Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: lo mejor del 2023 (I)

Cerramos el 2023 con uno de los años más completos en el terreno cinematográfico. Un año lleno de regresos de grandes nombres de la industria que han gozado de una gran acogida de público y crítica. Entre ellos Martin Scorsese con Killers of the Flower Moon, Ridley Scott con su ambiciosa Napoleon, Todd Haynes con May December, Sofia Coppola con su retrato de Priscilla Presley en Priscilla, David Fincher con The Killer y, en lo alto de la pirámide, el retorno después de más décadas de Víctor Erice con Cerrar los Ojos y de Hayao Miyazaki con El Chico y la Garza [muchas de ellas analizadas en este blog] Sin embargo, entre todos los cineastas destacan dos en particular que reventaron las taquillas en pleno verano: Christopher Nolan y Greta Gerwig. El fenómeno “Barbenheimer” fue una auténtica locura viral, mediática e industrial como pocos se han visto en mucho tiempo. Desde memes, a espectadores vestidos como Barbie, Ken y Robert Oppenheimer, hasta merchandising y programación de dobles sesiones; el éxito de la combinación Barbie y Oppenheimer fue el reflejo de cómo el público sigue entusiasmado por ir al cine y que ayudó a subsanar la taquilla mundial después de dos años de pandemia. No en vano, mientras Oppenheimer recaudó más de 900 millones, Barbie alcanzaría el récord de casi 1,5 billones. Algo que será muy difícil de igualar en un futuro.

Sin embargo, mientras Nolan y Gerwig triunfaban en taquilla, las apuestas de la industria de superhéroes de Marvel y DC no llegarían a muy buen puerto. Los fracasos comerciales de los estrenos programados en el 2023 como The Marvels, Quantumania, Shazam; Fury of Gods, Flash, Blue Beatle y Aquaman and the Lost Kingdom recalcan el posible agotamiento de las fórmulas del cine de superhéroes. Algo que no sufrieron los estrenos de las secuelas Across the Spiderverse, Scream VI, Indiana Jones and the Dial of Destiny y MI: Dead Reckoning Part I con una aceptación muy grande. Frente a los blockbusters, este año también hemos tenido estrenos de directoras que han sido muy discretos como Past Lives de Celine Song, Anatomy of a Fall de Justine Triet, Bottoms de Emma Selligman o la reciente Saltburn de Emerald Fenell; esta última una sensación en las redes sociales por la supuesta “provocación” de ciertas escenas de la película.

Así, como es costumbre, desde RIRCA recomendamos algunos estrenos del año pasado que nos han parecido destacables y que no tienen porqué ser lanzamientos de gran recorrido.

Gerard Bibiloni: Kokomo City (D. Smith)

La periferia, en tanto que aquello que rodea y mantiene distancia con lo normativo, está tan colmada de rarezas, alternativas y demás cosas extraordinarias que podríamos estar prácticamente toda una vida definiéndola. Así las cosas, muchos creadores en el marco del séptimo arte se han embarcado en la ambiciosa, pero encomiable tarea de dirigir la mirada más allá de los límites de la normatividad para perfilar ciertas instancias de este mismo espacio periférico que han llamado su atención. Uno de estos últimos ejercicios de digresión para con los usos centralizados de la práctica social corre a cargo de D. Smith, una compositora, estrella del reality show y, ahora, cineasta estadounidense que tras quedarse sin un techo fijo bajo el que vivir tras su participación en Love & Hip Hop Atlanta (VH1, 2012-2022; MTV 2023-), optó por documentar las vidas de cuatro trabajadoras sexuales negras transgénero en el contexto de Nueva York y Georgia a través de su documental Kokomo City (2023). Más allá del trabajo de dirección, D. Smith se ha encargado de la fotografía, la edición y parte de la producción, información que no hace otra cosa que enfatizar lo pasional del proyecto y lo personal que parece haber sido para su creadora.

Kokomo City sigue la vida de Daniella Carter, Dominique Silver, Koko Da Doll y Liyah Mitchell a través de los apartamentos, las habitaciones de hotel, lo vehículos y las calles que estos recorren en los que las cuatro mujeres llevan a cabo su labor como trabajadoras sexuales. El documental utilizará mecanismos tradicionales del género, como la intervención de las llamadas “cabezas flotantes” que reciben preguntas y las contestan, pero amenizará el viaje con algún recurso de edición e intercalación de escenas actuadas para ilustrar las historias que se nos cuentan. Lo que recibiremos a cambio es la exposición de un universo de interconexiones, en el que el machismo, la homofobia, la transfobia, el racismo y el clasismo se dan la mano para configurar el ambiente por el que se mueven estas cuatro prostitutas. Se construye un marco en el que poder simpatizar y empatizar con muchas de las preocupaciones de sus protagonistas en tanto que viven ligadas a un escenario en el que la violencia forma parte prácticamente de su día a día, como queda francamente claro con la noticia de que Koko Da Doll fue asesinada de un disparo en abril de este 2023. D. Smith desvela a cuatro figuras centrales inteligentes, divertidas y locuaces que nos ayudan a que ciertos aspectos de la periferia queden mejor perfilados que antes. Una de las películas más importantes de este año que dejamos atrás.

Patricia Trapero: Godzilla Minus One (Takashi Yamazaki)

En 2014 Warner Bros. y Legendary Entertainment se unieron para crear una franquicia en la que Godzilla y King Kong protagonizarían una serie de películas donde bien separadamente o con universos cruzados darían lugar a lo que se ha dado en llamar el monsterverse. Aparentemente la película Godzilla Minus One, estrenada en España el 15 de diciembre, dirigida por Takashi Yamazaki  bien podría formar parte de la franquicia por su contenido y por ser producida por Toho Studios, compañía colaboradora en la creación de este universo de figuras monstruosas. Algo que se aleja de la realidad comercial, por una parte, y porque la magnífica película de Yamazaki se diferencia estrepitosamente de las producciones americanas tanto en su concepto como en su producción exclusivamente nipona, por otra parte. De esta manera, la película resulta ser de muy bajo presupuesto  —menos de 15 millones de dólares frente a los 170 de producción y 150 de marketing de Godzilla. King of the Monsters, y 185 de Skull Island solo por poner algunos ejemplos—  y abandona la mera acción en detrimento de la construcción de los personajes que es la esencia del monsterverse.

Godzilla Minus One recupera la narrativa del film Godzilla dirigido por Ishiro Honda en 1954. Una joya del género del terror kaiju en la que la aparición e intervenciones de los monstruos gigantescos se enmarcan en coordenadas históricas específicas con consecuencias en la vida cotidiana de sus protagonistas convirtiéndose en la metáfora de toda una época. Y ahí reside el mérito de la propuesta de Yamazaki ambientada entre 1945 y 1946 y que se inicia con la llegada del piloto kamikaze Koichi Shikishima (Ryonosuke Kamiki) a la isla de Odo y el ataque devastador del monstruo mítico Godzilla. Así, desde el primer momento, se establece al monstruo como villano agresor pero especialmente se configura al personaje conductor de la historia: un piloto que rechaza una muerte inútil por una tradición del honor equivocada, convirtiéndose en un superviviente frente a la destrucción que asola al país. Su regreso a un Tokio devastado no hará más que aumentar su sentido de la culpabilidad. La película se transforma, pues, en un proceso de redención de Shikishima al que no es ajena una trama melodramática —un tanto exhuberante como buena muestra del melodrama japonés—  que comparte con la joven Noriko Oishi (Minami Hamabe) y su pequeña hija Akiko.

Godzilla Minus One combina a la perfección las historias personales de sus protagonistas con la de un país abandonado a su suerte en el que la población sufre las consecuencias de los conflictos bélicos. La presencia de Godzilla no es más que una de estas consecuencias al convertirse en una especie de arma devastadora mutante por las radiaciones nucleares a la que se enfrenta la población civil abandonada por sus gobernantes y represaliada por las fuerzas internacionales vencedoras en la contienda. Un mensaje histórico en toda regla que tiene como aliados esenciales en el film a unos personajes secundarios imprescindibles que en algunos momentos actúan como comic relief — como es el caso de los compañeros de trabajo de Shikishima que recuerdan el espíritu burlón de  los tres homeless protagonistas de Tokyo Godfathers (Satoshi Kon, 2003)—  y en otros momentos como un bloque heroico que se ajusta a la idea de resiliencia ciudadana de un país que lucha por la supervivencia. Una combinación narrativa perfecta a la que se unen los espectaculares efectos especiales del propio Yamazaki —sobre todo en la escalofriante mutación de Godzilla—  y la utilización de la música del film de 1954 como leit motiv del monstruo.

En definitiva, una maravilla de película, de lo mejor del año, que ha merecido el reconocimiento internacional al tiempo que es un homenaje al más puro terror kaiju que tendrá su continuación en la versión en blanco y negro de Godzilla Minus One anunciada por su director y cuyo estreno está previsto para enero de 2024, aunque solo podrán disfrutar de él, por ahora y con una lógica dramatúrgica aplastante, los japoneses.

Guillermo Amengual: La imatge permanent (Laura Ferrés)

Una mujer y su hija de 14 años, ambas vestidas de negro, posan ante una cámara. La niña muestra una sonrisa justo cuando el fotógrafo toma la instantánea. En el revelado de la imagen, entre los rostros de las dos mujeres, aparece la cabeza de un hombre: el padre y marido de ambas, que ha sido «devuelto a la vida» gracias a una doble exposición. A partir de esa escena y esa fotografía se construye en La imatge permanent un relato sobre (des)apariciones y reencuentros, sobre el azar de la vida y la fuerza sobrenatural que posee el aparato cinematográfico.

El prólogo del film nos cuenta la historia de una niña de 14 años que huye de su pueblo tras haberse quedado embarazada, dejando a su recién nacido a cargo de su madre. Tras este suceso, la película nos ubica en la actualidad y nos introduce a Carmen, una mujer que trabaja en el spot de una campaña electoral. Su cometido es encontrar personas que vivan en la ciudad para que aparezcan en la pieza y representen a los votantes de dicho partido. En su búsqueda, se encuentra a Antonia, una mujer que deambula por las calles vendiendo los perfumes que ella misma fabrica. Entre ellas comienza a establecerse una relación especial y misteriosa. Hay una fuerza desconocida que las atrae.

Laura Ferrés es la directora de este inusual largometraje galardonado con la Espiga de oro de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI); hecho que despertó el enfado de algunos críticos que no daban crédito al veredicto. La cineasta se dio a conocer al mundo a través de su película Los desheredados (2017) con el que obtuvo un premio en la Semana de la crítica de Cannes y un Goya a mejor cortometraje documental. En La imatge permanent, Ferrés, se ha acompañado de un gran plantel de actores no profesionales que dotan al film de un aura especial, de un realismo impostado a través de una puesta en escena precisa donde cada encuadre está muy bien medido -Ferrés señala a la crítica Mireia Iniesta que le resultaba interesante «que cada escena fuese como una viñeta»- por un también excelente equipo -Agnès Piqué Corbera en la fotografía, África Pérez en el maquillaje y peluquería, Aitziber Sanz en el vestuario y Marta Collell en la dirección artística- que consigue que el film se sienta como algo jamás antes visto. En cierto sentido, y seguramente sea una valoración personal, recuerda a ciertas escenas de las películas Jean-Marie Straub y Danièle Huillet donde los actores no profesionales llenaban el cuadro con una actitud corporal férrea a la vez que hierática y verbalizaban las palabras con una pronunciación un tanto prosódica. El trabajo del montaje de Aina Calleja es también sensacional al construir una película donde la elipsis es una parte fundamental de este relato que habla de los vacíos de los seres humanos, de la falsedad y la desaparición.

Tristemente, La imatge permanent no ha calado en el público tanto como se merecía. Se trata de un largometraje valiente, original y rompedor que busca en cierto sentido incomodar al espectador a través de sus escenas cargadas de ironía burda, pero que también esconden una gran emoción dramática y pasional. Los bellos versos de la canción La gallinita -nominada a Mejor canción original en los premios Goya- que canta Antonia resumen a la perfección el sentido del film: «¿Quién dijo ‘el tiempo cura todas las heridas’? El tiempo todo lo cura, pero heridas quedarán; ¿Quién dijo ‘el tiempo cura todas las heridas’? Hay heridas que se quedan, es el cuerpo el que se va.»

 

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