Una sonata de ángeles y ciudades: «El cielo sobre Berlín» (Wim Wenders, 1987)
Wilhem «Wim» Ernst Wenders nació un día como hoy, 14 de agosto, en 1945 en una Düsseldorf destrozada e irreconocible por el paso de la Segunda Guerra Mundial. A finales de la década de los 60 y principios de los 70 comienza a realizar varias obras audiovisuales con las que poco a poco afianza un estilo único y personal que le hará convertirse en una de las figuras clave del movimiento cinematográfico conocido como Nuevo Cine Alemán -junto a otros realizadores como Werner Herzog o Rainer Werner Fassbinder- y poco a poco una figura clave de la historia del cine.
Desde su primer largometraje, Summer in the city (1972), Wenders comienza a retratar a sus protagonistas como personajes que deambulan por el mundo ya sea por intentar huir de sus vidas pasadas como por intentar buscar algo que dé sentido a su existencia. Wim Wenders realiza una serie de road movies al más puro estilo americano pero con su toque personal haciéndose servir de este subgénero para usarlo a la vez como crítica a la americanización de Europa -y en concreto a Alemania- tras la Segunda Guerra Mundial. Alicia en las ciudades (1974), Falso movimiento (1975) y En el curso del tiempo (1976) constituyen una trilogía de la carretera llena de personajes melancólicos atrapados en una especie de limbo en el que son incapaces de encontrarse a ellos mismos en una sociedad convulsa que no ha superado el pasado desastroso que carga sobre su espalda.
Tras estrenar El amigo americano (1977), una obra maestra del séptimo arte que adapta una novela Patricia Highsmith, es reconocido mundialmente y se traslada a vivir a Estados Unidos. Ahí realizará distintas películas como el documental Relámpago sobre el agua (1980) sobre los últimos días del director Nicholas Ray, hasta llegar a obtener uno de los galardones más prestigiosos del mundo del cine: la Palma de Oro del Festival de Cannes. París, Texas (1984) es considerada una obra maestra con todas las letras y por ello gana semejante galardón en el certamen cinematográfico. En ese momento de puro éxtasis y reconocimiento, Wenders, siente un vértigo atroz. Una sensación de terror. «Después de París, Texas todo el mundo tenía grandes expectaciones por lo que haría después» confesaba el director en una entrevista para el British Film Institute en 2014.
Esa presión, ese miedo y esa inquietud por lo que le depararían sus próximos trabajos no pudieron con el realizador alemán, sino que, de algún modo le hicieron querer superarse. Dos años después llegaría una de las obras cumbres de su carrera de la que hablaremos en este post de hoy para conmemorar el 76 cumpleaños de Wim Wenders. La película no es otra que El cielo sobre Berlín (1987).
Ángeles sobre la ciudad
Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander) son dos ángeles que recorren la ciudad de Berlín como guardianes y protectores de sus habitantes. Pasean vestidos con sus largas gabardinas como entes invisibles tan solo perceptibles por niños pequeños; que aun conservan su inocencia. Ambos conversan sobre lo que han visto durante la jornada, sobre todo aquello que les ha sorprendido y conmovido. Llevan una eternidad siendo los guardianes del mundo. Les gusta observar la ciudad desde lo alto, desde su invisibilidad, pero en sus mentes también se alberga la idea, la voluntad, de sentir lo que es ser una persona, un ser humano. El peso de los objetos, dejar una huella en la tierra, el sabor de la comida, sangrar, tocar, palpar, oler… son sensaciones que tan solo pueden imaginar. Es el alto precio de la inmortalidad.
No obstante, si hay algo que pueden sentir es tristeza y amor. Damiel observa, en lo alto de un circo que acaba de venir a la ciudad, cómo se balancea de un lado a otro Marion, una joven trapecista francesa que practica su número vestida de ángel. Después del ensayo se dirige hacia su camerino. Su rostro melancólico enternece el corazón de Damiel. Siente la soledad de Marion y se ve reflejado en ella. Desea poder acompañarla y salvarla de sus pensamientos pesimistas y melancólicos… como los de muchos habitantes de la ciudad… del Mundo.
«Todos estos pensamientos… Desearía no volver a pensar nunca más»
Una de las claves de El cielo sobre Berlín es su esencia poética. Damiel, Cassiel y los demás ángeles deambulan por la ciudad escuchando todos los pensamientos de la gente. Apenas hay diálogos entre un personaje con otro, casi todo lo que oímos son voces interiores, monólogos poéticos que surgen de la mente de las personas -casi tan bellos y trágicos como poemas de Rainer Maria Rilke- que deben escuchar, una y otra vez, los ángeles y, por supuesto, los espectadores, pues Wenders nos convierte a nosotros también en ángeles capaces de entrar en la intimidad de todo tipo de personas -camioneros, basureros, estudiantes, padres, madres, hijos, prostitutas, músicos…- y vernos reflejados en ellos.
Esta poética sonata no podría ser fotografiada por nadie más que Henri Alekan -quien ya iluminó La bella y la bestia (1946) de Jean Cocteau, otro poeta del séptimo arte- haciendo uso del blanco y negro para transmitir el mundo y visión de los ángeles. La carencia de color, además de darle a la imagen un tono más artístico, acompaña al espectador a fijarse plenamente en los detalles del encuadre y de la vida de las diferentes personalidades con las que se cruzan Damiel y Cassiel. Para entrar de lleno en esa perspectiva angelical, Wenders, pide ayuda al compositor Jürgen Knieper que con tan solo seis instrumentos de cuerda y un coro consigue realizar una música única que consigue transmitirnos la visión melancólica de la vida de los ángeles obligados -e incluso podríamos decir, condenados- a ser espectadores de lo más bello y lo más desastroso y horrendo de la existencia.
«No puedo encontrar Postdamer Platz»
A pesar de que El cielo sobre Berlín sea una historia con tintes fantásticos, no deja de ser a su vez un retrato casi documental de una sociedad, y sobre todo una ciudad, que aun está en proceso de sanación, recuperándose de un pasado que todavía les persigue. Mientras que Damiel sueña con ser un humano y poder conocer a Marion, el amor de su vida, Cassiel acompaña repetidamente -desde su silencio e invisibilidad- a un anciano llamado Homer que se pasa los últimos días de su vida en la biblioteca -cultivando aun más todo el conocimiento y sapiencia que tiene- o paseando por Berlín mientras se pregunta con lástima dónde ha quedado aquella ciudad de su juventud. Camina por un descampado abandonado y ruinoso -como si también fuese un ángel- intentando encontrar Postdamer Platz y los cafés que frecuentaba para charlar con sus amigos y conocidos. En este y otros momentos a lo largo de la película, Wenders se hace servir de material de archivo. Grabaciones realizadas durante la Segunda Guerra Mundial y después del episodio bélico que intercala a modo de pruebas reales del desastre por el que aún se estaba recuperando su Alemania natal y que tendrá que volver a sufrir en cierta medida con la caída del Muro de Berlín en 1989.
Esta huella del pasado también se ve presente a través de otro de los personajes secundarios a los que acompañan Damiel y Cassiel. Nada más y nada menos que al actor Peter Falk que se interpreta a sí mismo durante un rodaje de una película sobre la guerra. La aparición de Falk no es en absoluto casual. Sirve como prueba de que es posible para un ángel ser parte del mundo de los mortales, pues le confiesa a Damiel haber sido un guardián del mundo como él en el pasado. Falk es una pieza clave en la película pues su aparición dota al film tanto de una sensación de veracidad como de contrapunto cómico que solo podía conseguir el mismísimo Colombo y su personalidad extrovertida, divertida y sabia.
La belleza de la mortalidad
Damiel acaba dando el paso hacia la mortalidad, hacia el mundo de los vivos y el color mientras su fiel amigo le observa desde lo alto. Saluda a su «compañero» Peter Falk, quien muestra gran entusiasmo al verle, y acaba yendo a encontrarse con su amada Marion con quien comparte un momento de pura confesión, pasión y melancólica poesía.
El cielo sobre Berlín es una obra clave para entender el cine de Wim Wenders. Es una sonata de ángeles y mortales que viven día tras día en una ciudad, en un Mundo, lleno de tristeza, inseguridad, desconocimiento, angustia… donde es difícil encontrar un sentido para seguir viviendo, pero sea como sea, solo o acompañado se puede alcanzar la felicidad y la paz. Wenders y su equipo realizan una película llena de sentimientos en la que es imposible no empatizar con alguno de los muchos personajes que aparecen. Es una película humana, sensible y poética que merece la pena visionar cada cierto tiempo para dejarse llevar por la emoción que transmite.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.