Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Lo increíble de «Cerrar los ojos» (Víctor Erice, 2023). Parte I

Por fin llegó a los cines de España el nuevo largometraje de Víctor Erice, un cineasta que muy a pesar de lo que se ha dicho y afirmado hasta la saciedad (que lleva 30 años sin hacer una película), siempre ha estado en activo en su condición de cineasta creando obras fílmicas en los márgenes de la industria, impartiendo clases y talleres sobre la creación cinematográfica y reflexionando sobre el séptimo arte.

Cerrar los ojos, el título de su nueva obra, es una película que entraña muchos aspectos dignos de ser estudiados. Es por ello que el propósito del texto que están leyendo será la reflexión y el análisis de las cuestiones más llamativas de la obra. El film de Víctor Erice nos cuenta la historia de dos hombres: por un lado, la de Miguel Garay, un director y guionista retirado que, a sus 70 años aproximadamente, vive al margen del mundo del cine y de la literatura -también se dedicó a escribir novelas y relatos- en una humilde zona de Granada. Por otro lado, se nos presenta a Julio Arenas, un afamado actor que en su (aparente) punto álgido de su carrera -durante el rodaje del film La mirada del adiós, del director Miguel Garay- desaparece de la faz de la Tierra dejando al mundo entero con la incógnita de qué sucedió con él realmente. ¿Un accidente, un suicidio, una desaparición voluntaria quizá? En 2012, muchos años después del fallido rodaje de La mirada del adiós, el programa Casos sin resolver se pone en contacto con el realizador para llevar a cabo un programa que aborde la desaparición del actor.

Manolo Solo como el director Miguel Garay

Películas que se miran las unas a las otras

El film comienza en el jardín de una lujosa mansión francesa llamada Triste-le-roy. Dentro del château vive un anciano de origen sefardí, monsieur Levy, junto a su fiel ayudante de origen chino. Un misterioso hombre es invitado a entrar en la estancia donde el amo de la casa aguarda tocando el piano. Se llama sr. Franch. Viste con traje, larga chaqueta y sombrero, como un verdadero antihéroe de un film noir. El misterioso hombre ha sido convocado para encargarse de una misión: encontrar a la hija perdida de Levy -una chica de 14 años llamada Judith- que tuvo con una bailarina en China que, en un momento de descuido, se llevó a la niña de las manos de su padre y la convirtió en su ayudante con el nombre de Qiao Shu. Ahora que monsieur Levy sabe que su tiempo en el mundo de los vivos se acaba, quiere volver a recuperar a aquella hija a la que le cantaba canciones de su pueblo, aquella hija cuya mirada es distinta a las demás, pues solo ella conoce la verdadera identidad y naturaleza de su padre, un hombre que ha cambiado de identidad muchas veces a lo largo de su vida. Franch acepta el reto y sale de la mansión con la fotografía de Judith con un quimono chino y un abanico. Mientras avanza hacia la cámara, una voz anuncia lo siguiente: «Se llamaba Julio Arenas. Este es uno de los últimos planos que rodó en su vida de actor. Desapareció en 1990 cuando trabajaba en La mirada del adiós; la película que nunca existió. Fue dado por muerto, pero su cuerpo no se encontró.»

En esta primera secuencia, que como bien indica la voz en off (es la voz del propio Víctor Erice la que oímos) corresponde con la primera secuencia de La mirada del adiós –la película inacabada de Miguel Garay-, se encuentran las claves de Cerrar los ojosPor un lado, advertimos una de las temáticas esenciales del film: la identidad. Monsieur Levy es un personaje que ha cambiado varias veces de nombre y de vida. Judith, su hija, ha sido obligada a cambiar de nombre y de personalidad. Del mismo modo, Franch también se ha visto en la necesidad de ocultar su persona en las sombras para no ser detenido por ayudar a exiliados republicanos a traspasar la frontera por los Pirineos. Por otro lado, es esencial la idea de la mirada. Levy desea ser mirado por última vez por su hija para contemplar en ella el poder de la redención y el perdón que tanto ansía; la mirada de una persona que sabe de su verdadera identidad, que será devuelta por fin en su último momento de vida si Franch la trae de vuelta. El anciano sefardí también se siente apegado a la figura del rey en el tablero del ajedrez. «Una pieza triste» afirma ante el misterioso invitado. Por ese motivo llamó Triste-le-roy (el rey triste, en francés) a su mansión. La figura adquiere una dimensión simbólica para los personajes del film: la paternidad que deviene en otra clave fundamental de la obra representada en esa primera secuencia por la figura del rey visto como un padre que tiene pocas posibilidades ya de moverse, de luchar, a la vez que por los personajes de Levy y Franch -en la secuencia se dice que el personaje tiene una hija que lleva tiempo sin ver-, apenados por la añoranza de un ser querido perdido. Por último, la irrupción de la voz dota a la película de un tono documental que anuncia tanto el carácter metacinematográfico de la cinta como el tono pausado y contemplativo de la misma, siguiendo a lo largo de varias vivencias la vida de Miguel Garay. «Se trata de la representación de la existencia» anuncia Víctor Erice en más de una ocasión cuando le preguntan por el sentido de la película.

La imagen se congela en el último fotograma que una cámara de cine capturó al actor Julio Arenas en vida antes de su desaparición.

…Y la vida continúa

Ya en 2012 descubrimos al director Miguel Garay que viaja a Madrid a las oficinas del programa Casos sin resolver para firmar el contrato con el que cede los derechos de reproducción de las dos secuencias que llegó a rodar de La mirad del adiós. La presentadora del programa, Marta Soriano, parece muy emocionada por el programa y por la entrevista que le hará a Garay, quien, más allá de la ayuda que pueda darle el dinero que va a cobrar por los derechos, parece apenado por tener que remover todo aquello relacionado con la película y con Julio Arenas -quien fue su amigo íntimo- hasta su desaparición, momento en el que la prensa más cruel y sensacionalista no dudó en inventar falsas acusaciones sobre el actor.

El realizador llega a un trastero lleno de recuerdos de un tiempo pasado. Un baúl decorado con motivos infantiles llama nuestra atención durante unos segundos, pero pronto Garay alcanza una caja que anuncia «La mirada del adiós». En ella encuentra la claqueta que usó durante el rodaje, una lista de contactos y muchas cintas de cassete con su respectivo reproductor. Garay se lleva todo eso en una maleta donde también guarda una americana y una corbata. Justo antes de salir, para protegerse de la lluvia que ha comenzado a caer, se pone una chaqueta larga que nos resulta familiar: es la que llevaba Julio Arenas en aquella última secuencia cuya imagen congelada todavía vive en nuestra memoria. En un plano general, Garay abre la puerta de los almacenes y avanza hacia la cámara marchándose del lugar. El encuadre del plano remite al último plano que vimos de La mirada del adiós. Garay y Julio se marchan de una gran edificación con la misión de desentramar un misterio.

El viaje a la capital será para Garay una suerte de odisea personal en la que se enfrentará no a titanes, cíclopes o sirenas como el Ulises de Homero, sino a todo aquello que el tiempo dejó atrás, pero que el director lleva inevitablemente consigo en sus espaldas. El peso del tiempo es una carga que Garay acarrea de por vida, pero con la que deberá enfrentarse cara a cara después de muchos años. En ese viaje a Madrid se encontrará con cuatro fantasmas del pasado con los que acabará reconciliándose.

Max Roca y Miguel Garay revisan las dos únicas secuencias rodadas de La mirada del adiós. Ambos se detienen en la mirada a cámara de Julio Arenas.

Uno de ellos es Max Roca, el montador de La mirada del adiós y también pequeño distribuidor y coleccionista de films en celuloide. Él custodia las dos únicas secuencias que se rodaron, montaron y sonorizaron de la película. La complicidad entre ambos cineastas va más allá de lo profesional. Son dos viejos amigos que se reúnen después de años sin verse. El personaje de Max es uno de los más entrañables del film. Su carácter dicharachero y cómico nos lleva a aquellos personajes míticos de films de John Ford o Howard Hawks (entre otros del gran cine clásico) que se encargaban de dotar al film de un carácter desenfadado, liviano y vivo con el que distendían el drama de las escenas con gusto y clase.

También aprovecha para visitar a Ana Arenas (interpretada por Ana Torrent), la hija de su actor protagonista que trabaja como guía del Museo del Prado, rodeada de belleza que ha acabado por convertírsele en algo rutinario. Ella no siente rencor por su padre, pero sigue pensando en qué pudo ocurrir. Afirma que a veces sueña que está vivo y que piensa en su voz y en las pocas cosas que le dejó debido a su vida ocupada y desenfrenada. En el rostro de Ana advertimos cierta desesperanza, pues se siente por completo como una hija desapegada de su padre. Esta idea nos lleva a una de las novelas clave de la historia del arte: Frankenstein de Mary Shelley (1818). La relación paternofiliar de creador y creación de la novela llega hasta el film de Erice con ecos de su primer largometraje en solitario: El espíritu de la colmena (1973) en la que una niña de seis años, Ana (también interpretada por Ana Torrent), se enfrenta al monstruo de Frankenstein del film de James Whale con temor y fascinación sintiendo a la criatura, en parte, como una extensión de la figura paterna. Igual que en la novela de Shelley, Ana, la hija, se siente rechazada por su padre/creador.

Julio Arenas frente al mar, frente a su destino, como un personaje del romanticismo. Miguel Garay imagina el momento en el que el actor decidió desaparecer.

Asimismo, Miguel se reencuentra con un amor del pasado. Paseando por la feria del libro se encuentra con la primera novela que escribió. En la primera página, una dedicatoria: «A Lola, por todos los soles compartidos». Miguel y Lola, cantante argentina, se reúnen y recuerdan con el pasado con gran melancolía. Miguel le confiesa que siempre pensó en que la desaparición de Julio fue voluntaria. Que quiso adoptar otra personalidad. Garay, en cierta forma, tiene la esperanza de que su mejor amigo hiciese lo que él jamás se atrevió a hacer. Al final del encuentro entre Miguel y Lola, él le pide que cante aquella canción que le gustaba tanto. Al piano, ella toca y canta La canción y el poema de Alfredo Zitarrosa adaptando el poema de Idea Vilariño cargando la escena de una gran emoción melancólica dejando claro en el verso «Quisiera morir ahora de amor» otro deseo frustrado de Miguel Garay.

Por último, antes de regresar a Granada, Garay se reencuentra con el último fantasma del pasado: el recuerdo de su hijo a través de sus objetos personales. En una conversación entre Miguel y Max nos enteramos de que el director se casó y tuvo un hijo fruto de ese matrimonio con grandes dotes para la ilustración. El chico jamás pudo llegar a ingresar en la escuela de Bellas Artes, pues un accidente de tráfico le quitó la vida. El peso de esa muerte que Miguel lleva en sus hombros, de la que nunca se olvida, se materializa en los objetos que guarda en el almacén; al que regresa por segunda vez. Abre el baúl decorado con motivos infantiles y revela los objetos personales de su hijo: fotos, postales, juguetes… Objetos cargados de la emoción, el sentimiento e Historia de una persona que ya ha dejado de vivir, pero que avivan su imagen y su recuerdo. Miguel se lleva consigo esa caja a la vez que deja en la basura los recuerdos de La mirada del adiós.

En Cerrar los ojos la identidad también la definen, como en la vida misma, los objetos que nos pertenecieron, las dedicatorias, los nombres… Cuando ves un objeto de una persona querida no ves al objeto, ves a la persona.

Ci vuole un’altra vita (Se necesita otra vida)

Miguel Garay regresa a su hogar. A Granada. Al sur. Allí vive en una pequeña comunidad que ha montado sus hogares en autocaravanas y construcciones humildes con telas y materiales reciclados. Su día a día se basa en salir a pescar, comer, cenar, pasear a su perro, traducir libros y charlar con sus vecinos y amigos mientras toca a la guitarra «My rifle, my pony and me» de la película Rio Bravo (Howard Hawks, 1959); un momento lleno de emoción y alegría que se impone como forma de vencer a todo lo malo de la existencia.

En ese aparente regreso a la normalidad -todo y que el peso del pasado nunca deja de abandonar a Miguel Garay-, el director recibe la llamada de la presentadora de Casos sin resolver comunicándole que una espectadora, tras la emisión del programa dedicado a Julio Arenas, afirma que el actor se encuentra en el lugar donde trabaja: un asilo de ancianos de un pueblo de Andalucía. Miguel, dubitativo pero esperanzado, decide acudir allí. Belén, trabajadora social que llamó al programa, lleva al director hacia Julio. Le observan desde la lejanía sin poder ver con certeza su rostro. Ahora bien, comprueban que entre los objetos personales del supuesto Arenas se encuentra la fotografía de Qiao Shu que se le entregó en su papel de Franch en el rodaje de La mirada del adiós hace 22 años. Miguel Garay consigue acercarse a Julio durante la hora del almuerzo y comprueba que, pese al cambio físico, sí se trata de su viejo amigo. No obstante, el actor no le reconoce: llegó al asilo sin memoria ni consciencia y con una brecha sobre la ceja derecha. Julio mira a Miguel como si mirase a un extraño; o peor, como si mirase a una pared. El director, con la ayuda de Ana Arenas, intentará por todos los medios que su mejor amigo vuelva a recordar quién fue.

Miguel Garay aguarda fuera del cobertizo donde vive Julio/Gardel, siempre con la esperanza de volver a reconocer la mirada perdida de su viejo amigo.

Esta vez, es Julio Arenas quien parece adoptar el rol de la criatura de Frankenstein. Su mirada y su corporalidad es la de un ser sin consciencia real del Mundo. No se siente vivo, según afirma un neurólogo encargado de su caso. También es imposible saber qué ocurrió exactamente con él ni saber cuándo perdió realmente la consciencia. Todos en el asilo, y sobre todo la hermana Consuelo -una monja que ha establecido una relación casi maternal con Julio, al que llama Gardel por oírle cantar tangos con frecuencia-, afirman que el actor les contó que estuvo en todos los países que tuvieron mar, incluso en China: supuesto destino final donde el sr. Franch debería encontrar a la hija de monsieur Levy en La mirada del adiós. 

Ana Arenas y Miguel Garay luchan con todas sus fuerzas por revivir el espíritu de Julio. La escena en la que Ana se presenta al anochecer en la cabaña en la que vive su padre está realizada con gran maestría y pulso. Erice construye una atmósfera tensa hasta que las miradas de Julio y de Ana se cruzan. Ella, evocando al espíritu de su padre, cierra los ojos repitiendo su nombre. «Soy Ana, soy Ana». Igual que hacía la protagonista de El espíritu de la colmena (1973) para invocar al monstruo/espíritu de Frankenstein. Sin embargo, los esfuerzos no dan sus frutos. Ana, que ya se ha acostumbrado a una vida sin su padre, no tiene esperanza en conseguir devolverle la identidad. Por el contrario, Miguel Garay sí lucha día tras día por conseguirlo.

Aquí termina la primera parte del artículo dedicado a Cerrar los ojos de Víctor Erice.

 

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