Diario de los muertos (VII): ‘Day of the Dead: Bloodline’ (2018)
No hay como utilizar el nombre de una película conocida para captar la atención de los espectadores. En este caso, en Day of the Dead: Bloodline (Hector Hernández Vicens, 2018) nos encontramos con un al parecer remake de la clásica tercera entrega de zombis de George A. Romero Day of the Dead (1985). La cinta ya obtuvo otro olvidable remake en 2008, obra de Steve Miner, y en esta ocasión, la cinta se permite ligeros cambios para ser, más bien, una película «inspirada en».
La trama no dista mucho de su predecesora: un pequeño grupo de personal militar y supervivientes atrincherados en un búnker intentan encontrar una cura para un mundo plagado de zombis. La protagonista es la doctora Zoe Parker, una médico en prácticas cuando estalla la infección vírica que tres años después ha asediado el mundo y recluido a los supervivientes en refugios militares.
En todo el entramado, tendrá especial importancia Max, un hombre obsesionado con la doctora, pero poseedor de una peculiar caracteristica sanguínea, que Zoe está estudiando. Max intenta violar a Zoe, pero en el último momento es atacado por un muerto viviente. Cuando mucho después Zoe tiene que volver a las instalaciones donde estaba investigando, un Max zombificado la seguirá hasta el refugio para conseguir aquello que no obtuvo en vida.
Es inevitable la comparación entre este film y la cinta origen. Este Day of the Dead: Bloodline carece de la mayor parte de la fuerza dramática de la obra que la inspira. En la película de Romero, la película tenía una dimensión coral, y muchos de los personajes destacaban por su personalidad, aunque fuera en principio maniquea. Además de la crítica social siempre presente en la filmografía de Romero, y del progresivo empoderamiento que estaban consiguiendo sus personajes femeninos (basta ver la evolución de estos, desde la Barbara de Night of the Living Dead hasta la doctora Sarah de Day of the Dead), en esta película destaca, sobre todo lo demás el personaje de Bub, el zombi al que tienen retenido para experimentar con él. Aquí, Romero llevaba a un nuevo nivel su progresiva rehumanización del zombi, haciéndonos empatizar más que nunca con él, llevando al terreno de las víctimas. Aquí, los verdaderos malos son aquellos obsesionados con la muerte y la destrucción, los que siguen órdenes ciegamente, los que se apoyan en un falso código moral y los que imponen el poder a través del miedo. Hablamos de los militares, nunca de los muertos vivientes.
Bloodline no tiene nada que ver con estas ideas de Romero. A pesar de que la situación es prácticamente la misma, el trasfondo no tiene nada que ver. De hecho, apenas hay trasfondo. Es una lectura superficial de Day of the Dead al que se la ha añadido un elemento combinatorio: Max, el nuevo Bub, un zombi especial ya que está sólo «medio muerto» y conserva cierto raciocinio, así como la capacidad de balbucear y comunicarse de forma básica. Lo principal aquí es la relación que se establece entre Max y Zoe, agresor y víctima. La cinta reproduce de forma alegórica una relación tóxica o no deseada: un hombre que se obsesiona con una mujer, que la acosa regularmente en su trabajo, que ha llegado a autolesionarse escribiéndose su nombre en la piel. La mujer consigue escapar de ese infierno, pero años más adelante volverá a reencontrarse con su pesadilla. «Tienes que plantar cara», le dice una compañera al principio de la cinta. Cuando Max se introduce en el refugio causa una gran mortandad, y de nuevo cuando se escapa del laboratorio. Todo ello hace que Zoe sea culpabilizada, en lo que muchos han visto como una referencia a la culpabilización de la víctima en los casos de violación.
Zoe termina haciendo frente a Max como le dijeron, puesto que finalmente acaba con éste. Y, para más inri, consigue terminar sus experimentos y lograr una cura para la infección zombi, con lo cual incluso el mensaje parece ser que, a pesar de todo lo malo, siempre hay esperanza y todo ese dolor fue para bien. ¿Es la película un mensaje sobre la resiliencia y el poder de sobreponerse a la adversidad ante un suceso trágico? ¿Hay realmente algo que rascar en esta película? Todos los demás personajes son meras comparsas, personajes planos sin nada que hacer o aportar, porque además, qué más da, si todos al final terminan muertos.
Mención aparte hay que hacer del sentido puritano de la película de la hipocresía que se establece entre los contenidos sexuales y violentos: en el film hay un breve encuentro romántico recogido por la cámara de la forma más casta posible. En cambio, los mordiscos, disparos y todos los ataques zombis son extremadamente gráficos y violentos. Sangre y vísceras, todas las que queramos, y de forma explícita.
Si tenemos que valorar en algo esta cinta, será por intercambiar los roles de víctima y agresor de Bub a Max, y el hecho de plantar, por primera vez, aunque poco acertadamente, el tema del abuso sexual y la cultura de la violación en una metáfora zombi. De otra manera, la película está irremediablemente condenada al olvido.
Filólogo, profesor en Secundaria, lector todoterreno, melómano impenitente, guionista del cómic ‘El joven Lovecraft’; bloguero desde 2001, divulgador y crítico de cómic en diversos medios (Ultima Hora, Papel en Blanco, etc.); investigador de medios audiovisuales y productos de la cultura de masas en RIRCA; miembro de la ACDC España.