En 1978, George A. Romero había dado el pistoletazo de salida a la producción en masa de películas de zombies. Si Night of the Living Dead (1968) fue la piedra fundacional de una nueva concepción del género (inspirada, fundamentalmente, en la novela de Richard Matheson Soy leyenda), apartada del zombi de origen folclórico que hasta entonces había imperado, Dawn of the Dead (1978) significó un revulsivo para el género, mostrando el camino a seguir en la siguiente década. Las producciones que seguirían este legado no tardaron nada en aparecer: Nueva York bajo el terror de los zombies (Lucio Fulci, 1980), La invasión de las zombies atómicos (Umberto Lenzi, 1980), o la que nos ocupa hoy.
Para empezar, hay que señalar algo importante: no debe confundirse Apocalípsis caníbal, cinta de Bruno Mattei, con otra película, también italiana, del mismo nombre, dirigida por Antonio Margheriti, del mismo año, y que, para colmo, recibió el mismo título alternativo que la anterior (Virus). Abordada esta fatal triple coincidencia, podemos empezar a hablar de ella.
Decía un crítico especializado que La invasión de los zombies atómicos de Lenzi habría sido la peor película de zombies jamás rodada, de no ser porque ese mismo año se estrenó este film. Y no le falta razón, porque tiene enjundia. Sin embargo, más allá de la falta de medios y de las interpretaciones atroces, tiene algunos méritos que la señalan como merecedora de hacer, ni que sea mínimo, un análisis en una página web como ésta.
Bruno Mattei ha sido llamado en alguna ocasión como «el Ed Wood italiano», porque en películas como ésta tiene la desfachatez de usar (sin permiso) música de los italianos Goblin de Dawn of the Dead o escenas de un documental alemán (La Vallee), posiblemente por exigencias de los productores, que estaban viendo el éxito que en ese mismo momento estaba teniendo otra producción italiana, Holocausto caníbal, un falso documental sobre una tribu africana devorahombres. Todo ello no le impidió crear una cinta totalmente de género donde, al igual en que sus precedentes más importantes, la narrativa zombi es el vehículo para un subtexto de denuncia social. Evidentemente, este subtexto no se presenta de forma directa o como tesis, sino que es un factor meramente secundario en la película pero que señala una inquietud latente.
En los años del estreno de la película, África estaba viviendo unos años de mucha inestabilidad que habían llevado a derrocamientos (Uganda) o al fin de gobiernos de minorías blancas como Rhodesia. La resistencia activa contra el gobierno del apartheid en Sudáfrica había vivido una década sangrienta en los setenta, y había fijado el objetivo del Primer Mundo en un continente víctima de la explotación y el neocolonialismo.
Por otra parte, el año anterior, en la central nuclear norteamericana de Three Mile Island (Pennsylvania), se producía un fuga de vapor radiactivo a la atmósfera al estropearse una bomba de agua. Las autoridades, desbordadas por la catastrofe, decretan la «emergencia general» pero no avisaron a los ciudadanos hasta pasadas 5 horas del accidente, en lo que resulta, visto ahora con el tiempo, un antecedente claro del horror de Chernóbil (1986), pero que sirve aquí para agitar el ya existente temor a la energía nuclear. Ese pánico debía de estar en el aire por aquella época, porque no sólo Apocalípsis canibal da cuenta de ello, sino también la ya reseñada La invasión de los zombies atómicos, del mismo año. Fuera de las narrativas zombi, el año anterior se había estrenado El síndrome de China, donde Jane Fonda interpreta a una periodista que está grabando un reportaje sobre una central nuclear, cuando sobreviene un accidente en ella.
En la película, en Hope I, una central de investigaciones químicas instalada en un remoto lugar de África, ocurre un grave accidente cuando un líquido de extraordinaria potencia se dispersa, causando la muerte a todos los componentes del equipo de la central, que se han transformado en zombis hambrientos de carne humana. Un equipo de fuerzas de seguridad es enviado a la central para ver qué ha ocurrido; durante su viaje de ida, se encontrarán con unos periodistas de investigación que tratan de huir de unas tribus africanas asoladas por el inicio de un epidemia zombie. Por tanto, no debe tomarse la excusa del origen de la plaga zombi como un mero factor circunstancial o azaroso: muestra efectivamente la latencia de un conflicto social real. En las películas de Romero nunca se aclara esta cuestión porque no es importante. Romero no busca causas, sino que le interesa ver qué reacción provoca en sus supervivientes, cómo se enfrentarán a esta amenaza o si, por ejemplo, intentarán recomponer el statuo quo anterior al apocalipsis. Sin embargo, en muchos de las producciones europeas (y concretamente italianas o españolas), sí que se busca la causa de la invasión zombi.
Steven Zani y Kevin Meaux relacionan en un artículo sobre Lucio Fulci en el libro
Better Off Dead el género zombie con las narrativas «de plagas» en la literatura (
Decamerón, Diario del año de la plaga de Defoe, etc.) y señalan como origen de estas narrativas el Antiguo Testamento, donde
las plagas son un castigo divino. Hay una relación de causa-efecto, pues, y las películas de zombis como ésta participan de esta idea. Hay una causa para el desastre, y es la propia mano del hombre, que ahora ve cómo sus armas se vuelven en su contra.
Esta relación insana con la naturaleza lleva a la destrucción, y la idea se corrobora con los abundantes planos que dan una idea de esta desolación: cabañas abandonadas, la selva vacía, o las frías y solitarias localizaciones de la planta nuclear.
Una idea, pues, de la película es que el neocolonialismo, la descentralización de la mano de obra hacia el tercer mundo (en los albores de la mal llamada globalización) provoca la muerte y la destrucción de las formas de vida y cultura indígenas. La central nuclear, irónicamente bautizada como Hope, experimenta en un lugar «seguro», alejado de la civilización. Y este horror no es sólo una cuestión local porque rápidamente salpica al Primer Mundo. De hecho, no sabemos si las tribus oriundas han sido afectadas desde el accidente en la central o si ya era así antes, pero el primer «infectado» que vemos tras el accidente es un niño occidental, que no duda en alimentarse de su padre. Lo cierto es que, en última instancia, es la central química la responsable de la invasión zombie, confirmando lo que dice Sarah Juliet Lauro en el epílogo del mencionado libro de estudios Better Off Dead de que «el zombi es inherentemente un vengador ecológico».
Con todo es una cinta que no sabe definirse del todo: en el el apartado del protagonismo femenino, oscila entre la muestra del empoderamiento femenino y su uso meramente sexual. Puede decirse de lo mismo en cuanto al papel que juegan los propios indígenas, que son los que advierten a los periodistas de lo que está ocurriendo, pero no dejan de ser mostrados como un producto exótico. Quizá, como decían Zani y Meaux, Mattei no se preocupa de este tipo de cuestiones, y, como Fulci, esa misma incerteza es el reflejo del mundo en el que viven los personajes de sus películas.
Seriamente olvidable como producto cinematográfico, Apocalipsis canibal resulta interesante, sin embargo, por todo este subtexto que agita uno de los miedos más extendidos de la época en que se proyectó en los cines.
Filólogo, profesor en Secundaria, lector todoterreno, melómano impenitente, guionista del cómic ‘El joven Lovecraft’; bloguero desde 2001, divulgador y crítico de cómic en diversos medios (Ultima Hora, Papel en Blanco, etc.); investigador de medios audiovisuales y productos de la cultura de masas en RIRCA; miembro de la ACDC España.