Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: lo mejor del 2022 (II)

En esta segunda parte, continuamos con el top del año pasado haciendo un repaso de la ficción televisiva y en la industria de los videojuegos. Respecto a la televisión, 2022 ha sido un año de despedidas y de bienvenidas. Hemos tenido que decir adiós a series muy laureadas de la última década como Better Call Saul, Ozark, Atlanta, Peaky Blinders o Killing Eve – algunos con unos finales más satisfactorio que otros. Sin embargo, también han comenzado nuevos fenómenos masivos como House of the Dragon, Andor o The Rings of Power que sitúan a las grandes franquicias como objetivo directo de los comentarios en redes sociales y creadores del fandom más pasional. Al igual que también no hay que olvidar la vuelta de Stranger Things, Euphoria o Succession que llenaron las redes de alegría, de tragedia y de memes. En esta línea destacar los estrenos de miniseries como Obi Wan, She-Hulk y Mr Marvel, las series con más polaridad de opiniones de 2022. Igualmente, los biopics y el true crime se han convertido en uno de los subgéneros predilectos de las miniseries que han gozado de un éxito abrumador con ficciones como Pam & Tommy, The Dropout, Dahmer, The Staircase, Inventing Anna o Under the Banner of Heaven.

Asimismo, las cifras de audiencia y los algoritmos han sido los protagonistas del año. Desde auténticos fenómenos como Wednesday que se ha convertido en el producto más visto en Netflix hasta la locura desatada por la T2 de The White Lotus. Sea como sea, los espectadores han preferido las series diarias con los binge watching; tanto que ha forzado a Netflix a cambiar su política de audiencias y a replantear su formato. Unos cambios que afectan al espectador y que determinan las cancelaciones y manera de consumo. En este sentido, HBO se lleva la palma por la cancelación in extremis de uno de sus proyectos estrella, Westworld, tras 4 temporadas y una final por delante. Además de retirar de su catálogo contenido propio que, literalmente, terminará en un cajón. Una falta de respeto a creadores y público que tendrá consecuencias directas en la evolución de la industria.

Por otro lado, la industria de los videojuegos se ha llenado de títulos AAA que han sido los grandes lanzamientos con una enorme promoción. Solo hay que echar un vistazo a los últimos Game Awards para ver la tendencia de evolución industrial. God of War: Ragnarök, Horizon Forbidden West y Elden Ring son las joyas de la corona del año, más allá del «apresurado» lanzamiento de los Pokemon Escarlata-Púrpura que llenaron las redes de memes gracias a la infinidad de bugs del juego. Kirby y la Tierra Olvidada parece la mejor apuesta de Nintendo del año junto a la tercera entrega de Splatoon. Asimismo, cabe destacar la gran iniciativa de BlueTwelve en la que parte de los fondos recaudados por Stray van destinados a gatos abandonados que dinamitaron las compras del juego, además de situarlo como el mejor indie del año. Menos suerte tuvo SIFU de Slopclap cuya extrema dificultad volvió a abrir el debate sobre la accesibilidad y el reto en los videojuegos complicados. En definitiva, la industria comienza a moverse, pero aún le pesa la crisis de la pandemia que machacó la originalidad del sector.

Patricia Trapero: Winning Time (HBO)

Tal como se comenta en la introducción a este segundo post de recomendaciones de Rirca, el 2022 ha sido un año de despedidas y bienvenidas. Pero también ha sido un año en el que los cambios en la manera de consumo propuestas por canales en streaming convertidos en productores de contenidos han tenido una clara repercusión en el binomio calidad-riesgo en la ficción televisiva. Si no hace mucho, las políticas creadoras de Netflix habían sustituido, por decirlo de algún modo, al concepto de «it’s not TV, is HBO», en 2022 HBO ha recuperado buena parte de su liderazgo narrativo acercándose de nuevo a los esquemas europeos de sus orígenes con la más que magnífica Irma Vep, pero ha sido especialmente Apple TV+ la que se ha llevado la palma en la oferta de series que, sin alejarse de intentar conseguir índices de audiencia elevados, apuestan por ficciones que de una manera o de otra experimentan o se separan sutilmente de los cánones genéricos, como es el caso de Bad Sisters. Estas dos ficciones son, sin duda, de lo mejor de 2022. Y hecha la trampa de recomendar dos series imprescindibles, vamos a nuestra tercera recomendación, Winning Time: the rise of the Lakers Dinasty.

Calificada como de drama deportivo, la serie, creada por Max Borenstein —especializado en films de monstruos míticos y en monsterverses— y Jim Hetch —guionista, entre otros films de Ice Age:2— desarrolla en diez episodios el nacimiento en la década de los 80 del mito de los Lakers. Sin embargo, lejos de ser una ficción hagiográfica de los integrantes de los grandes nombres de jugadores más emblemáticos del equipo o de ser una sucesión de escenificaciones de partidos en un esquema derrota-victoria o a la inversa, Winning Time indaga sobre la década de los 80 —y parte de los 90— como caldo de cultivo para la creación de iconos pop. Algo parecido a lo que se despliega total o parcialmente en series como Pam & Tommy,  Physical o Angelyne. De esta manera, el conductor de la serie es el empresario Jerry Buss (con un siempre estupendo John C. Reilly) quien, tras convertirse en el propietario de los Lakers, intenta relanzar al equipo de acuerdo con los parámetros de una época marcada por la innovación tecnológica (recomendamos la serie Halt and Catch Fire)y los movimientos juveniles pero también por un conservadurismo político además de los momentos álgidos de la Guerra Fría que conducen no solo a un consumismo sino especialmente a la creación de referentes populares y, por tanto, masificados. De esta manera, Winning Time escenifica el nacimiento del deporte-negocio transformando en showtime. Un elemento que atraviesa toda la serie a partir de las guerras internas protagonizadas por los entrenadores —Jack McKinney (Tracy Letts), Jerry West (Jason Clarke), Paul Wsthead (Jason Segel) y Pat Riley (Adrien Brody)— que intentan integrar la idea comercial en sus esquemas deportivos, y que se complementa con la lucha de egos entre los jugadores de entre los que sobresale Magic Johnson (Quincy Isaiah) quien es diseñado como un personaje ávido de convertirse en una celebrity frente al místico Kareen Abdul-Jabbar (Solomon Hughes).

Así, Winning Time no es una serie complaciente en ningún sentido porque no pretende que empaticemos con los personajes sino que estos son mostrados como una especie de radiografía del entorno en el que se desarrolla la historia. Una narración a la que no es ajena la anulación de la mujer en la gestión del negocio deportivo —a pesar de su innegable aportación como es el caso del personaje de Claire Rothman interpretado por Gaby Hoffman— pero sí su incorporación como reclamo sexualizado para la construcción del espectáculo. Un modelo que el baloncesto estadounidense consolidó y exportó al resto del mundo. La serie va, pues, más allá del mero drama deportivo canónico para convertirse en una reconstrucción de época que ayuda a comprender los esquemas de los eventos deportivos de la contemporaneidad. A ello contribuye la construcción de personajes interesantes en cuanto a la escenificación de sus contradicciones ante nuevos modelos de funcionamiento socioeconómico y que son encarnados por actores que los construyen de manera milimétrica; baste ver sus nombres al que hemos de añadir a la gran Sally Field.

Nuria Vidal: Andor (Disney +)

Los estrenos de Star Wars siempre suponen un gran reclamo para el público. Una franquicia que se encuentra en constante expansión y que nos deja producciones muy diversas; y también muy polarizadas de opiniones. El intento de innovación de los creadores para revitalizar un mundo ficcional en el que el clasicismo narrativo y la continuación del canon estructural de la propia historia chocan con la creatividad de los guionistas y con un fandom que parece nunca estar satisfecho. O todo es muy igual, o todo es muy diferente. Así, la experimentación con los géneros se ha convertido en una de las tendencias del universo Star Wars. Si The Mandalorian es una aproximación al neo-western y Rogue One se planteó en términos de narrativa bélica, Andor sigue la estela de sus predecesoras al adentrarse en el thriller político conspiratorio. Además de ser una serie que ha sabido combinar la espectacularidad con la tensión de una forma magistral.

Creada por Tony Gillroy, co-guionista junto a Gareth Edwards de Rogue One, la trama se sitúa años antes de los eventos de la trilogía original en la inminente formación de la Alianza Rebelde contra el Imperio. Para ello, seguimos a Cassian Andor, un criminal que acepta cualquier tipo de encargo para subsistir. Durante la serie asistimos a una sucesión de eventos a partir de los trabajos clandestinos de Andor mientras éste presencia de forma directa la gestación de la ideología contraria a la tiranía del Imperio. El escepticismo de Cassian concentra gran parte de la evolución del personaje quien, a través del contacto con los diferentes personajes secundarios (Bix, Marvaa y Kino Loy), va tomando conciencia de la necesidad de rebelarse. Entonces, la serie se plantea en 4 bloques claramente diferenciados que exponen las estructuras de poder político del Imperio y la opresión que ejerce alrededor de la galaxia. Desde la colonización de tribus ancestrales, al constante vigilantismo de los cuerpos de seguridad en la población, hasta la represión social y el encarcelamiento al servicio militar para el Estado. Lo más interesante, sin duda, es la representación de las fuerzas del Imperio alejada de la mano de los Sith con un claro paralelismo con el fascismo nazi: desde la iconografía del vestuario y la arquitectura hasta las estructuras políticas y burocráticas. Por un lado, el personaje de Dedra Meero es la representación de la ideología de la persecución y la brutalidad; y, por otro lado, el corporativismo y la alienación individual se refleja en Syril Karn como peón de Estado.

Así, uno de los elementos centrales de Andor son las conspiraciones políticas y las alianzas clandestinas. Para ello, se nos muestran las altas esferas del poder en Coruscant de la mano de la Senadora Mon Mothma, Luthen Reel y Vel Sartha. Unos personajes que circulan a través de la élite de la galaxia como lobbyist o aristócratas que tienen acceso privilegiado a información que puede derivar el funcionamiento social. Por si a alguien aún le queda la duda de si Star Wars es una historia política o no, solo hace falta que vea Andor para descubrir las complejas capas de lectura que la franquicia ha desarrollado a lo largo de su trayectoria; y muchísimo más fuera de las trilogías cinematográficas. Otra cosa es que los espectadores solo se dejen fascinar por las aventuras intergalácticas y los vistosos sables láser. Definitivamente, Andor es una de las series destacables de 2022 que muestra la vertiente más comprometida con la sociedad del universo Star Wars y que cuenta con uno de los repartos mejor ensamblados del año en el que sobresalen Fiona Shaw, Andy Serkis y Denise Gough.

Aitor Fernández de Marticorena Gallego: Tunic (Andrew Shouldice)

En un año continuista para con el triple A, asombra la cantidad de videojuegos independientes que han tratado de llevar el medio a un nuevo nivel. Como en otros años, es en el panorama indie donde surgen las innovaciones, pero el abanico de opciones de 2022 ha alcanzado nuevas cotas. Mencionábamos antes Sifu (Sloclap), dejando en el tintero numerosos títulos por su profusión: el frenético Neon White (Ben Esposito y Angel Matrix), el rompecabezas Inmortality (lo nuevo de Sam Barlow), la arriesgada apuesta de Metal: Hellsinger (The Outsiders), la vuelta de Ron Gilbert y Dave Grossman a su mítica franquicia con Return to Monkey Island (Terrible Toybox), el tétrico heredero de los survival horror clásicos Signalis (rose-engine)… y muchos otros que, desgraciadamente, han sufrido el snubbing usual de la gala de los The Game Awards. Tunic, el videojuego que aquí nos ocupa, no ha sido eliminado de los premios, pero sí se ha visto relegado al territorio de las nominaciones en favor de los favoritos de los críticos. En el territorio indie, poco más que el Stray (BlueTwelve Studio) ha recibido visibilidad.

Tunic es un recuerdo de los The Legend of Zelda (Nintendo) clásicos con sabor a nuevo. No trata de abrir su mundo como Breath of the Wild (2017) ni de replicar la fórmula de puzles y mazmorras que definió la saga de la gran N; busca recapturar el espíritu aventurero, la pasión por lo desconocido que empujó a Shigeru Miyamoto a crear un videojuego sobre la fascinación del descubrimiento en la naturaleza. Tunic es una caja de sorpresas tanto en su diseño de niveles, deudor de los metroidvania sin perder la linealidad de su principal influencia, como en su combate, cuya complejidad en los últimos compases de la aventura obliga a hacer uso de todas las herramientas disponibles. Su dificultad no es baladí, y cualquier comparación con la innombrable saga de From Software es de todo menos hipérbole.

Pero Tunic tiene una baza principal, un as en la manga que en primera instancia parece una curiosidad sin más: un manual de instrucciones in-game (cuyas páginas se encuentran desperdigadas sin orden aparente en el mapa) que nos retrotrae a la infancia, cuando los juegos venían sin traducción al español y tratábamos de comprender cómo jugar valiéndonos de imágenes en el manual y alguna que otra palabra suelta entre las filas de hormigas que bien podrían haber sido cirílico. Para los amantes de los puzles, a los que quizá los The Legend of Zelda les saben a poco, la forma en que el manual distribuye sus páginas invita a reflexionar, a encajar piezas mentalmente y, al fin, a llegar a ese momento de “¡eureka!” en que la solución se hace patente a través de inputs específicos. La complejidad de los puzles de Tunic ha llevado a la comunidad a encontrar, incluso, un lenguaje subyacente al ya inventado idioma del juego, pistas en páginas webs e incluso códigos trampa en mensajes encriptados del desarrollador.

Nuestra recomendación: piérdanse en Tunic. En su combate, en su exploración, en sus puzles, pero, sobre todo, en ese tipo de narrativa (no exenta de giros de guion) que hace de los videojuegos el medio que son. Descubran el final auténtico y cierren una de las mayores sorpresas del año con una recompensa al esfuerzo por desentrañar sus misterios.

Raff Guardiola: Wednesday (Netflix)

2022 nos trajo este spin-off de la Familia Addams protagonizado por Miércoles (Jenna Ortega) que en muy poco tiempo se convirtió en un auténtico bombazo en la plataforma de streaming Netflix. Estrictamente hablando, Wednesday no propone nada especialmente novedoso, ni para el universo narrativo en el que se enmarca ni tampoco con el tipo de ambientación que propone. Su innovación recae, sobre todo, en la caracterización y evolución de su personaje protagonista.

La trama nos sitúa en un momento contemporáneo algo indeterminado, un momento en el que Miércoles es expulsada de su instituto y es matriculada en la Academia Nevermore para marginados, donde además de tener que lidiar con las relaciones personales que entablará con sus nuevos compañeros, también se verá obligada a tratar de dominar los poderes psíquicos que posee, un misterio familiar y una ola de asesinatos que azotan la cercana localidad de Jericho. Todo ello presenta una premisa que aúna los tropos básicos de cualquier drama adolescente, una serie detectivesca y el ya conocido humor-terror que caracteriza a la familia Addams en un único concepto que lleva el sello estético de Tim Burton.

Por si todo esto no fuera suficiente, Wednesday cuenta con algunas actuaciones estelares que acercan estos personajes tan reconocidos a un público más actual con un pequeño giro que los hace más accesibles en los tiempos que corren, sin necesidad de dotar a los personajes de una falsa sensación de trascendencia más allá de la justa y necesaria para el desarrollo de la trama y la resolución de los conflictos que en ella se presentan. En ese sentido, Wednesday es una serie que no se siente pretenciosa, sino natural. Refrescante y reconocible a partes iguales, bien actuada y muy adictiva. Por todo ello, merece mi recomendación de entre todo lo que se ha producido en 2022.

 

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