Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Max Black, esa chica sin blanca

Hace casi un mes daba en este mismo blog mis “5 razones para ver 2 Broke Girl$”. Siguiendo esta línea de publicaciones, hoy le dedico mi post a una de sus dos protagonistas: Max Black, interpretada por Kat Dennings, una actriz que lleva en nuestras pantallas desde una breve aparición en Sex and the City en el año 2000.

Sin ninguna duda, y a pesar de que forma pareja interpretativa con Caroline Channing (Beth Behrs) en aparente igualdad de condiciones, Max es el epicentro de la telecomedia que nos ocupa. Ella marca el tono, matiza el mensaje, roba escenas incluso desde los márgenes, y todo el elenco secundario orbita a su alrededor. Sin su humor negro y su cinismo la historia de caída en desgracia e intento de renacimiento de Caroline no tendría ningún sentido. Sin su intensa presencia en la pantalla, su compañera sería solo una Barbie más en una serie más.

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La historia vital de Max, según se nos sugiere en las circunstancias dadas del personaje, es un rosario de abandonos y desengaños. Cuando la ex-millonaria cachorra Channing entra en su vida al haber perdido su fortuna, Max ya ha crecido sin padre y con una madre distante, ha dejado el instituto, ha consumido drogas, ha tenido un montón de trabajos precarios y ha mantenido relaciones esporádicas con unos cuantos hombres que no la han respetado. Además, ha sobrevivido a abusos sexuales de al menos un tío suyo y ha conseguido un hogar en un barrio poco seguro a base de engañar con el contrato de alquiler. Frente a la vida fácil y llena de comodidades de Caroline, el arranque de 2 Broke Girl$ nos muestra la existencia plena de retos de Max. A la angelical inocencia de la rubia, esta sitcom opondrá desde el minuto uno la rudeza –generosa incluso a su pesar– de la morena.

El desarrollo de las sucesivas temporadas (seis hasta la fecha) va mostrando al público las muchas caras de la sarcástica Max, construyendo un personaje cada vez más redondo (hasta donde este género televisivo, tendente a la estereotipia, lo permite). Su negativa a aceptar a Caroline como compañera de piso termina en una convivencia en la que las dos mujeres no solo comparten recursos y confidencias, sino también el sueño de un negocio que les permita salir de la pobreza. Su escudo de indiferencia con los hombres va cayendo poco a poco cuando manifiesta sus sentimientos por el artista urbano Johnny (Nick Zano), el secretamente rico Deke (Eric André) o el tremendamente sexy Randy (Ed Quinn). Los lazos que ha ido creando con la que llega a ser su familia alternativa en el restaurante de comida rápida en el que trabaja se muestran igualmente cada vez más poderosos. Así, Max ayudará a Oleg (Jonathan Kite) a volver a seducir al amor de su vida, Sophie (Jennifer Coolidge); echará una mano en un apuro económico a su jefe Han (Matthew Moy), a pesar de martirizarle constantemente con bromas sobre su altura o su sexualidad; y, sobre todo, protegerá y cuidará cada día al anciano Earl (Garrett Morris), en quien encuentra al padre/abuelo que nunca tuvo.

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Además de su humor a veces rayano en lo salvaje para el estándar políticamente correcto de las sitcoms estadounidenses, lo más interesante del personaje de Max, como apunté en mi artículo del pasado diciembre, es su función como vehículo para un pensamiento casi siempre ausente en los productos televisivos norteamericanos: la conciencia de clase. 2 Broke Girl$ nació en el contexto de la última recesión económica, en un momento en el que la clase media y trabajadora de aquel país vio cómo la ilusión de la primera administración Obama se convirtió en desgracia colectiva. Se perdieron millones de empleos, cerraron miles de empresas, se ejecutaron cientos de desahucios, y se comenzó a gestar el descontento que ha terminado llevando al desastre Trump que ahora comienza a revelársenos en toda su magnitud. De corte urbanita –su escenario es un barrio de Nueva York en pleno proceso de gentrificación– la serie de Michael Patrick King y Whitney Cummings no nos lleva a la Gran Depresión de la América rural o a la Gran Crisis de las zonas industriales. Sin embargo, sí nos muestra los contrastes entre las clases acomodadas que se acercan a Williamsburg en busca de novedades y aquéllas que están atrapadas en sus calles por falta de opciones mejores. La ironía de Max a menudo se dirige contra los hipsters, que se presentan en la serie como jóvenes con dinero y tiempo libre que juegan a vivir como trabajadores pobres. Frente a ellos, Black se gana cada centavo de dólar y vive al día, insistiendo en no asociarse con el pensamiento optimista, siempre orientado al futuro, que mueve la ideología del Sueño Americano.

Con todo, no deja de ser cierto que la protagonista de 2 Broke Girl$ también se deja seducir en cierta medida por la idea del éxito, aunque sea moderado, y que termina por poner sus habilidades reposteras al servicio del plan de negocio de cupcakes que Caroline convierte en su visión y misión. Sin embargo, lejos de tirarse por el tobogán del entusiasmo cada vez que vende una magdalena, como hace su amiga rubia, Max se resiste a salir del todo de su oscuridad, manteniendo siempre los pies en el suelo y no olvidando nunca de dónde viene. Triunfe o no en las entrañas del monstruo capitalista (y la cosa no está clara: la serie se mantiene viva a base de altibajos al ritmo de los picos y valles de la economía de EE.UU.), ella no olvida de dónde viene. Y esa chica de barrio que late incluso bajo la piel de la futura empresaria es, desde mi punto de vista, la gran fortaleza del personaje de Max Black.

 

 

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