Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para engancharse a: «The Bear» (FX, 2022-)

Un rumor recorre los establecimientos de entregas de premios de todo Estados Unidos: The Bear (FX, 2022-), la apuesta televisiva que apareció en el verano de 2022 para quedarse en la memoria de todos sus espectadores. Con tan solo dos temporadas de recorrido, The Bear ya tiene en su haber más premios —entre ellos, Globos de Oro y Emmys— de los que pueden contar los dedos de las manos (y los pies) de su creador, Christopher Storer. Y es que cuando uno se sumergen en los confines claustrofóbicos y grasientos de las cocinas que configuran los espacios naturalizados de la serie protagonizada por Jeremy Allen White, Ebon Moss-Bachrach y Ayo Edebiri, entre otros, no puede hacer otra cosa que entender los vítores e, incluso, unirse a ellos con la intención de celebrar y, de alguna manera, exigir que productos de esta calidad sigan produciéndose. Desde RIRCA, timbramos la puerta de aquellas personas que todavía no se han puesto al día con The Bear para ofrecer cinco razones para verla, dejarse llevar y, sobre todo, disfrutarla.

Jeremy Allen White —el mítico «Lip Gallagher» en «Shameless» (Showtine, 2011-2021)— interpreta a Carme «Carmy» Berzatto, un otrora prestigioso chef de alta cocina que, tras el suicidio de su hermano Michael, coge las riendas del que era su restaurante: The Beef.

1. Lo cuidado de su estética. Si algo deja claro su episodio piloto es la ansiedad manifiesta que se respira en las cocinas de los restaurantes de todo el mundo, pertenezcan estos a la rama de la haute cuisine o de la comida rápida. The Bear comienza con el frenesí corriéndole por las venas a través de una edición rápida, pero magnética y una cámara en mano que sigue las rumiaciones, titubeos y tropezones de aquellos personajes que tienen que cohabitar en ese tan limitado espacio. La lente se sitúa ridículamente cerca de sus cuerpos y caras, llevándonos a la asimilación de la claustrofobia que deben sentir los cocineros. Por supuesto, una serie totalmente grabada así requiere mucha dedicación, así que en futuros episodios The Bear aprovechará sus hilos narrativos para plantear capítulos que no se vean atravesados por este desenfreno delirante de cuerpos moviéndose, cuchillos cortando y fogones llameantes. Será en estas instancias cuando veremos que, detrás de la filosofía de la excitación que parece emanar de cada uno de los poros de la serie, también existe una naturaleza contemplativa y emocional permite al espectador entrar en la psicología de estos personajes y entenderlos en profundidad. No en vano, The Bear es una de las series mejor filmadas de los últimos años.

Ebon Moss-Bachrach hace las veces de Richard «Richi» Jerimovich, el mejor amigo de Michael, el fallecido dueño de The Beef, y el encargado de manejar —caóticamente, todo sea dicho— la atención del local.

2. La naturaleza caótica de sus personajes. No hay ni un solo personaje en The Bear a quien no le vendría bien una mañana de spa o, directamente, un trankimazkin. Y si alguno parece que tiene la cabeza bien amueblada y goza de paz mental, basta con darle unos cuantos episodios para ver cómo se convierte en un manojo de nervios y/o en una persona altamente competitiva y territorial. A pesar de lo poco atractiva que pueda resultar esta premisa para el planteamiento del inventario de personajes, The Bear no se queda solamente en el caos de las cosas. El cuerpo de guionistas —entre quienes contamos, aparte del propio Christopher Storer, a nombres como Sofya Levitsky-Weitz, Karen Joseph Adcrock y Joanna Calo, entre otros— siembran el caos como base constitutiva de las personalidades de sus personajes para luego hacer florecer momentos de doliente humanidad que nos recuerdan que detrás de toda fachada hay un ser sensible que está tratando de labrarse un nombre en el sistema, como prácticamente todo el mundo. Los momentos de espinosa vulnerabilidad por parte del «Carmy» de Allen White o de ansiedad contenida y repentinamente liberada de la Sydney de Edebiri están allí para confirmarnos que en el fondo de todas las cosas, el humanismo siempre tiene que primar por encima de meras superficialidades.

En el papel de Sydney Adamu —una joven chef que decide revivir sus ambiciones frustradas como cocinera de alta cocina al ponerse a las órdenes de Carmy en calidad de «sous-chef»— encontramos a una Ayo Edebiri que, para el momento en el que se estrenó la serie, todavía no gozaba de la fama y prestigio que le había otorgado su participación en películas como «Theater Camp» (Molly Gordon & Nick Liebermann, 2023) o «Bottoms» (Emma Seligman, 2023).

3. La comida. Más de uno se habrá preguntado alguna vez qué pasaría si los platos que aparecen dibujados en animes como Shokugeki no Sōma (Yoshitomo Yonetani, 2015-2020) pudieran ejecutarse en la vida real. The Bear, sin llegar al nivel de preciosismo y exquisitez que parecen mostrar aquellas representaciones, parece acercarse y quedarse lo suficientemente cerca de esos ideales como para que ver un episodio de la serie, en ocasiones, equivalga a salivar durante toda su duración. En los confines de estas dos temporadas, hemos visto tanto platos que servirían en un bar de carretera —sándwiches, bocadillos, patatas fritas, estofados— como piezas que, por ejecución y delicadeza, son merecedoras de exponerse en un museo culinario. Y no es solo que el abanico de posibilidades democratice la oferta para todos los paladares, sino que demás muchos de estos suculentos y artísticos platos acostumbran a responder a ciertas manías de personaje, ya sea en cuestión de gustos o en manifestaciones torrenciales de creatividad. Detrás de los grandes genios de la cocina mundial, hay mentes trabajando incansablemente para conseguir los mejores platos que servir a sus comensales.

El resto de personajes que aparece recurrentemente en la serie. De izquierda a derecha: Tina Marrero (Liza Colón-Zayas), Marcus Brooks (Lionel Boyce), Natalie «Sugar» Berzatto (Abby Elliott) y Jimmy «Cicero» Kalinowski (Oliver Platt).

4. El atropellado frenetismo de sus diálogos. Quien estuviera atento a la crítica cinematográfica y demás discursos alrededor del séptimo arte allá por 2017, quizá se encontrara con alguna que otra crítica o algún que otro ensayo sobre la The Meyerowitz Stories (2017) de Noah Baumbach. Más allá de plantearse como una pieza tocada por el genio argumental del propio Baumbach o el talento interpretativo de nombres como Adam Sandler, Emma Thompson o Dustin Hoffman, aquello que más sorprendió a algunos usuarios y críticos fue la naturalidad de sus diálogos. Esto responde a una razón: mientras en el mundo del cine y del teatro se ha naturalizado que cada línea de diálogo tenga su espacio y no atienda a interrupciones más allá de algunos casos contados, en The Meyerowitz Stories los personajes apenas se dejan espacio para hablar y acaban atropellándose constantemente en aquello que tienen que decir. Es en este línea —incluso de forma más enfática— donde tenemos que localizar el planteamiento dialógico de The Bear. Los italianismos propios de sus personajes se manifiestan, exclusivamente, en una verborrea incesante que enturbian tanto su capacidad de escucha en tanto que personajes como la de los espectadores. Por supuesto, este recurso es algo que aparece de forma intencionada para seguir excavando en las complejas personalidades que colman las líneas argumentales de The Bear como una forma de incidir en su ensordecedor solipsismo egológico.

Aunque la mayoría de la serie suceda a puerta cerrada en las grasientas cocinas del The Beef, en contadas ocasiones se abre para ofrecernos un retrato parcial de una Chicago acelerada por el tren de vida usual en la Modernidad tardía.

5. La representación de Chicago. La ciudad es la gran protagonista de la Modernidad tardía. En sus aceleradas carreteras es donde se producen los movimientos y cambios que perduran, aunque no por mucho tiempo, en la impronta cultural de la globalización. Algo que sucede en el seno de la ciudad tiene mucha más cabida en los titulares universales de los periódicos y, en consecuencia, mucho más eco a lo largo de las cavernosas y angostas vías que parecen nacer naturalmente entre los rascacielos. The Bear parecía no querer perder la oportunidad de establecer una fructífera e interesantísima conexión entre el ser frenético del habitante metropolitano y la pasmosa velocidad y cantidad de aquellos eventos que están sucediendo a su alrededor. Los personajes que pueblan y habitan esa pequeña cocina del The Beef son personas naturalizadas en el frenesí de la atmósfera de una Chicago que avanza irrefrenablemente por las vías del progreso sin tener miedo de fagocitar a otros o, incluso, a sí misma. Pero esa es su casa y en ella moran indefinidamente, sintiéndose parte de un todo. Algo tendrá Chicago para que Sufjan Stevens le dedicará una canción entera de su álbum Illinois (2005) y que aparece, en una versión alternativa, en el capítulo séptimo de la primera temporada. All things go, all things go.

 

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