«¿Que vamos a hacer esta vez con Adam?», (Girls 6 x 08)
Esta vez no he pensado en un título propio para la reseña de este nuevo episodio, pues he considerado que el suyo ya es lo suficientemente revelador. Éste contiene la pregunta que habrá estado rondando tanto la cabeza de los creadores de Girls, que habrán pensado que merecía dar nombre a todo un episodio (casi que podría dárselo a toda la serie, dado el gran peso del personaje en la vida de su protagonista). Pero el Adam que se presenta aquí sólo comparte con el de otras ocasiones el físico (que incluso tiene un aspecto más favorable ahora), pues, como él mismo declara a Hannah, ha cambiado, no es el mismo (al menos por unas horas). Si su interés por Hannah se vino manifestando en actitudes como las comentadas en episodios anteriores, en éste no puede ser más evidente ni puede parecer más genuino. Su personaje aparece, además, como justo el remedio oportuno a todos los males que aquejan a nuestra primeriza embarazada. En medio de los sofocos provocados por el caluroso verano y por su nueva situación, tanto físicos como psicológicos, su compañero de piso se muestra incapaz de aliviarlos a ninguno de los citados niveles: no es capaz de arreglar el aire acondicionado, ni de comprender el agobio que Hannah le expresa, y que interpreta del modo más erróneo posible, como su deseo de abortar, para eliminar así lo que él llama «parásito», que está creciendo en su interior (cada vez que damos un voto de confianza a Elijah, nos recuerda que no tiene remedio, con actitudes así).
Pues bien, es en estas circunstancias en las que aparece Adam como el ex-novio y amigo perfecto, mostrando todo el interés, comprensión y sensatez que le han faltado durante casi seis temporadas completas. Así, tras haber expuesto a Jessa su intención de ayudar a Hannah a criar a su hijo y comprobar que no se puso hecha una fiera al conocer la noticia (cosa que deja sorprendido tanto a Adam como a los que seguimos la serie y la hemos visto en actitudes súper violentas por motivos mucho más nimios), busca a Hannah y la encuentra en una tienda de comida. Una vez más, los contextos públicos más comunes, con distintos tipos de trabajadores como testigos, son los elegidos por estos personajes para las conversaciones más íntimas y delicadas. Reconozco que me he sentido mal al compartir con Hannah el consuelo tan grande que se desprende de la actitud de Adam, después de haber visto cómo era en todos los episodios anteriores (son muchas las ocasiones en que he sacado a la luz su deplorable comportamiento, al igual que otros muchos críticos). Pero ahora, le dice tantas cosas bonitas y oportunas (tales como que la echa tanto de menos que no puede dejar pasar más tiempo sin ella, o que quiere ayudare a criar a su hijo), que la pobre Hannah solo puede contestar con un lógico: «I am so confused». En cualquier caso, Hannah y Adam pasan el día juntos de forma tan idílica que parece casi como un sueño. Su relación se asemeja a la de dos personas que acaban de descubrir que se gustan y tratan con toda la delicadeza posible de mantener la chispa que acaba de surgir (así se desprende no sólo de sus palabras, sino también, por ejemplo, de sus miradas, de su tonteo, de sus risitas…).
Mientras estos protagonistas viven su ensueño, Jessa muestra la otra cara de la moneda de su reacción ante la decisión de Adam, más acorde con la Jessa que conocíamos hasta ahora. Primero, aparece con Laird y su bebé, no sabemos si borracha o drogada, diciéndole a la pequeña que su madre se fue, la abandonó (cosa que reitera el padre: ¡menudos cuidadores!), y después le da un susto demasiado grande (que no controla dado su estado). Tras el reproche de Laird, Jessa le confiesa que no es su mejor día y le cuenta el motivo. Esto da lugar a un momento un tanto refrescante en medio de tanta seriedad: Laird sube a decirle a Hannah que acaba de encontrar el sentido de su vida en el hecho de asociarse con ella, como padres solteros que ambos son. Lógicamente, Hannah rechaza el ofrecimiento. Mientras, Jessa sale colocada hacia un bar y, en una escena que no sabemos si es imaginada por ella o real, parece liarse en el baño con el primer hombre que encuentra en su barra. Muy heavy, muy Jessa.
Ray, mientras tanto, intenta continuar el proyecto de su fallecido jefe de recrear la historia de Brooklyn oralmente. Trata de compartir su interés con Shoshana (por fin presente en la serie de nuevo, aunque aparece como más centrada, más seria, y de nuevo… poco), que no acaba de entenderlo, para después hacerlo con la ex-jefa de ésta (Aidy Bryan), que constituye una de esas reapariciones de personajes de episodios e incluso temporadas anteriores. Es en este personaje, completamente antagónico a Marnie (su ex), tanto física como psicológicamente, en quien Ray parece estar encontrando su alma gemela, ante el asombro de Shoshana, que expresa a la perfección con sus expresiones faciales.
¿En qué queda el día que comparten Adam y Hannah, y el escarceo a la deriva de Jessa? En lo que suele ocurrir en Girls: en despertar del ensueño de que algo pudiera funcionar satisfactoriamente y con final feliz (por más que haya renegado del Adam de antes, confieso que el de este episodio me gustaba para ayudar a Hannah a criar a esta criatura que va a tener, no tanto por sus ensayadas palabras, como por su actitud hacia ella), para encontrarnos con el loop infinito de desconcierto que suele dominar en la serie. Y es que, mientras concluyen su día tomando sopa en el Kellog’s diner, Adam y Hannah parecen reconocer sin palabras que ese proyecto sobre el que llevaban fantaseando todo el día, no podía funcionar. Podríamos pensar que sus gestos son interpretables y podrían dejar la puerta abierta a distintas posibilidades, pero el regreso de Adam a su apartamento, donde Jessa le recibe con una sonrisa, nos hace pensar en lo peor… ¿o quizá es lo mejor? Ya lo veremos…