periódico de pueblo que se enfrenta a una serie de asesinatos, El risco (2009) tratará idéntica temática con una montaña misteriosa como fondo al igual que sucede con Muerte entre la lava (2014) y Atrapados (2015) en la que toda Islandia queda confinada al aparecer un cadáver tras la llegada del ferry que une Islandia con Dinamarca. Unas constantes argumentales que, con otra estética marcada esencialmente por la geografía, se repiten en lo que se ha dado en llamar el «thriller forestier» francés del que tenemos una secuela en la más que endeble serie española La Caza. Monteperdido (TVE, 2019) cuya segunda temporada se rueda en mi tierra, en la Serra de Tramuntana de Mallorca, patrimonio de la humanidad.

La detective Kata Eligson junto al primer asesinado de la temporada

Los asesinatos del Valhalla, dirigida por Thora Hilmarsdottir, David Oskar Olafsson y Thordur Palsson, presenta la investigación llevada a cabo por la detective Kata Eligson (la productora y actriz Nina Dögg Filippsusdóttir) acerca de una serie de asesinatos aparentemente seriales que se producen en Reykjavic. El incremento de estos crímenes hace que la policía —que parece contar con pocos recursos— recurra a Arnar (Björn Thors) detective islandés que trabaja en Oslo. La investigación conduce a establecer una conexión entre los asesinados: todos ellos trabajaron en un internado para niños (¿con problemas?), el Valhalla. Las distintas pesquisas indican posibles casos de violación de los menores, unas agresiones que no constan en los informes oficiales. Este argumento, del que no ponemos más datos dado que suponemos que el número de espectadores de la serie puede aumentar, presupone un interesante caso, eso sí, dentro de los cánones del género, sea nórdico o no lo sea. Eso sí, en la trama tienen papeles diversos los jefes de la policía Helga (Tinna Hrafnsdóttir) y Mágnus (Sigour Skúlason) y el fiscal Petur (Sigodor Sigurjónsson).

Sin embargo, el desarrollo de la trama es absolutamente desigual. Los primeros episodios muestran una fría relación entre los dos personajes y una cierta facilidad en encontrar no solo pistas sino también cómo dirigir la investigación. Sin caer en la idea de deus ex machina constantes (o sí), tanto Kata como Arnar tienen las cosas muy fáciles, todo les encaja y todo es absolutamente fluido. Evidentemente esto supone una caída absoluta del interés del espectador por la historia que está viendo porque conoce todas las informaciones que precisa.  Pero todo buen seriéfilo que se precie intenta llegar al tercer episodio para ver si realmente vale la pena continuar o no con la serie, cosa que sucede con Los asesinatos del Valhalla porque la incorporación del presente caótico de Kata y el pasado misterioso (aunque en muchos momentos predecible) de Arnar dotan a la serie del conflicto que parece faltarle al argumento empieza a configurar qué tipo de conexión pueden llegar a tener ambos personajes. Y es que a la relación conflictiva de Kata con su ex-marido acerca de su hijo adolescente que frecuenta aparentemente malas compañías se une su frustración por ser la jefa del departamento, por una parte; y Arnar es sistemáticamente requerido por su hermana para que olvide la turbulenta relación con su padre y se reúna con ella, a lo que Arnar se niega sistemáticamente. Dos conflictos que aparecerán y desaparecerán de manera un tanto voluble a lo largo de la temporada pero del que jamás hablarán entre ellos los protagonistas. Aunque tampoco hace excesiva falta porque los procesos se plantean como exclusivamente individuales aunque se conectarán en los últimos episodios de la temporada.

El gélido y hermético Arnar en la comisaría

El estatismo de los primeros episodios se ve trastocado mínimamente a partir del tercer episodio. En cierta medida, parece que la serie aplica el esquema numérico canónico de la estructura de guion en tres actos diseccionado en 2-4-2 aunque con un poco de retraso. De hecho, la facilidad en encontrar a las personas presuntamente implicadas en los casos se irá complicando gradualmente a pesar de que el trabajo de campo como sinónimo de acción más o menos trepidante no se da en ningún caso; más bien los detectives se encuentran con una mínima hostilidad geográfica (otra característica del nordic noir) y la hostilidad de sus situaciones personales que llegan a ser claustrofóbicas para los personajes como individualidades. Un planteamiento interesante que rompe la frecuente complicidad de los detectives para ofrecer al espectador cómo tanto Kata como Arnar intentan separar sus situaciones personales de la investigación: un esquema que sí se cumple en la acción pero no en la actualización del caso en su presente/pasado. De este modo, Kata debe lidiar con su desconfianza en la honestidad de su hijo pagando un precio personal por ello, y Arnar se implica emocionalmente con el hijo adolescente de una de las víctimas como reflejo de su propio pasado como niño entregada a una familia de acogida. Sin duda el trazo de los personajes es reseñable en Los asesinatos del Valhalla aunque se muestre quizá excesivamente tarde y solo como esbozo para el espectador al que le cuesta entrar/entender el hieratismo de la interpretación, especialmente, la de Björn Thors. Quizá por eso se agradece su retiro parcial de la acción dando entrada al policía responsable de la región en que se encuentra el Valhalla, Hakon (Vikingur Kristjánsson), que ofrece el necesario dinamismo a la acción.

Los detectives en una reunión con sus jefes Helga y Mágnus y el fiscal Petur

Como no podía ser de otro modo, los giros del argumento son más que previsibles en su estructura y también en la resolución del caso; unos giros que también llegan demasiado tarde (prácticamente en los dos últimos episodios) acelerando el ritmo argumental hasta la resolución final. Un desequilibro más de la serie pero que se agradece porque «más vale tarde que nunca». Y es que Los asesinatos del Valhalla no es una obra maestra como lo es Broadchurch (por favor, evitar las comparaciones) solo por poner el ejemplo de una construcción perfecta de un género con el que la serie islandesa puede identificarse. De hecho, las críticas no han sido muy favorables que digamos, algunas de ellas la han calificado negativamente como de «scandinoir para prinicipiantes» y probablemente tenga razón porque la serie no aporta nada nuevo al género por todo lo que se ha comentado anteriormente; pero eso no impide darle la vuelta a la afirmación, quizá sea una serie interesante para los espectadores principiantes, aquellos que nunca han visto un nordic noir: seguramente este es el valor de Los asesinatos del Valhalla, una producción que es perfectamente digerible, digna y sin ningún tipo de pretensión más que lo que es, un nuevo producto del género. Y un último apunte: es loable que Netflix apueste por coproducciones con cinematografías no excesivamente conocidas más allá de su área geográfica.

 

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