Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Un padre y una hija en el Mundo: 40 años de «El Sur» (Víctor Erice, 1983)

Para Víctor Erice, la profesión de cineasta no se encapsula únicamente en la realización de películas. El estudio, la contemplación y la enseñanza del cine también son labores de un cineasta que sepa abrazar todas las posibilidades que ofrece el séptimo arte. El cineasta vasco director de los largometrajes El espíritu de la colmena (1973), El Sur (1983), El Sol del membrillo (1992), mediometrajes como La morte rouge (2006), cortometrajes -muchos de ellos reunidos en largometrajes colaborativos junto a otras piezas de directores de la talla de Aki Kaurismaki, Wim Wenders o Manoel de Oliveira- como Alumbramiento (2002) o Vidrios partidos (2012) e instalaciones como Correspondencias (2007), una serie de video-cartas establecidas con el cineasta iraní Abbas Kiarostami que devino en un largometraje, o Piedra y cielo (2019) sobre la obra escultórica de Jorge Oteiza; presenta el 29 de septiembre su nueva obra en todos los cines españoles: Cerrar los ojos (2023).

Sin duda alguna, Víctor Erice es uno de los maestros del séptimo arte y, aunque algunos afirman erróneamente que lleva 30 años sin hacer ninguna película, su labor como cineasta lleva emocionando al Mundo desde que se dio a conocer con aquella pieza que dirigió para Elías Querejeta en Los desafíos (1969) un film coral junto a los directores Claudio Guerín y José Luis Egea. Para celebrar su obra y la llegada de una muy esperada cinta -que ha pasado ya por el Festival de Cannes y que aparecerá, por el momento, en los festivales de Nueva York y Toronto- he decidido rendirle un homenaje hablando de El Sur, su segundo largometraje que, casualmente, cumple 40 años desde su estreno.

Uno de los fotogramas más icónicos de El Sur (1983)

La elección del film genera en mí ciertas inquietudes. Se siente extraño afirmar que mi película predilecta de Erice sea aquella que él mismo siente -en cierta manera- como un fracaso. Ya son bien sabidos los problemas que hubo en el rodaje, el hecho de que Elías Querejeta diera por finalizada la película habiendo rodado tan solo la mitad de ella y que, aunque el montaje final tenga una estructura férrea y acabada, para Víctor Erice, la cinta sea un proyecto sin finalizar. Pese a todos los sucesos que envuelven al film, El Sur es indudablemente una obra maestra del cine. Sí, todos desearíamos haber visto aquello que a Erice nunca se le permitió rodar, pero después de tantos años uno debe aceptar la imposibilidad de ver otra película diferente y aceptar (y abrazar) la obra que ha acabado siendo El Sur, para muchos una de las películas esenciales del cine español.

El Sur parte del relato homónimo escrito en 1981 por Adelaida García Morales -en aquel entonces la mujer de Víctor Erice- y publicado en 1985; es decir, dos años después del estreno de la película. La adaptación del cineasta, que dista un poco de la de García Morales, nos habla de una familia que vive en la meseta norte de España, formada por Agustín y Julia, marido y mujer, y su hija Estrella. El film comienza con una estancia oscura que poco a poco se va iluminando a la vez que oímos los gritos de una mujer que llama desesperada a un hombre. «¡Agustín, Agustín!». El inicio nos lleva al principio de Ordet (Carl Th. Dreyer, 1955) en el que en la madrugada unas voces también llaman a un hombre desaparecido «¡Johannes, Johannes!». La luz comienza a iluminar una estancia donde aguarda en silencio una joven, Estrella, que escucha la voz de su madre llamando a su padre. No hay respuesta por parte de él. Una lágrima que cae por la mejilla de la niña mientras sostiene un péndulo. En ese momento, guiados por las palabras de la voz en off adulta de Estrella, el film realiza una fugaz elipsis hacia el pasado donde, en la misma habitación, un hombre -Omero Antonutti, de aspecto parecido al Johannes de Ordet- sujeta un péndulo sobre la barriga embarazada de su mujer; interpretada por Lola Cardona. Son Agustín y Julia. «Será una niña», anuncia el hombre. «¿Cómo se llamará?», pregunta ella. «Estrella» afirma Agustín. La imagen vuelve a la soledad de la joven y, otra vez, regresa al pasado para narrarnos la infancia y primera juventud de la niña.

El inicio de El Sur (1983). La misma habitación, dos momentos que marcan el inicio y el final de una relación.

El film está dividido en dos bloques -tres si contamos este intrigante inicio como una suerte de preludio- en los que se retrata la cambiante relación entre Estrella y su padre. En el primero, ella tiene unos 8 años y ve con asombro a su padre: un médico nacido en Sevilla que decidió renegar de su familia tras la victoria del bando franquista. Agustín es un personaje misterioso que más allá de sus conocimientos científicos, también practica técnicas ancestrales zahoríes que cautivan y fascinan a Estrella. Entre ambos se establece una relación muy fuerte aunque, para ella hay muchas cosas que desconoce de su padre. Mientras estudia con su madre, una profesora represaliada por el régimen franquista, su padre permanece horas encerrado en su despacho, lugar que despierta en Estrella todo tipo de ideas sobre la magia que debe ocultarse ahí dentro. En la celebración de la Primera Comunión de Estrella -a la que han acudido la madre de Agustín, Rosario, de carácter un tanto frío, y Milagros, quien cuidó a Agustín de niño; una mujer alegre y dicharachera interpretada por Rafaela Aparicio- sucede una de las escenas más bellas y significantes del film. Tras la ceremonia en la iglesia, la familia celebra un pequeño banquete. En esa secuencia, Erice retrata con maestría la culminación del amor paternal entre los dos protagonistas. Desde la silla vacía de Estrella, coronada con su velo, la cámara realiza un travelling hacia atrás, mostrando una mesa ocupada por los seres queridos de la niña que miran cómo baila con su padre el pasodoble En «er» Mundo, girando sobre ellos mismo mientras ríen y danzan al son de la música. En ese baile se manifiesta su unión y alegría por la vida. Sentimientos y sensaciones que, a partir de ese momento, irán mutando. Por ese motivo, la secuencia del pasodoble, es de vital importancia para el posterior desarrollo de la película.

Agustín y Estrella bailan un pasodoble celebrando la vida y su amor paternal.

Esa misma pieza, En «er» Mundo, la volvemos a escuchar casi al final de la película. En una secuencia donde Agustín y Estrella -ya con 16 años- comen en el restaurante de un hotel donde, en una sala contigua, se está celebrando una boda. La banda de la fiesta toca el reconocido pasodoble y Agustín no puede evitar recordar aquel momento de pura felicidad entre él y su hija. El espectador y Agustín lo recuerdan bien, pero Estrella parece no tener clara la emoción que le despierta aquel recuerdo borroso. Se acuerda más de todo lo que ha sucedido entre aquel baile -cuando ella tenía 8 años- y la comida en el Hotel: el descubrimiento de la actriz Irene Ríos, que despertó inseguridades en ella y en su madre; el intento de huida de Agustín, dispuesto a volver sin éxito al sur; las discusiones con su padre… Para Estrella todo ha cambiado demasiado. Ya no ve a sus padres con la misma fascinación que antes. Erice retrata en esta segunda parte del film el envejecimiento y maduración de la mirada. Abandona poco a poco aquella inocencia de la infancia que tanto emocionó en El espíritu de la colmena para adentrarse en la representación de la vida adulta. Estrella, Agustín y Julia van adquiriendo complejidad y son retratados como unos personajes con dudas, miedos, inseguridades… pero también humor y amor por la vida, aunque cueste. Entre Agustín y su familia hay un vacío lleno de incomprensión y silencio que les va separando cada vez más. En esa comida en el Hotel, escuchando En «er» Mundo, Agustín y Estrella están a punto de tenderse la mano. Ante la desolación de la escena, en la mente del espectador todavía queda el recuerdo del pasodoble y los rostros de padre e hija sonriendo y girando sobre sí mismos. En Estrella también queda la esperanza por volver a su padre y comprenderle. Por ello, al final de la película, decide esclarecer el vacío entre ellos, decide ir al sur.

Al acabar la comida, Estrella y Agustín intentan conversar sobre sus sentimientos. Al final, ella debe marcharse a clase, dejando a su padre solo con el recuerdo del pasodoble que tanto les unió.

Víctor Erice, con su segundo largometraje, consigue afirmarse como un maestro de la puesta en escena y del cinematógrafo. Redime los errores de El espíritu de la colmena –si es que los hay- y logra mostrar, en El Sur, un dominio prodigioso de la cámara. Erice escribe con imágenes y sonidos una historia universal sobre dos mundos diferentes -la infancia y la edad adulta- y lo que supone atravesar el umbral que los separa. Estrella no volverá jamás a ser pequeña. Las preguntas que tenía y que generaban en ella un misterio atractivo se van respondiendo a medida que va creciendo. El misterio de la vida se desvela como un tramo en muchas ocasiones decepcionante, pero todavía con suficientes momentos felices por los que vale la pena seguir adelante. El poder evocador de las imágenes y sonidos con los que juega Erice emociona al espectador que se entrega por completo a la vida de Estrella, que no ha hecho más que empezar.

Todos lamentamos no haber podido ver el Sur que tenía pensado retratar el realizador, pero nos quedamos con el poder de la evocación con la que nos lo presenta a través de esas postales que admira Estrella llenas de paisajes soleados, palmeras, personas bailando, cantando y sonriendo vestidos con trajes coloridos, mientras por la ventana de su casa se ve caer la nieve y suena la emotiva Andaluza; parte de las 12 danzas españolas del compositor Enrique Granados. En esa escena y en tantas otras más de la cinta se encuentra la excelsa labor de cineasta de Víctor Erice que, recordemos, el 29 de septiembre nos mostrará su forma de Cerrar los ojos.

Mientras en el norte nieva, Estrella acude a unas postales de Sevilla, que le permiten viajar -en su imaginación- a aquella tierra en la que nació su padre.

 

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