Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Spider-Man: Across the Spider-Verse» (Joaquim Dos Santos, Justin K. Thompson y Kemp Powers, 2023): los huecos emocionales del multiverso

Es por muchos conocida la historia de Sony Pictures Animation. A diferencia de Pixar o Disney, cuyos primeros pasos en el mundo del largometraje fueron laureados gracias a cintas prácticamente atemporales, Sony Pictures Animation ha vivido desde su nacimiento en un constante tira y afloja entre el cine de calidad y la mediocridad. Donde hay una olvidable Open Season (Jill Culton y Roger Allers, 2006), hay un Cloudy with a Chance of Meatballs (Phil Lord y Christopher Miller, 2009). Donde sale a relucir el estilo de Genndy Tartakovsky y Aardman Animations, se encuentra también la falta de alma autoral en The Emoji Movie (Tony Leondis, 2017) y Peter Rabbit (Will Gluck, 2018). Siguiendo esa regla de altibajos, no es de sorprender que la época más decadente del estudio (de 2016 a finales de 2018) haya dado pie a la más álgida, extendida desde que, en diciembre de 2018, se estrenó la revolucionaria película Spider-Man: Into the Spider-Verse (Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman).

Into the Spider-Verse supuso un antes y un después no solo para Sony Pictures Animation, sino para el mundo de la animación occidental al completo. Dreamworks asimiló las lecciones de esta cinta para brindar una magistral Puss in Boots: The Last Wish (Joel Crawford, 2022), y el motor empleado para la cinta de 2018 ha servido a sus secuelas y a nuevas producciones del estudio por igual —es el caso de The Mitchells vs. The Machines (Mike Rianda, 2021), que ya recomendamos a principios de este mismo mes—. Ante un legado tan rico, uno solo puede preguntarse si una secuela a la ya brillante Into the Spider-Verse podría alcanzar las expectativas generadas durante 5 años de espera. Conviven dos respuestas: sí, la espera ha merecido la pena, pero también ha habido un precio a pagar.

Menos de un mes tras el estreno de esta Spider-Man: Across the Spider-Verse, varios de los trabajadores de la cinta han confirmado numerosos problemas durante la producción. Alegaciones de crunch se han hecho eco en los medios de comunicación, siempre fijando como culpable al productor Phil Lord y sus métodos de trabajo por descarte, en que un elemento del filme ya finalizado, aprobado por los directores y listo para posproducción era rechazado por Lord y mandado a rehacer desde el principio. Si bien el resultado es intachable en el producto final, huelga decir que se trata de una realidad de la cinta y una situación intolerable para una industria cada vez más acostumbrada a la explotación laboral. Esta reseña no pretende aprobar de ningún modo las acciones de Phil Lord y cualquier punto positivo se dirigirá hacia aquellos trabajadores que han construido, bajo circunstancias laborales atroces, una obra admirable. El crunch jamás es necesario si se hace una planificación del desarrollo adecuada, con márgenes de error y fechas de estreno lejanas. Esta cinta no es una excepción, ni tampoco su cercana secuela. Retrasar un año o dos sus publicaciones no habría cambiado, en ningún modo, el excepcional resultado final.

La fusión de estilos de la cinta no se debe a la explotación laboral, sino a una habilidad de los animadores que habría dado sus frutos igualmente con más tiempo de desarrollo

Juzgada Across the Spider-Verse en su contexto, y recordando siempre que es indisociable de él, procedamos a juzgarla desde una visión puramente artística. Centrémonos, así, en el factor más cercano a sus circunstancias de producción: la animación. Su espectacular acabado no se atribuye tanto a la explotación de sus trabajadores como al talento de estos. Con Joaquim Dos Santos, director de Avatar: The Last Airbender (2006-2008), y Kemp Powers, codirector de Soul (2020), a los mandos, uno ya podía esperarse un nivel semejante a la primera película, pero los animadores han elevado el producto a unas cotas prácticamente irreplicables. Es esta cinta una fusión de estilos, donde el 3D convive con escenarios 2D y viceversa, donde el arte punk coexiste junto a los grafitis suburbanos, los esbozos de Leonardo Da Vinci y la estética de cómic setentero. Tan pronto la animación replica los mejores hits de la primera cinta como introduce assets de distintos videojuegos, personas de carne y hueso y escenarios construidos con Legos, este último de mano del canadiense de 14 años Preston Mutanga, cuya obra sorprendió tanto a los directores que lo contrataron para la cinta. La pasión por la técnica animada permea a todas las escenas; su acabado es impecable. A modo de declaración de intenciones, ya la primera escena introduce un mundo donde el dibujo fluctúa constantemente entre la acuarela y la saturación cromática, el rosa y el azul, el trazo grueso y el delgado. Across the Spider-Verse es una simulación del trastorno de hiperactividad: recarga los sentidos, corta el aliento y se mueve de un lado a otro a la velocidad del rayo.

Que el estilo de la cinta sea expresamente recargado no implica un guion sin pausas. El ritmo es, de hecho, una de sus mayores virtudes, si bien su estructura palidezca con respecto a la anterior entrega. Al fin y al cabo, esta secuela no continúa; expande en todas direcciones con una energía maníaca. Si la premisa de la cinta de 2018 era relativamente sencilla —seis Spider-Man convergen en un mismo universo, el del joven Miles Morales, tras la explosión de un colisionador provocada por el villano Kingpin—, la de esta busca la complejidad: Miles Morales debe enfrentarse una vez más al multiverso cuando el villano The Spot, capaz de abrir agujeros interdimensionales, comienza a adquirir poderes de múltiples dimensiones para fortalecerse. En el proceso, una organización prácticamente infinita de Spider-Man, capitaneada por Miguel O’Hara, se pone en marcha para detener al villano, acción que provoca tensiones con Miles Morales como agente externo a la organización y disidente de sus planes.

Más protagonistas, más personajes, más tramas, más mundos, más estilos y, en definitiva, más ambición hacen de esta secuela un todo algo abotargado. Así las cosas, y como decía, el ritmo está medido tan milimétricamente como la cinta previa. Nunca son demasiados personajes; los guionistas saben centrarse en unos pocos y convertir al resto en meros gags cómicos o, en su defecto, en refuerzos del mensaje principal del filme. Nunca son demasiadas tramas; la cinta escoge a sabiendas de que su secuela se encargará de cerrarlas mientras ofrece cierres satisfactorios a varios arcos de personaje. Nunca son demasiados mundos ni estilos porque la cinta se resarce en ellos y, al igual que con los personajes, apenas presenta tres o cuatro espacios relevantes y convierte el resto en lugares de paso. El dúo Phil Lord-Christopher Miller (en colaboración con Dave Callaham), si bien productores cuestionables en su trato a los animadores, supone una clase magistral en composición de guiones desde sus inicios con la mentada Cloudy with a Chance of Meatballs, un arte que han refinado con el paso de los años.

A los mandos de la música, otro aspecto excepcional de la cinta, se encuentra Daniel Pemberton. Es el suyo un trabajo de composición, sí, pero también de selección musical. A él debemos la iconicidad de la secuencia del salto de fe en la primera entrega, al ritmo de «What’s Up Danger?», y a él debemos algunos de los momentos más memorables de esta segunda entrega. La cinta rebosa hip hop y rap para asimilar la cultura negra y llevar al oído la contraculturalidad de Miles, algo que también sucede con Hobie (uno de los Spider-Man más entretenidos y positivos) a través de la guitarra; la percusión refuerza el dinamismo de Gwen, mientras que los sintetizadores buscan transmitir el aura de incomodidad de Miguel O’Hara. Esta diversidad musical tan solo es un reflejo exacto de la propia cinta. La cultura americana, la india, la latina y la negra conviven de manera natural, sin estereotipar más de lo debido y siempre con cierto grado de autoconsciencia gamberra para con todos.

Hobie es un ejemplo ideal de cómo crear un personaje punk sin acudir a los tropos manidos. Sus comentarios son tan divertidos como profundos y, hacia el final de la cinta, demuestra ser uno de los personajes más dispuestos al cambio positivo

A partir de aquí, advierto de spoilers medios. No se arruinará el visionado, pero algunas de las sorpresas podrían perder parte de su impacto inicial.

Una trama multiversal es, en el breve metraje de una película, un guion abocado al fracaso. Se requiere de una habilidad particular con la pluma para construir una obra de poco más de dos horas capaz de ofrecer la vastedad del multiverso con el comedimiento de una historia personal. De eso mismo trata, en última instancia, Across the Spider-Verse: de historias personales. A través del antagonista, The Spot, la cinta explora los agujeros que existen en todos y cada uno de los seres vivos. Hacia la mitad de la película, el propio The Spot admite que «todos tenemos agujeros» y que él «los rellenará con más agujeros». En lugar de buscar una solución, The Spot escoge acrecentar el problema como forma de disociarse de una realidad que no lo admite. El resto del reparto, en cambio, lidia con los agujeros propios de cada tejido emocional: Gwen es incapaz de hablar con su padre sobre su identidad (una alegoría al hecho de ser una persona trans si la próxima película menciona explícitamente el tema en lugar de insertar referencias sutiles), Miles esconde la suya a sus padres, Peter B. intenta rellenar el hueco paternal que dejó su separación de Miles con una hija, y Miguel convive violentamente con la pérdida de su familia.

Todos los caminos conectan con Miles, cuyo protagonismo compartido en esta cinta no lo exime de ser igualmente relevante durante todo el metraje. Mientras el resto de personajes o bien fallan en rellenar sus agujeros emocionales o bien los obvian en un principio, Miles se enfrenta a la existencia misma de estos agujeros. Se enfrenta a lo preestablecido, a los Puntos Fijos en el tiempo que tanto permean a cada historia de Spider-Man en la ficción, mientras todo el reparto lo obliga a aceptar la inmutabilidad del destino. Gracias a su proceder, siempre defensivo, siembra la semilla de la duda en varios de los personajes principales. En última instancia, las normas están escritas por otras personas con sus propios filtros subjetivos, y Miles tan solo señala ese problema: aceptar las normas preestablecidas es un error si no hay un proceso de reflexión previo al respecto.

La evolución de The Spot como el clásico «villano de la semana» comiquero a auténtica amenaza, además de metáfora del tema central de la cinta, es una progresión natural y satisfactoria. No tanto así su práctica desaparición durante la segunda mitad del metraje

Spider-Man: Across the Spider-Verse termina con un cliffhanger. Es, indudablemente, un cliffhanger cuidadosamente compuesto para ofrecer al mismo tiempo cierres satisfactorios de personajes y un mundo de posibilidades para la segunda parte (tercera, si consideramos la franquicia como una trilogía), pero no puede evitar el mal endémico del cine de acción actual: cortar la historia y, así, hacer esperar a unos espectadores ya demasiado acostumbrados al proceso con los desaciertos actuales del MCU y las series de múltiples temporadas anuales. No haber anunciado con antelación y certeza este hecho es sin duda un error; no pocos se vieron sorprendidos por el final inconcluso. El mayor problema, sin embargo, es el estado de los trabajadores: ante las noticias del crunch para la producción de esta primera parte, quién sabe si los nueve meses que la separan del estreno de la segunda serán suficientes para mantener unas condiciones laborales sanas en el estudio. El mensaje de Miles sobre enfrentarse a las normas establecidas es fantástico de cara al público, pero no debe convertirse en un ejercicio de hipocresía para los propios guionistas en la producción.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *