Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: lo mejor de la técnica stop motion (II)

Seguimos las entradas sobre la técnica stop motion con cintas que revolucionaron o ampliaron sus posibilidades, especialmente en el terreno de lo macabro.

Gerard Bibiloni Isern: Mad God (Phil Tippett, 2021)

Parece que esfuerzos frustrados, pero finalmente conseguidos como la Megalopolis (estreno previsto en 2023) de Francis Ford Coppola o la The Man Who Killed Don Quixote (2018) de Terry Gilliam pudieron celebrar la llegada de un nuevo hermano en 2021. Para cuando se estrenó Mad God, Phil Tippett llevaba más de 30 años trabajando en la película. Comenzó mientras servía como animador de efectos especiales en RoboCop 2 (Irvin Kershner, 1990), pero parece que las circunstancias alrededor de la salud del cine de animación stop-motion —poco favorables en la época— y su posterior entrada como «supervisor de dinosaurios» en Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993) —trabajo por el que su equipo ganó un Óscar— provocaron que Tippett archivara el proyecto y se olvidara de él. O por lo menos así fue hasta 2013, fecha en la que Richard Beggs —diseñador de sonido para Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), trabajo por el que mereció una estatuilla de la Academia— se une al proyecto, así como también fue la fecha en la que Tippett se animó a lanzar un Kickstarter para recaudar fondos. La salud del proyecto mejoró significativamente y Tippett comenzó a crear unas tres secuencias que mostraban un generoso primer vistazo a lo que posteriormente sería la totalidad de Mad God.

La película nos cuenta la historia de «el Asesino», una figura de la que no sabemos absolutamente nada más allá de que está buscando algo. Su camino es tortuoso, en tanto que va pasando por escenarios donde lo grotesco, repulsivo y monstruoso va cogiendo diversas formas con tal de crear una atmósfera donde el elemento aberrante va progresando hasta llegar a cotas prácticamente hiperbólicas. Este particular Dante, cuyo Virgilio parece corresponderse con un mapa que se deshace a medida que lo vas usando, funciona como depositario de las ansiedades del espectador al verse en ocasiones sobrepasado por el infierno de repugnancias que acontecen a su alrededor. Pero ¿cuál es su misión real? ¿Es la destrucción indiscriminada de ese averno tenebroso donde el sufrimiento es ley de vida? ¿Es, acaso, el asesinato de ese «Dios loco» que nos presenta el título de la cinta? Lo que es seguro es que su viaje no vendrá sin su buena dosis de gore, devastación y otros suplementos aborrecibles encumbrados por un uso del stop-motion que enfatiza lo tétrico, macabro y horrendo de esas figuras perdidas de la mano de Dios que vagan por el mundo siendo presas de su propio absurdo.

Mad God no acierta en todos sus puntos. La primera mitad —que se corresponde con esas tres secuencias de las que hablábamos al comienzo— es toda una demostración de brío y maestría técnica, en tanto que nos sumerge de cabeza en un universo en el que, de entrada, no deberíamos ser bienvenidos. El comienzo nos plantea una situación análoga a la de la caída de la Torre de Babel, comienzo de toda diferencia lingüística y producto de que puedan darse instancias de incomunicación. Y es algo que sangra en cómo se mueven los personajes que integran en ese mundo. Todo conseguido, por supuesto, con una maravillosa técnica stop-motion. Sin embargo, una vez hemos superado esa marca medial y seguimos con su visionado, el stop-motion se interrumpe para dar paso a secuencias en las que hay actores reales actuando como lo harían en una película al uso. No están completamente integradas en el ambiente que crea desde un principio la película y sobresalen negativamente de un todo que podría haber sido mucho más. A esto tenemos que añadirle algún que otro hilo narrativo que surge de forma arbitraria, que incluso si esto nos lleva a alguna de las escenas más memorables de toda la película, aparecen como una muestra caprichosa del direccionismo argumental.

Aun así, a pesar de estos bordes de sierra que, de haberlos pulido, habría salido una absoluta obra maestra del cine de animación, Mad God merece muchísimo la pena. El imaginarium de Tippett es el catalizador de un mundo de sufrimiento que parece levantar la duda de si, realmente, estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios benévolo o de si algo remotamente cercano a esto siquiera existe. Con Mad God, parece estar diciéndonos que a través de él se llega a esa ciudad doliente dantesca que tan fiel representación parece ser el infierno creado en esta película. Es un visionado agradecido. Es un trabajo que ha surgido tras 30 años de dolor, sudor y lágrimas. No está de más honrarlo.

Javier Morales Núñez: Isle of Dogs (Wes Anderson, 2018)

Un político y sus secuaces crean en secreto un problema para presentarse ante el electorado con la que presuntamente es la única solución posible y, así, ganar las elecciones. ¿Les suena? Espero que no (o sí). Esta es una de las líneas argumentales de Isle of Dogs (Wes Anderson, 2018), preciosa y emotiva obra de animación con los cánidos y sus relaciones con el ser humano como protagonistas. La película relata las aventuras por recuperar a su perro del niño de doce años Atari, sobrino de Kobayashi, el alcalde de la ciudad de Megasaki. El hombre quiere asegurar su sexto mandato y para ello no duda en avalar la creación de un virus de laboratorio con el que infectar a todos los perros de la urbe, a los que se acusa de una amenaza para la vida de las personas. Los chuchos son capturados y deportados a una isla que hace las veces de vertedero de la ciudad. Los canes luchan por sobrevivir entre ratas e inmundicia, mientras los humanos, en la otra orilla, son sometidos a un lavado de cerebro que les lleva a aceptar a los robots como mascotas substitutas. Un pequeño grupo de estudiantes se erige como el contrapoder.

Recomendada especialmente para japonófilos, la película de Wes Anderson consigue despertar el interés desde el primer plano a cuenta de una estética poderosa que combina la recreación de la tradición folklórica oriental con pinceladas atemperadas de un futuro distópico. Argumento y envoltorio vienen reforzados por un buen nutrido elenco de actores que dan voz a los personajes: Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Scarlett Johansson, Edward Norton, Bryan Cranston, Bill Murray, Tilda Swinton, Jeff Goldblum o Bob Balaban, entre otros, además de conocidos intérpretes japoneses o la mismísima Yoko Ono, que pronuncia palabras para una atormentada científica que lleva su mismo nombre. El resultado es una primorosa epopeya en la que la amistad, la lealtad y el amor actúan de motor para las hazañas de unos seres que no se resignan a aceptar un destino injusto. Pero superado ese estrato de significación, la película de Anderson también deviene un texto muy poderoso para tratar cuestiones de rabiosa actualidad, como el bienestar de los animales, las consideraciones éticas relacionadas con los desarrollos tecnológicos o la política basada en bulos y en el engaño. Mensajes que, en este caso, pueden entender tanto espectadores adultos como niños, a cuenta del modo de presentación.

En opinión de quien suscribe, Wes Anderson acierta de pleno al apostar por la técnica del stop motion para esta película de animación. Eso es así porque, tal vez, lo más importante de esta historia sea aquello que permanece entre imagen percibida e imagen percibida. El trazo imperfecto y un tanto desdibujado de los contornos, las cabelleras perrunas que se diluyen moviéndose en un instante, que ahora están aquí, presentes, pero a la vez se ausentan sin permiso… Se consigue así un efecto nebulosa en el sujeto que percibe, una puerta abierta de par en par al goce estético, antesala de la asunción de la emoción. Es ahí, en el tiempo infinito de la mente, donde Isle of Dogs adquiere toda su fuerza narrativa, apelando a la compasión ante los ojos incrédulos de un perrete abandonado, ante la mirada dolorida de un niño que reivindica su naturaleza salvaje para rescatar aquello que más quiere, su compañero peludo. Alguien podría decir a modo de crítica negativa que la película se excede en la humanización de los animales o que puede resultar sensiblera hasta el extremo. Quienes convivan con perros lo tendrán fácil para contraargumentar.

 

Guillermo Amengual: Krysar (Jirí Barta, 1985)

Amanece sobre una ciudad gris de hojalata. Los rayos del Sol iluminan superficies frías y engranajes que comienzan a moverse con lentitud. La luz parece activarlos y despertarlos de un sueño profundo. Pronto toda la ciudad empieza a funcionar. Los engranajes mueven a dos ratones de hojalata que golpean una campana. Su sonido despierta a los pueblerinos, sujetos a otros tantos sistemas mecánicos que programan su fría, monótona y repetitiva vida en una ciudad angosta de formas imposibles, al más puro estilo expresionista. Entre las calles las ratas aparecen y hacen suya, poco a poco, la ciudad.

Así comienza a Krysar, una de las películas más recordadas del cineasta Jirí Barta: una figura clave de la escuela de animación checa junto a otros nombres como Hermína Týrová, una de las pioneras de la animación con marionetas en stopmotion cuya calidad artística fue reconocida en el mismísimo Festival de Cannes; Karel Zeman, y Jiří Trnka. Por su parte, Jiri Barta fue construyendo una prolífica y exitosa carrera a través de films como Adivinanzas por un dulce (1978), Disc Jockey (1980), El mundo perdido de los guantes (1982) o La balada de la madera verde (1984) en las que combina técnicas de animación con plastilina, marionetas, imágenes rodadas en acción real, etc. Krysar supone una de las cintas más ambiciosas de su filmografía, producida en los estudios Trnka. Se trata de una singular adaptación del cuento El flautista de Hamelin (1816) de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, y de otras obras literarias que adaptan el relato.

La película es, además, todo un homenaje al expresionismo alemán y a films clave del movimiento como El gabinete del doctor Caligari (Robert Wienner, 1920), Las tres luces o La muerte cansada (Fritz Lang, 1921), Fausto (Frederick W. Murnau, 1926) o Metrópolis (Fritz Lang, 1927). Barta se inspira en dichos filmes para construir un Hamelin particular, una ciudad triste, gris donde predominan calles y construcciones imposibles donde viven unos personajes pesadillescos que tan solo emiten murmullos y ruidos monstruosos y se mueven a través de mecanismos que evidencian el determinismo de sus vidas programadas para repetir una y otra vez las mismas acciones de siempre hasta que sus engranajes acaben oxidándose y pudriéndose. Se trata de un escenario acorde con un pueblo donde la rata no es realmente un animar invasor, sino que es un huésped lógico de una ciudad sucia y emocionalmente corrompida y podrida. En su relato, el flautista aparece como un ser encapuchado misterioso que defiende su honor y el de las personas que ama por encima de todo. Maneja a las ratas y a la vez maneja a los habitantes de esta Hamelin denostada que son el vivo reflejo de los animales que tanto rechazan.

Sin lugar a dudas, Krysar es un film de visionado obligatorio para conocer el cine de stop motion más allá de las fronteras y de los premios de la academia. Es una relectura del relato de los hermanos Grimm de gran interés narrativo y, sobre todo, cinematográfico.

 

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