Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Who am I?: «The Father» (Florian Zeller, 2020)

El 23 de diciembre se estrenaba en España The Father, la primera película dirigida por el dramaturgo francés Florian Zeller basada en su obra de teatro Le père de 2012. Mucha era la expectación suscitada por la película tras su paso en las selecciones oficiales de festivales como Sundance, Toronto o San Sebastian donde la acogida y las críticas fueron más que elogiosas tanto por el contenido de su argumento como por la interpretación de Anthony Hopkins y de Olivia Colman quienes —especialmente al primero— parece que ya se ubican como posibles candidatos de la próxima edición de los Oscars. Y lo cierto es que no es para menos ninguno de los elogios a los actores ni tampoco la contundencia de un film en el que, como voyeurs, entramos en la vida cotidiana de Anthony (Anthony Hopkins), un hombre mayor que padece de demencia senil, y de su hija Anne (Olivia Colman) quien se enfrenta a la visión de la decadencia de su padre intentando normalizar en lo posible su vida personal. Una temática que es tremendamente cercana a los espectadores porque, con toda seguridad, o hemos tenido vivencias parecidas o conocemos a alguien que está en este tipo de situación.

Sin embargo, no podemos obviar la inmersión del texto en la producción de Zeller y específicamente en la llamada «trilogía de la familia» formada por La mère (2011), Le père (2012) y Le fils (2018) y que suponen el despliegue de la desestructuración familiar dando voz y protagonismo a cada uno de sus integrantes. Una voz que también implica una perspectiva específica sin que esto suponga una visión monolítica de las obras. Así, en la primera de ellas, una mujer de mediana edad se enfrenta a la soledad tras ver que sus hijos ya han crecido y su marido la está engañando; una casa vacía que es el reflejo de su estado anímico. Y la última obra de la trilogía escenifica la historia de un adolescente quien, tras la separación de sus padres, vive con su madre a la que informan de que su hijo no asiste al instituto desde hace meses; esto hace que Nicolas vaya a vivir con su padre quien acaba de tener un hijo con su nueva compañera. Dos historias que, juntamente con el argumento de Le père, conducen a la intromisión del espectador en la cotidianeidad y el laberinto mental de sus protagonistas.

Anthony (Anthony Hopkins) en una de las primeras escenas con Anne (Olivia Colman)

Justamente este es el principal elemento de The Father: una construcción laberíntica en el que la configuración de los personajes no puede desligarse ni del espacio en el que habitan ni de la construcción fragmentada, casi modular, del guion elaborado por el propio Zeller y por Christopher Hampton. Como no podría ser de otro modo, las primeras escenas de The Father sirven para situar al espectador en un ambiente tranquilo en un piso londinense amplio, ordenado y ciertamente sofisticado en el que Anthony escucha ópera sentado en un sillón y al que llega Anne. Esta placidez va a sumergir  al espectador en el conflicto de los personajes acompañándolos literalmente en su constante lucha entre la realidad y su tergiversación involuntaria. Y es que la construcción del guion va a situar al espectador en el mismo nivel de Anthony ya que no sabemos qué es cierto o falso de lo que cuentan los personajes, no sabemos quiénes son en realidad cada una de las personas que aparecen en la vida de Anthony, ni tampoco si estas personas (encarnadas por Mark Gatiss, Olivia Williams, Imogen Poots y Rufus Sewell) son las que dicen ser o si ni siquiera existen. De nuevo los grados de demencia del personaje se trasladan al espectador como forma extrema de construcción de la identificación o de la empatía. El rechazo a cualquier planteamiento melodramático es, pues, evidente.

El espacio diseñado por Peter Francis resulta esencial en la construcción laberíntica de la película

Si The Father es concebida como un laberinto, resulta lógica —simplemente por definición— la extrema relación con la dramaturgia del espacio creado por Peter Francis que facilita enormemente la disposición escénica y la dirección. La pulcritud del diseño espacial donde todo está ordenado y en su sitio implica una realidad cotidiana que se contrapone a la multitud de puertas que encontramos en él y que dan acceso a las distintas dependencias en las que —salvo en contadas ocasiones—   entrará  casi exclusivamente el personaje central. Un espacio cerrado y polivalente del que no saldrá el personaje convirtiéndose en su mundo, un refugio personal donde acumula sus recuerdos selectivos y que se convierte en la traslación de su estado mental. Un espacio personal que contrasta con la realidad que observa desde las ventanas pero de la que no participa.  En este último sentido, las constantes entradas y salidas de Anthony del área central de interpretación van en paralelo a su estado anímico de forma milimétrica. Del mismo modo suecede con el pasillo de la casa plagado de puertas que no son otra cosa que la muestra de la incapacidad del personaje y también sus dudas. Un espacio que se transforma imperceptiblemente y de manera simultánea al estadio final del personaje. Sin duda, un trabajo impresionante que conduce a la consideración de The Father como una auténtica pieza de orfebrería a la que no es ajena ni la cinematografía de Ben Smithard ni el montaje de Yorgos Lamprinos ni tampoco a la música de Ludovico Einaudi.

La construcción de las fases de los personajes es meticulosa

Finalmente, la construcción modular en The Father  que construye cada una de las fases por la que atraviesan los personajes tiene su reflejo en una meticulosa interpretación tanto por parte de Olivia Colman como de Anthony Hopkins a partes iguales. Y es que la contención es la base del trabajo actoral también alejado de cualquier estridencia melodramática. Una contención anímica en Colman quien, como personaje, lleva el peso emocional de la película fácilmente comprensible por los espectadores con la que establece un tremedo vínculo empático; y una contención física de Hopkins quien construye de manera pasmosa a un personaje frágil, de mirada vacía y de pequeños gestos que son la exacta traslación del estado mental del personaje. Dos interpretaciones extraordinariamente controladas —debemos suponer que el origen teatral de Zeller tiene algo que ver en ello— de tremendo desgaste emocional. Algo que no resulta extraño en Colman cuya interpretación recuerda tanto a la desgarradora interpretación en Tyranosaur y resulta inesperado, por decirlo de alguna manera, en Hopkins que nos tiene acostumbrados a una cierta grandilocuencia e incluso hiperbolización interprerativa. Y una dirección de actores que también alcanza al resto del elenco de The Father que resultan ser los perfectos satélites de la historia de Anthony y Anne.

Por todo ello, The Father es una película que merece una atención especial no solo por la temática desarrollada sino especialmente por crear un mundo compacto en el que todos sus elementos tienen una funcionalidad específica en la que la implicación del espectador resulta esencial. No en vano, Florian Zeller es considerado como uno de los dramaturgos —y después de esta película, quizá un nuevo valor cinematográfico para tener en cuenta— más representados en la actualidad del que se destaca el enraizamiento en la problemática del individuo. De hecho, el personaje de Anthony/André en el original, ha supuesto para algunos de sus intérpretes importantes premios teatrales y ha sido representado por actores más que relevantes: a nombres como Kenneth Cranham, Robert Hirsch, Héctor Alterio o Frank Langella nos remitimos. En definitiva, una magnífica propuesta fílmica.

 

 

 

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