Una dependienta de supermercado se ha enamorado: «Fallen Leaves» (Aki Kaurismäki, 2023)
En la pasada edición del Festival de Cannes, la nueva película del director finlandés Aki Kaurismäki dio mucho de qué hablar. Kuolleet lehdet o Fallen Leaves en su título internacional —nombre que parte del tema Les feuilles mortes (1949) de Joseph Kosma y Jacques Prévert que tanto se ha adaptado en el mundo del jazz con el nombre Autumn Falls— fue para muchos críticos, cineastas y espectadores la película que merecía ganar la Palme d’Or. Sin embargo, fue Anatomía de una caída (Justine Triet, 2023) quien se llevó dicho galardón, mientras que el film de Kaurismäki se tuvo que conformar con el Premio del Jurado. No obstante, poco le deben importar los premios a este cineasta que siempre ha ido a contracorriente de las modas y que ha construido en cada una de sus películas un universo estético y temático único con el que demuestra su gran precisión cinematográfica y artística —aunque él reniega de que sus películas sean arte— para dar voz en ella a los problemas e inquietudes de la clase proletaria.
La película de Kaurismäki parte de una premisa sencilla: Ansa y Holappa son dos trabajadores de clase baja que viven en Helsinki cuyas vidas se cruzan en un karaoke-bar. Desde ese momento se enamoran el uno del otro, pero su atracción deberá superar varias barreras que se interpondrán en su camino. Más allá de ser una película sobre un enamoramiento, Fallen Leaves trata de cuánto cuesta acercarse a las personas que amamos y que nos atraen por tantos motivos… La economía es uno de ellos: Ansa y Holoppa son trabajadores explotados que viven allí donde pueden. Él duerme en un lugar que le proporciona su jefe a toda la plantilla de la fábrica, una habitación de camas, una al lado de la otra, y taquillas donde guardar sus objetos personales. Ella puede costearse a duras penas un piso enano donde tiene una pequeña cocina, una mesa para comer, una radio, un sofá y una cama. En una escena, Ansa recibe una carta que lee un tanto temerosa. Acto seguido desenchufa todos los aparatos eléctricos: la nevera, las luces, la radio… Bastan esos gestos para explicarlo todo. El azar de la vida también juega un papel esencial. En eso —y en otros elementos más— bebe enormemente del cine de Robert Bresson; cineasta a quien referencia en la diégesis del film a través de una frase de un personaje y de un cartel de su último film —L’Argent (1982)— colgado en el interior de un cine. Kaurismäki toma de su maestro la fuerza incontrolable del azar que dirige nuestras vidas como gran elemento que se interpone entre los dos amantes; aunque a veces también les ayude. Es el azar el que hace que se encuentren en el bar, y es el mismo azar el que hace que Holappa pierda el papel que Ansa le ha dado con su número de teléfono y que ocasiona que se distancien.
Asimismo, también entran en juego las situaciones y los límites personales de cada uno. Esta cuestión es de vital importancia en el discurso del film: en el amor no lo vale todo. Holappa sufre de depresión y es alcohólico y, esto último, no puede permitirlo Ansa, quien sabe muy bien hasta qué punto te destroza la vida el alcohol: ella no quiere ser la cuidadora de un borracho. Fallen Leaves presenta un retrato muy particular y realista del amor a pesar de usar recursos cinematográficos que parezcan alejados a la realidad, como las actitudes hieráticas de los actores —que siempre aparecen serios e interpretan sus diálogos con un tono monótono— o el peso de la música clásica. Estos dos elementos también los toma de Bresson, aunque Kaurismäki les dé una vuelta cómica a las situaciones que viven sus personajes, quienes recitan diálogos ingeniosos, cínicos y llenos de humor negro con la expresión más seria que pueden adoptar. En cuanto a la música, Kaurismäki demuestra una gran precisión al elegir temas populares de la cultura finlandesa —de lo más folklórico a lo más pop y actual—, pero es ingenioso al romper esa cotidianeidad con el peso dramático y trascendental que adopta el film cuando suena una pieza clásica. En el momento en el que un hombre canta la Serenata de Schubert en el karaoke, Holappa y Ansa cruzan sus miradas por primera vez y el instante se dilata por una eternidad, y todo el film parece que adopta otra atmósfera diferente donde los personajes —y los espectadores— flotan en el aire. Del mismo modo sucede al escucharse la Sinfonía número 6 en si menor opus 74 de Chaikovski. Ese efecto que consigue con las piezas clásicas, como decía, se lo debe completamente a Bresson, quien consigue el mismo efecto trascendental en obras como Pickpocket (1959) o Un condenado a muerte se ha escapado (1956), donde consigue elevar el gesto más pudiente de los presos —deshacerse de sus desechos— a otro nivel a través del Kyrie de Mozart.
Parece que todo lo que envuelve a los protagonistas está perdido y que, irremediablemente, acabará con su particular historia de amor. En repetidas ocasiones escuchan hablar en la radio y la televisión sobre los incesantes bombardeos, ataques y asesinatos provocados por la guerra en Ucrania, un hecho que afecta anímicamente a todos los personajes del film igual que nos afecta a los espectadores. Todo está construido para indicar una irreparable caída, pero Kaurismäki es un cineasta que alberga mucha fe en la humanidad y para él, no todo está perdido. En ese sentido, su cine se acerca al de Charles Chaplin, otro maestro del cine que, pese a hablar de la pobreza y los grandes estragos del siglo XX, jamás perdió la esperanza en lo más sencillo que nos ata a la vida: el amor, la música, luchar por un ideal, las hojas que caen en otoño…
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.