24 palabras, 7 mujeres y 1 escala de grises: «Mrs. America» (HBO, 2020)
El 15 de abril HBO estrenaba la miniserie Mrs.America. Emitida por Hulu, la serie sitúa su argumento en 1972 en el momento en que la llamada segunda ola del movimiento feminista promueve que el Congreso y el Senado aprueben la incorporación a la constitución de los Estados Unidos de la enmienda sobre la igualdad de derechos (Equal Right Amendment, ERA), un minúsculo artículo dividido en tres minúsculas secciones donde, en la primera de ellas, se hace una escueta petición de 24 palabras: « Equality of rights under the law shall not be denied or abridged by the United States or by any State on account of sex». Este proceso, iniciado en 1923 por el National Woman’s Political Party y todavía abierto en la actualidad, es el marco conceptual en el que se mueven las mujeres protagonistas de la historia de Mrs. America: la conservadora anti-ERA Phyllis Schlafly y las representantes del movimiento feminista pro-ERA encabezadas por los grandes nombres de la segunda ola feminista: las demócratas Gloria Steinem, Betty Friedan, Shirley Chisholm y Bella Abzug, a las que se unirá la republicana Jill Ruckleshaus.
Sin embargo, esta presentación que escrita de este modo resulta esencialmente maniquea, sirve para presentar la escala de grises que rodea a los personajes y sus acciones en un momento histórico imprescindible para el feminismo. Una escala de grises que su creadora, la canadiense Dahvi Waller (guionista en Desperate Housewives, Mad Men, Halt and Catch Fire y Commander in Chief, entre otras producciones), utiliza no solo para reconstruir y ficcionalizar una parte de la historia del movimiento sino especialmente para desplegar un argumentario que va más allá del bipartidismo político o ideológico construyendo un espacio de lucha común para la igualdad de hombres y mujeres. Un aspecto señalado en la mayoría de las críticas de la serie que no comparte Gloria Steinem quien ha calificado a la serie de «ridícula». Sea como fuere e independientemente de las valoraciones que puedan realizarse de la propuesta de Waller, no cabe duda de que Mrs.America es una serie con múltiples capas que ponen en evidencia las contradicciones de los personajes ofreciendo una lectura poliédrica que parece reclamar una unidad de acción y que presenta los intereses políticos (más allá de la etiqueta partidista) representados por el patriarcado como el principal obstáculo para la igualdad de derechos tanto en su reflejo legislativo como en su aplicación real. Una visión poliédrica que resumen los magníficos títulos de crédito de la serie que son un microrelato en sí mismos.
A pesar de que el anuncio de Mrs. America se centra en el personaje de Phyllis Schlafly encarnado por Cate Blanchett en su primera aparición en la ficción televisiva, la organización en episodios de la serie muestra claramente el tipo de narrativa que propone. Seis de los nueve episodios de los que consta están dedicados a la evolución (o no) de los seis personajes femeninos sobre los que pivota la acción: Phyllis (Cate Blanchett), Gloria (Rose Byrne), Shirley (Uzo Aduba), Betty (Tracey Ullman), Jill (Elizabeth Banks)y Bella (Margo Martindale). Seis mujeres reales a las que se unirá la ficcional Alice McCray (Sarah Paulson) como la mujer que vive todas las escalas de grises del proceso ideológico de reivindicación/rechazo del ERA. A estos seis episodios se unen otros tres que recogen los ejes esenciales que afectan a la historia legislativa. El primero de ellos, Phyllis & Fred/ Brenda& Marc (episodio 5) escenifica el debate televisado entre dos matrimonios con posicionamientos políticos y vitales aparentemente en las antípodas así como el eje mediático como centro del debate ideológico entre Shlafly y la segunda ola del feminismo. El segundo, Houston (episodio 8) se centra en los entresijos de la convivencia de los dos bandos contrarios en la National Women’s Conference celebrada en Houston en 1977 así como la falta de respuesta de la administración del demócrata Carter al documento final de la convención y el posterior despido de Bella Abzug como directora de la National Advisory Comission for Women. Un rechazo político-patriarcal de las propuestas feministas que se completa en el último episodio, Reagan, en el que Phyllis Schlafly se ve relegada a su vida de ama de casa por un presidente republicano que le debió todos los votos de las mujeres conservadoras. Ambos episodios, en una estructura de espejo conceptual, sirven para reforzar el mensaje reivindicativo de Mrs.America.
Desde este punto de vista, Mrs. America es una serie absolutamente coral que, como se ha comentado, plantea las contradicciones de los personajes que protagonizan la historia (com mayúsculas y minúsculas). Unas contradicciones que los alejan del maniqueismo o todo lo contrario, cada uno de ellos es maniqueo en sí mismo. Unas contradicciones, en definitiva, que crean la empatía del espectador. Phyllis Schlafly representa la defensa a ultranza del papel de la mujer como ama de casa, es antiabortista y mantiene sus posicionamientos conservadores; sin embargo, trabaja fuera del hogar, se enfrenta al poder masculino de su entorno ideológico y, a pesar de no tener el beneplácito de su marido (un más que desagradable Fred Schlafly encarnado por John Slattery ) decide estudiar Derecho en la universidad. Por todo ello, una representante de la segunda ola dirá que Phyllis es feminista. A la labor activista llevada a cabo por Gloria Steinem desde la revista feminista liberal «MS» o desde el National Women’s Political Caucus seguirán sus discrepancias con Betty Friedan y su querencia por las portadas de las revistas y su aparentemente interesado acercamiento a las clases políticas: un retrato en buena medida arribista del personaje que no invalida su labor pero que nos lleva a la pregunta de si debe ser por esto que Steinem considera ridícula la serie. Una aproximación al poder que también sirve de diseño de Bella Abzug, de todas ellas la mujer con una carrera política más definida en la realidad. Finalmente, la «madre» de la segunda ola del feminismo y psicóloga social Betty Friedan es marginada por las nuevas caras de la segunda ola del feminismo y fuertemente contestada por su rechazo frontal a la incorporación en el congreso de Houston de las reivindicaciones lesbianas. Posicionamientos ideológicos y formas de activismo fácilmente trasladables a la actualidad. Y es que al espectador (y sobre todo a la espectadora) no le supone ningún esfuerzo poner nombres, frases , imágenes y seguramente sus propias vivencias a cada una de las premisas de la serie. De ahí el interés de la escala de grises presentados en Mrs. America y su llamada a la acción.
Y una escala de grises que alcanza a cuatro personajes menos aparatosos pero que presentan esas rupturas del maniqueismo a las que nos referíamos antes. En primer lugar, la incesante acción desde dentro del establishment político de la conservadora Jill Ruckelshaus deshace la adscripción ideológica de las reivindicaciones feministas al partido demócrata (como derecha más liberal o izquierda no radical) rompiendo con la patrimonialización ideológica de la lucha por la igualdad. En segundo lugar, la interesantísima Shirley Chisholm (con una soberbia Uzo Aduba), la primera mujer afroamericana congresista y la primera mujer que, en 1968, compitió por la candidatura demócrata a la presidencia de los Estados Unidos frente al senador McGovern. Una doble marginalidad plasmada en la serie donde Chisholm no solo debe competir con los hombres sino enfrrentarse con las mujeres (mayoritariamente blancas y algunas de ellas representantes de los grupos feministas) de su entorno que preferían tener a un hombre como aliado en la Presidencia de la nación. Un episodio de la historia no excesivamente difundido que, sin duda, es de tremenda actualidad; y un activismo que no fue reconocido oficialmente hasta 2015 cuando Barack Obama concedió a Shirley Chisholm la Presidential Medal of Freedom. Una faceta no excesivamente divulgada de la lucha por la igualdad que comparte otro personaje, el de Margaret Sloan-Hunter (Bria Henderson) miembro del Congress of Racist Equality quien, tras colaborar en «MS» abandona el grupo de Gloria Steinem para luchar por los derechos de las mujeres negras lesbianas, una triple marginación que no estaba presente ni en la revista ni en el primer boceto del congreso de Houston. De nuevo, la serie plasma las luces y sombras de un movimiento que, en algunos momentos, no difiere de los esquemas de control de la ultraconservadora Schlafly. Unas luces y sombras encarnadas en el personaje ficticio de Alice MacCray quien tendrá un proceso personal que va de la sumisión al patriarcado y a Schlafly ( por tanto, al discurso hegemónico sobre los roles de género) a la liberación personal como individuo; un proceso al que llega tras haber conocido y convivido con las dos caras de la lucha a favor y en contra del ERA.
Como hemos comentado al inicio de este post, Mrs.America es una serie poliédrica, un hecho que implica no solo una complejidad narrativa y el planteamiento de personajes definidos por sus contradicciones sino, especialmente, una actividad intelectual del espectador. Mrs. America se aleja, pues, del maniqueismo panfletario para presentar un fragmento de la historia de la lucha por la igualdad de derechos presentando las distintas perspectivas de sus protagonistas. Unas mujeres que pivotan entre sus convicciones y los intereses políticos y que se ven engullidas por estos, que siguen estando en manos de los hombres. Por eso, todos los personajes de Mrs. America comparten el mismo final: la decepción en el sentido inglés del término, es decir, el engaño. De ahí que digamos que Mrs. America va más allá del enfrentamiento de posicionamientos contrapuestos. Quizá no sea esta la lectura ideológica que algunos/as espectadores/as puedan hacer y están en su derecho a pensar de este modo pero sinceramente no creemos que sea la intención de su creadora Dahvi Waller, ni de las guionistas April Shih, Tanya Barield, Sharon Hoffman y Boo Killebrew, ni de las directoras Anna Boden, Amma Asante, Laure de Clermont-Tonnerre y Janizca Bravo. Una miniserie imprescindible por muchos motivos.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.